Argo

19.02.2019

 

Título original: Argo; Director: Ben Affleck; Año: 2012; País: Estados Unidos; Duración: 120 minutos 

Sinopsis: Argo cuenta la historia de cómo un agente de la CIA consigue devolver seis diplomáticos estadunidenses que habían escapado de la embajada en Teherán después de que unos estudiantes iraníes la tomaron, aprisionando 52 funcionarios de Washington en 1979. A pesar del escepticismo de los servicios secretos americanos, el agente Tony Méndez logra su misión fingiéndose un productor de películas canadiense en busca de escenarios de Oriente Medio para su siguiente película de ciencia ficción, haciendo pasar a los diplomáticos por cineastas, directores de fotografía u otros productores. Méndez viaja a Hollywood donde encuentra un guion, hace un casting y prepara todo lo necesario con una productora para que su tapadera fuera creíble. Gracias a esta misión encubierta, después de unos momentos en que el plan parece fallar, Méndez y los seis diplomáticos suben por fin al avión que los llevará a Estados Unidos.

Diplomacia, relaciones EUA-Iran, guerra fría, seguridad internacional, inteligencia, espionaje, crisis manegement, oriente medio

Recordatorio: Hollywood no es la BBC

Annalisa Girardi, Universitat Pompeu Fabra / Barcelona School of Managment

 

En 2012 Argo fue la película del año: más que ganar el premio Oscar de la Academia, ganó también 227 millones de dólares en todo el mundo, y más de un 90% en calificaciones positivas, según ambo el público general y la crítica. Sin embargo, ha sido también el objetivo de serio criticismo, que ha subrayado lo que a lo mejor se ha escapado a la mayoría del auditorio. Que quiere decir esta corriente de criticismo, ¿que Argo es una película mal hecha? Absolutamente no. ¿Que es sobrevalorada? Quizá sí.

Argo es una película pegadiza, que a menudo tiene el público al borde de su asiento, pero no es una película sobre la crisis de los rehenes iraníes, como muchas veces ha sido definida por la crítica. La historia de un agente por nada ortodoxo de la CIA, Tony Méndez, que consiguió rescatar seis diplomáticos estadunidenses de la embajada de EE. UU. en Teherán en la operación “Canadian Caper”, es contada fielmente, con extrema atención a cada detalle, pero no es nada más que una buena película de espionaje.

El talento de Ben Affleck como actor, pero quizás aún más como director, se expresa aquí distinguidamente, pero el valor histórico de la película no va más allá de narrar el testimonio de Méndez, que participó activamente en la fase de escritura del guion; Affleck quedó varias veces con Méndez y su familia, y Chris Terrio escribió el guion basándose en las memorias del oficial retirado sobre sus días en la CIA (The Master of Disguise) y un artículo publicado en “Wired” en 2007 (The Great Escape).

La crítica aclamó muchísimo a la atención por los detalles, también a los más pequeños, y a la cercanía de esta película con la realidad, que se da justamente por la participación de los protagonistas auténticos al redactar el guion. Sin embargo, hay unos elementos que, por razones cinematográficas se contaron de manera diferente, intentando simplificar la historia, o hacerla más emocionante.

Por ejemplo, (¡spoiler alert!) si al final de la película casi pillan a los diplomáticos en el aeropuerto, y el público es testimonio sin aliento de una secuencia emocionante en que el avión despega perseguido por el coche de las Guardias de la Revolución, en la realidad no hubieron problemas y la cobertura funcionó perfectamente al subir al avión. Claramente eso no se adapta bien a una película hollywoodiense, y se tuvo que modificar el final y añadir un poco de adrenalina.

Hay otros elementos que no coinciden con la realidad: cuando los estudiantes iraníes tomaron la embajada americana, los seis diplomáticos que consiguieron escapar se encontraban en otro edificio, no en el ala principal de la embajada, como se ve en Argo; además, no huyeron todos juntos andando, y tampoco se fueron directamente a la casa del embajador canadiense. En realidad, cambiaron cinco veces de posición, y solo dos de ellos al final se quedaron en casa del embajador, mientras que los restantes cuatro permanecieron con un diplomático canadiense que se ocupaba de migración.

Además, antes de llegar a los canadienses, los seis pasaron por las embajadas de Reino Unido y Nueva Zelanda, que les acogieron y les ayudaron a encontrar una situación más apta, pero nunca los rechazaron, como se ve en su lugar en la película. Parte del criticismo duro viene precisamente de estos países, que lamentaron la manipulación de los hechos históricos por la mera razón de que los estadunidenses (es decir el personaje de Affleck) tuvieron más peso en los acontecimientos.

Evidentemente, la crítica más férrea vino del público iraní, que se vio retratado como un pueblo irracional e histérico, el enemigo barbudo, fanático e ignorante. Esta exageración del carácter del revolucionario fue luego justificada por la productora de la película como un elemento que sirvió a reforzar el entorno de miedo y peligro que estba fuera de la embajada canadiense. Otra vez, se trataría de un escamoteo cinematográfico y no de una posición política.

Sin embargo, más que estos casos, Argo es por cierto un ejemplo de dedicación al particular, no solo en relación con lo storytelling, sino que también con escenografía y vestuario. La precisión y la atención al detalle sirven definitivamente para recrear una dimensión de verdad histórica, expertamente combinada con el dramatismo cinematográfico de Hollywood y con un humor que contrasta inteligentemente con el marco trágico de los hechos. Además, se utilizaron grabaciones de archivos de la ABC, CBS o la NBC, y se rodó en unas antiguas oficinas de la CIA, a la que también se pidió acceso a unos documentos, todo para alimentar esta imagen veraz.

Este enfoque no es lo mismo que una visión objetiva de los hechos, por más parecido que sea. Incluso si la crítica a veces lo ha considerado como un documental, Argo es una película y por ende es una reconstrucción ficticia.

La representación de una historia será siempre por parte subjetiva, no puede aspirar a una visión de 360 grados sobre el asunto. Argo, en cuanto película de Hollywood y no en cuanto documental de la BBC, en sí no lo hace, no pretende ser pura verdad histórica. El problema se presenta cuando la crítica le considera como tal.

 

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