Atrás Los espejos asiáticos del coronavirus. Manel Ollé

Los espejos asiáticos del coronavirus. Manel Ollé

Manel Ollé, profesor del Departamento de Humanidades de la UPF. Experto en historia y cultura de China moderna y contemporánea.

13.03.2020

 

Europa tiene cosas que aprender de otros países, sin necesidad de tener que copiar los tics autoritarios.

Artículo publicado en el ARA el 13 de marzo de 2020

Ahora que en China parece que se ralentiza mucho el ritmo de crecimiento de la epidemia del COVID-19, después de siete semanas de una paralización casi completa de toda actividad en las calles, con cientos de millones de ciudadanos literalmente encerrados en casa, hay quien se pregunta si no habrá que reflejarse en un régimen autoritario como el de Pekín.
 
De hecho, entonces los espejos deberían ser unos cuantos más. También Taiwán, Singapur o Corea del Sur han logrado contener con éxito el crecimiento del coronavirus. Y en estos países no hay dictaduras, sino regímenes democráticos. En Corea del Sur en una semana han bajado de 900 casos al día a apenas 100 casos: han frenado los brotes a base de tests masivos y de un uso intensivo del big data y la inteligencia artificial, que abre también debates sobre el derecho a la intimidad. El caso de Taiwán es aún más increíble constatar: a pesar de estar a apenas 100 kilómetros del continente chino, de tener viviendo miles de ciudadanos, Taiwán apenas ha llegado a tener unas cuantas decenas de casos positivos de COVID-19. El cierre de líneas aéreas y el control estricto de las entradas del país, combinado también con un uso intensivo de las tecnologías de la información, les ha permitido impedir que los casos importados acabaran produciendo brotes locales.
 
Corea del Sur, Singapur, Taiwán y China continental han respondido a la epidemia con acentos bastante diferentes, pero tienen en común que, cuando se han puesto, se han puesto del todo y sin medias tintas. El éxito en la contención de la epidemia no debe atribuirse sólo a la eficacia y la intensidad de las políticas que se han desplegado. Ha sido también decisivo el compromiso y la responsabilidad asumida por la mayoría de los ciudadanos de estos países, que saben el pan que se da, tal vez porque todavía está vivo el recuerdo de la crisis del SARS de 2003. Y quizá también por la conciencia de la repercusión colectiva de las acciones individuales, de tradición más o menos confuciana. Son lejos de la frivolidad insolidaria y desconectada que predomina entre nosotros. Evidentemente, como en todas partes, hay gente para todo. A todos aquellos que han puesto en peligro la contención del virus, en China se les ha hecho pasar por el aro sin contemplaciones, con el uso de la fuerza y ​​la represión. En los demás casos, en Taiwán, Singapur o Corea del Sur, con multas altas y disuasorias, y con penas de meses de prisión.
 

Quizá es la hora de empezar a envidiar un poco algunos aspectos, solo algunos,de aquellos países donde el estado aún asume riesgos y preserva mecanismos de respuesta

Que China esté empezando a superar la epidemia no tiene tanto que ver con el hecho de que sea un régimen autoritario como con el hecho de que sea un país socialista de mercado o, si se quiere, capitalista de estado. En realidad, la falta de libertades y de derechos civiles y la opacidad informativa del régimen chino son en buena medida los responsables de que la epidemia se haya convertido en el gran problema global que está llegando a ser. El silenciamiento de los médicos que ya habían descubierto y expuesto la epidemia a mediados de diciembre de 2019, junto con la burocratización paralizante propia de un régimen autoritario como el chino, retrasaron varias semanas la reacción de las autoridades de Pekín. Estudios serios apuntan que si la respuesta china se hubiera producido una semana antes, se habría reducido más de un 60% de casos, y con dos semanas de antelación la reducción de casos habría sido de más del 90%. Nos habríamos ahorrado la difusión global del virus.

Pero una vez se pusieron, el hecho de tener un estado fuerte, capaz de socializar los riesgos, que controla las finanzas y que puede actuar rápido y con contundencia, les ha jugado muy a favor. Cuando a finales de enero las autoridades chinas decidieron hacer frente al coronavirus, lo hicieron con los instrumentos financieros y económicos en manos del estado, con un sistema sanitario y unos recursos humanos que le han permitido parar el golpe de la crisis sanitaria con una decisión y una rapidez sorprendentes. La potencia financiera de estos recursos económicos estatales le han permitido también paralizar la economía del país durante semanas sin llegar al colapso. Evidentemente, en este despliegue, no tener ni sindicatos, ni prensa independiente ni un sistema judicial autónomo también se los ha puesto un poco más fácil.
 
Mientras en la vieja Europa y las Américas, después de décadas de globalización neoliberal, de democracias demoscópicas y cortoplacistas, y de desmantelamientos del estado del bienestar en nombre de presuntas racionalidades económicas, quizá sí que es la hora que empecemos a envidiar una poco algunos aspectos, sólo algunos, de aquellos países donde el Estado aún asume los riesgos y preserva mecanismos de respuesta. Sin tener que copiar los tics autoritarios. No sea que a base de crisis económicas y sanitarias todavía perdamos más sábanas.

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