4. Calidoscopio

¿Cómo estudiar filosofía sin memorizar con el cuerpo sus significados?

Cesc Gelabert, bailarín y coreógrafo y director de la Gelabert-Azzopardi

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Entiendo la cultura como los conocimientos y las costumbres compartidos por las personas: el cúmulo, la síntesis, de las experiencias vividas. La cultura empieza allí donde interviene la conciencia, a partir y más allá de la naturaleza y la genética. La cultura se extiende por todas las actividades de la vida, desde la filosofía hasta la gastronomía o el (ritual de) manjar; del diseño industrial en el baile de salón; de la literatura a la jardinería; de la química en la peluquería. No me interesa una visión de la cultura separada de la vida, organizada en compartimentos estancos.

Personalmente, participo desde la danza, en general, entendida como habitar el cuerpo con el corazón y la mente, y en particular como forma de arte, entendida como un sueño compartido en estado de vigilia. Trabajo con formas de cultura que son un conocimiento pero, también, ineludiblemente una experiencia.

Entiendo la cultura como los conocimientos y las costumbres compartidos por las personas: el cúmulo, la síntesis, de las experiencias vividas. La cultura empieza allí donde interviene la conciencia, a partir y más allá de la naturaleza y la genética

La danza, en nuestro país, siempre ha estado fuera de la universidad. Hace muy poco y con grandes dificultades que, por fin, tiene la categoría de estudio de grado superior. En este artículo, sin embargo, no quiero centrarme en el lugar que deberían tener los estudios de danza y formas similares de cultura en la universidad; sino en algo más básico, más general: la presencia de estas formas de cultura en el núcleo duro de la educación, incluida la universidad, y el mundo del trabajo. Pero no como una actividad complementaria, sino en el núcleo duro de su día a día. Por ejemplo, en la educación me gustaría que todos los días, durante un rato, apartáramos los pupitres de las aulas para estudiar desde este espacio, de este modo, en movimiento. Y que estudiáramos matemáticas, idiomas o historia a través del movimiento.

 
Cesc Gelabert
 

¿Cómo podemos entender la trigonometría sin sentir el espacio? ¿Cómo retener los sonidos de una nueva lengua sin una maestría de las emociones? ¿Cómo aprender una ética sin esfuerzo, sin experimentar el sufrimiento y el placer? ¿Cómo estudiar filosofía sin memorizar con el cuerpo sus significados? ¿Quién nos explica qué son nuestra mente, nuestro cuerpo y nuestras percepciones? ¿De qué sirve memorizar la forma de los huesos o el sistema digestivo, si no los sentimos y superponemos ello a la información interna y externa que llega de nuestros sentidos? ¿Cómo tener una relación sexual satisfactoria sin bailar, sin sostener la mirada, sin manejar el lenguaje del cuerpo? ¿Cómo aprenderemos la ética y la estética de la vida, los secretos del amor y la felicidad, sólo con el conocimiento intelectual o con un ejercicio meramente físico? Cuántas clases de odio, de deseo, de amor hemos recibido a lo largo de nuestra enseñanza.

Del mismo modo, si trabajamos en una cocina, en una oficina o, en este caso, en una universidad, como profesor o en la administración, donde sea, me gustaría que de vez en cuando apartáramos las mesas de trabajo, que dejáramos los ordenadores o los cuchillos y las ollas, y que bailáramos juntos un rato desde la perspectiva que aquí expongo. Y, al volver a trabajar, que todo lo que hiciéramos fuera danza. Con un cuerpo presente, disponible, frente al ordenador o en la actividad laboral que fuera. Y sintiéndonos llenos de imaginación y de memoria, comunicando bien con nuestros compañeros, involucrados, situados, nos sentiríamos mucho mejor. Metafóricamente hablando, trabajaríamos mucho mejor, trabajaríamos sin trabajar.

Esta experiencia, este sentir, no se puede ni comprar ni vender. Puedes comprar una silla, un viaje, un masaje; pero no un movimiento de danza genuino, de verdad, esta experiencia real.

La esencia de este tipo de conocimiento -el de la danza- es iniciática: sólo se comprende y se posee a partir de una experiencia desde el cuerpo, el corazón y la mente. El problema es que esto choca con el statu quo general, y cuestiona el control, las estadísticas, los planes de estudios, las evaluaciones, la productividad o las casas de seguros. Esta experiencia, este sentir, no se puede ni comprar ni vender. Puedes comprar una silla, un viaje, un masaje; pero no un movimiento de danza genuino, de verdad, esta experiencia real.

Por último, aunque brevemente, quisiera constatar que entiendo la vida como una arquitectura que debe sustentarse sobre la espiritualidad, es decir, sobre nuestra visión del más allá. Más allá de la muerte. Más allá de nuestra percepción cotidiana de nuestro planeta. La danza es un instrumento de esta arquitectura, y no su finalidad.

Como muestra de lo que hablo comparto con vosotros el enlace del vídeo del posgrado dirigido por Amador Vega sobre Ramon Llull, en la UPF, en el que participé.