4. Calidoscopio

Construyendo utopías: teatro y universidad

Juan Carlos Martel Bayod, director de la Fundació Teatre Lliure - Teatre Públic de Barcelona

min

En 1931, al comienzo de la Segunda República, se crea, con ayuda gubernamental, La Barraca, con el objetivo de llevar el teatro clásico español a las zonas más rurales o con poca actividad cultural. El proyecto se presentó en la Universidad Central de Madrid.

Desde su comienzo hasta principios de la Guerra Civil española, La Barraca sumó un grupo de estudiantes universitarios, los cuales llegaron a representar un total de 13 obras por 74 provincias españolas. Federico García Lorca fue su primer director y Miguel Hernández, el último. La Barraca estaba coordinada por estudiantes de Filosofía y Letras y colaboraban cuatro estudiantes más de Arquitectura, así como artistas de la vanguardia.

La gente suele pensar que este fue un proyecto personal de Lorca; pero, en realidad, fue un grupo de estudiantes de letras y de ciencias quienes lideraron la propuesta, impulsados ​​por lo que ya sucedía en el extranjero, donde la existencia de aulas de teatro empezaba a ser habitual.

Abogados y arquitectos, pues, se encontraban con los textos clásicos de Calderón o de Lope de Vega. Lorca se sintió plenamente identificado con la finalidad del proyecto. Tanto, que incluso declaraba abiertamente haber aparcado obras, a medio terminar su escritura, para continuar viajando con La Barraca, con el objetivo de sacar los clásicos de los eruditos y llevarlos a la luz del aire libre de los pueblos. Estoy seguro de que sus viajes con La Barraca le sirvieron para terminar de escribir tragedias como Yerma.

Hubo una fuerza creadora que salía de la Universidad y que rompía las normas establecidas construyendo utopías con un movimiento alegre y de esperanza.

Juan Carlos Martell al Teatre Lliure

Podemos decir que el teatro universitario se propuso entonces la renovación de la escena española y por eso se agarró a los clásicos y fue a buscar el lugar donde la acción era más necesitada. Y de todo lo que vive y se hace, incluso se genera una memoria, que ahora conocemos como la "Memoria del teatro universitario".

Un par de años antes, en 1929, Lorca escribía El público, una de las obras de su "teatro bajo la arena", aquel más atrevido y que se niega a ser visto por espectadores conservadores habituales del "teatro al aire libre". El autor escribe un diálogo de cinco estudiantes que terminarán siendo los protagonistas entusiastas de destruirlo todo para crear una nueva sociedad. Estudiantes que acaban siendo precursores de un público futuro. Hay algo que une ese diálogo con la estima de Lorca en La Barraca y en ese grupo de estudiantes, cultos, intérpretes aficionados, sin defectos de profesionales, capaces de generar sueños.

Así, pues, hubo una fuerza creadora que salía de la Universidad y que rompía las normas establecidas construyendo utopías con un movimiento alegre y de esperanza. Porque había ganas de conocimiento. Un conocimiento que se transmitía oralmente, en este caso mediante la palabra y los textos clásicos. Una utopía del conocimiento que quiso revolucionar todo un pueblo con la universalización de la cultura, que curiosamente comparte parte etimológica con universidad.

Es sólo la fuerza del conocimiento la que puede mover hacia la transmisión de este. La pregunta genera pregunta y se crean horizontes que permiten avanzar. 

Es sólo la fuerza del conocimiento la que puede mover hacia la transmisión de este. La pregunta genera pregunta y se crean horizontes que permiten avanzar. Este horizonte es necesario que salga siempre de las ganas que da el querer conocer. La Universidad ha sido y debería ser punto de partida y punto de llegada y, el teatro, un medio indispensable.