Atrás Esta vez puede ser diferente. Aprendiendo de la experiencia de la pandemia de la gripe 'española'. Jaume Puig-Junoy

Esta vez puede ser diferente. Aprendiendo de la experiencia de la pandemia de la gripe 'española'. Jaume Puig-Junoy

Jaume Puig-Junoy, profesor titular del Departamento de Economía y Empresa de la UPF. Investigador principal del Centro de Investigación en Economía y Salud (CRES).
07.04.2020

 

Una de las pocas certezas que tenemos es que el impacto sanitario y económico de la pandemia no depende sólo de factores epidemiológicos sino del comportamiento y respuestas de gobiernos, población y organizaciones.

Artículo publicado en la web de la UPF Barcelona School of Management el 30 de marzo de 2020

La propagación global del nuevo coronavirus (COVID-19) está contagiando no sólo las personas sino también la actividad económica y los mercados financieros a escala global. Una de las pocas certezas que tenemos es que el impacto sanitario y económico de la pandemia no depende sólo de factores epidemiológicos sino los comportamiento y respuestas de gobiernos, población y organizaciones. De la gestión pública y privada que se haga de esta doble crisis, sanitaria y económica, dependerá el impacto tanto sobre la mortalidad poblacional como la mortalidad de las organizaciones productivas y financieras, y la de las economías domésticas.

Hasta hace poco, el estudio de las epidemias, más allá de los epidemiólogos, había interesado sólo a los historiadores, con escasa atención, por no decir casi olvido, de los expertos en macroeconomía. Una de las excepciones notables ha sido Robert Barro de Harvard University, que ha estudiado la pandemia de gripe de 1918-1920 (virus H1N1), mal conocida como gripe "española". Excusas de mal pagador sería ahora esgrimir que las epidemias eran cosa del pasado (¿como lo eran antes del 2008 los ciclos económicos?). Basta mencionar la gripe de Singapur de 1957, la de Hong Kong de 1968 y la gripe aviar A (H1N1) de 2009 entre las más destacadas, por no mencionar también el ébola, el coronavirus SARS-Cov o el MERS-Cov.

La gripe española de hace un siglo podría darnos una idea del peor escenario de la COVID-19 y por eso, a pesar de las diferencias, se pueden extraer lecciones. Puede haber varias olas y el cumplimiento debe ser sostenido durante meses, con aperturas y cierres que se pueden ir repitiendo.

La gripe española de hace un siglo podría darnos una idea del peor escenario del COVID-19 y por eso, a pesar de las diferencias, se pueden extraer algunas lecciones. Esta pandemia tuvo tres oleadas principales entre 1918 -coincidiendo con la fase final de la primera guerra mundial- y 1919, siendo la segunda la que causó más muertos. El influyente reciente estudio del Imperial College del 16 de marzo también sugiere que puede haber varias olas con la COVID-19. La tasa de mortalidad de 1918-1920 se ha estimado en un 2% de la población mundial según Barro, con variaciones muy importantes entre países: India (tasa del 5.2%, con el 43% de todas las muertes en el mundo), Estados Unidos (0,52%), y España (1,36%). A diferencia de la COVID-19, la mortalidad fue más alta entre individuos de 18 a 40 años y sin enfermedades previas, y más elevada en los hombres de este grupo de edad, con efectos devastadores para la economía de los hogares. Robert Barro también ha estimado que la reducción del PIB en este periodo debido a la pandemia fue del 6%, con una contracción mayor del consumo, con recuperación posterior rápida pero sin evidencia concluyente sobre la temporalidad o permanencia de parte de los efectos.
 
La necesidad de aplicar intervenciones no farmacológicas lo antes posible ya se aprendió en 1918, y así lo hizo el ejército estadounidense en sus cuarteles. Pero no hubo diferencias de morbilidad y mortalidad entre los cuarteles que lo aplicaron y los que no. La razón se encuentra en el cumplimiento de las medidas: sólo un pequeño grupo aplicaron las medidas de aislamiento de manera estricta. En la epidemia de cólera de Hamburgo en 1892 hubo revueltas contra la imposición de cuarentenas y aislamiento. Para tener éxito, los individuos deben cumplir y hacerlo de manera sostenida en el tiempo. En la ciudad de México el uso de mascarillas durante la epidemia de gripe A (H1N1) en 2009-2010 hizo un máximo del 65% y se redujo al 10% al cabo de diez días. Como el periodo de incubación de la COVID-19 (5-6 días) es más largo que el de la gripe, el cumplimiento debe ser sostenido durante meses, con aperturas y cierres que se pueden ir repitiendo. Hay que prever medidas efectivas para mitigar la fatiga de la población y la mortalidad económica.
 

El 1918 las ciudades estadounidenses intentaron controlar la propagación de la pandemia con intervenciones no farmacológicas diferentes que iban desde usar máscaras quirúrgicas a medidas de distanciamiento social con cierre de escuelas e iglesias, prohibición de reuniones públicas y aislamiento de los enfermos que se han estudiado como un experimento natural. Las ciudades estadounidenses que adoptaron mejor las medidas de contención tuvieron mejores resultados. Philadelphia tuvo los primeros casos el 17 de septiembre de 1918, pero permitió un gran desfile militar el 28 de septiembre y retrasó las medidas de distanciamiento social hasta el 3 de octubre. St. Louis tuvo los primeros casos el 5 de octubre y tomó medidas de distanciamiento social sólo dos días después. Philadelphia tuvo un pico de la tasa de mortalidad atribuible a la pandemia 8 veces más elevada que St. Louis. ¿Estas intervenciones redujeron también la mortalidad acumulada de la pandemia? Tres estudios para varias ciudades estadounidenses publicados en PNAS y JAMA en 2007 señalan que cuando la adopción de medidas múltiples, mayor intensidad de la intervención, se hizo pronto, la mortalidad acumulada fue algo más baja (un 20% de media), impacto moderado ya que pocas ciudades mantuvieron las medidas más de 6 semanas, si bien la reducción alcanza el 30-50% del exceso de mortalidad en las ciudades que tuvieron más éxito.

Se trata de ganar tiempo, esperando una vacuna coronavirus, a ser posible, y la producción de antivirales y material sanitario a gran escala, pero se necesitan medidas económicas de choque para allanar también la mortalidad económica.

La pandemia de la COVID-19 es diferente de la gripe española en términos epidemiológicos y en el contexto de los sistemas de salud y de las economías, cualquier extrapolación a hoy debe hacerse con precaución. Aplanar la curva epidemiológica para evitar sobrepasar el umbral de la capacidad de atención del sistema sanitario es efectivo. En lugar de tener el sistema sanitario colapsado y sin capacidad de atención para una parte importante de quienes necesitan cuidados intensivos en un período corto que corresponde a la fase más aguda, si aplanamos la curva tendremos un colapso sanitario más prolongado pero a un nivel más bajo y con menos exceso de mortalidad. Se trata de ganar tiempo, esperando una vacuna, pan-coronavirus si puede ser, y la producción de antivirales y material sanitario a gran escala, y mientras tanto aumentar la capacidad de respuesta del sistema sanitario con más recursos asistenciales y hacer pruebas diagnósticas con validez técnica y clínica a quien y cuando sea necesario. Aplanar la curva epidemiológica también debe ayudar a mitigar el impacto económico, pero se necesitan medidas económicas de choque para allanar también la mortalidad económica sobre las que disponemos todavía de menos evidencia que para las intervenciones no farmacológicas.
 
© Jaume Puig-Junoy

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