Artículo publicado en el Ara el 3 de diciembre de 2022

Desde los años previos al acceso al poder de Xi Jinping en 2012, China ha dado un giro autoritario que ha comportado la neutralización de cualquier voz discordante. En décadas anteriores, bajo los mandatos de Jiang Zemin y Hu Jintao, se fueron abriendo espacios de cierta pluralidad informativa, ideológica y cultural, después de haber marcado con sangre indeleble, en junio de 1989 en la plaza Tiananmen, la línea que en ningún caso podía atravesarse: el cuestionamiento de la autoridad del Partido.

Empezaron a cuajar entonces algunas formas incipientes de sociedad civil y emergió cierta esfera pública, al margen de los dictados oficiales, especialmente vibrante en el mundo de los blogs y de los microblogs. Académicos, opinadores, abogados, periodistas, escritores, cineastas y artistas fueron conquistando márgenes de maniobra en la defensa de derechos civiles y de posiciones divergentes. Las revueltas del Xinjiang y Tíbet y el manifiesto pro democracia de la Carta 2008 de Liu Xiaobo (premio Nobel de la Paz 2010, fallecido en prisión en 2017) con firma de miles de intelectuales chinos señalan el comienzo del fin de toda esa permisividad.

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