De El artista y la ciudad a El lenguaje del perdón

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(Ciudad Ideal atribuido a Piero della Francesca, 1470)

 

"yo necesito siempre un escenario (estético) para poder pensar...Necesito un escenario estético (en el sentido de aísthesis, percepción) para poder tramar una urdimbre o un tejido de ideas...Pero esas ideas son elegidas con toda intención como destilaciones de imágenes y de metáforas...El pensamiento, las ideas son, siempre, destilaciones imaginativas que deben poderse siempre mostrar"

(Eugenio Trías, Autobiografía intelectual, Anthropos, nº 4 (nueva ed.), 1993, p. 24)

 

Escenas siempre alentadas por una profunda intuición figurativa, espacial y formal, y útiles puntos de apoyo, articulaciones y rótulas sobre las que se establece el discurso; palancas figurativas que impulsan sus palabras más allá del territorio visual de las artes, trampolines para el gran salto hacia el decir de una filosofía transparente. Escenarios saturados de ágiles cursos temporales, en devenir perpetuo, capaces pues de rebasar la escena inicial en la que han germinado. Contexto de un proyecto que siendo de trama radicalmente filosófica parece entretejer con ella esa urdimbre de visiones: permanente estallido de reflejos del arte, indicaciones figurativas, paradas ante encrucijadas y abismos del espacio, claros y espesuras, barrios y particiones urbanos, fronteras, marcas; también caminos, cursos, caudales o atajos, desiertos y laberintos de la imaginación; fragmentos poéticos y literarios; imágenes musicales y estructuras sonoras, relatos cinematográficos. Todos elementos de una singular geografía metafórica, pero que afirman, acogen y dan solar a sus palabras. Estructuran los nudos de sus libros, indican puntos de fuga hacia los cuales se pueda deslizar el curso por venir, se construyen como veloces andamiajes en sus exposiciones orales: apuntalando ocasionalmente los castillos de aire dentro de los cuales amplifica su propia voz. Apoyos que tienen el poder de atraer la mirada en las ceremonias realizadas en esa viva voz: el poder de construir presencias verdaderas. Ese espeso tapiz sostiene la movilidad del discurso vivo, tiene la propiedad de dotarlo de realidad, de la sensación definitiva y emocionante que ofrece la proximidad de lo real.

La forma de utilizar recursos escénicos fue adquiriendo mayor compromiso con la investigación estética en la obra de Trías, como si el mismo hábito de recurrir con preferencia al material que suministra el arte hiciera gravitar cada vez con mayor fuerza sus interrogaciones hacia el extraño territorio ocupado por el objeto de arte, y como si su interés se sintiera cada vez con mayor fuerza capturado por la extravagante personalidad del artífice.

            En El artista y la ciudad, la trama se revela como ese ir uniendo las imágenes que se lanzan alrededor, a ambos lados de la narración; imágenes que parpadean en el  horizonte del curso de la lectura y que devuelven vida a anteriores resplandores, pues regresan a través de ellas las figuras que van acompañando a Trías en su viaje: Platón, Goethe y sus máscaras, la música wagneriana, la construcción filosófica de Hegel, y Nietzsche. Platón es ahora el umbral: la poderosa escenificación de los relatos platónicos, los enigmas sembrados desde el fondo de la memoria y que aquí nos ofrecen una resolución estética, una reflexión posible sobre la producción y su eros.
 

LA CIUDAD COMO ESCENARIO

Desde la ciudad platónica hasta la ciudad renacentista, y la ciudad contemporánea.
 

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La escuela de Atenas de Rafael, 1509. Fragmento

Platón suministra también un escenario de partida, la ciudad. Una ciudad asombrosa, en perpetua metamorfosis, ciudad metáfora, en la que subsisten los estratos a la luz de la contemplación filosófica. Hasta llegar a la ciudad contemporánea, que rechaza al pensador-creador, cosa que no es novedad con respecto a la república montada por Platón, pero cuyo conflicto se ha transformado intensamente a lo largo del texto. Pues ahora la ciudad presenta el espantoso aspecto de un territorio abandonado, mientras la verdadera esencia de la ciudad griega, el ágora, espacio de la palabra, ha sido devorada, se ha ubicado en el alma, o en los intestinos, de ese sujeto que lo es ya de la modernidad: sólo subsiste como ciudadela anímica.  

Entre estos extremos del tiempo, aparece la escena precisa, clara y diáfana de la ciudad renacentista. Trías parte del texto armónico y razonable, donde se establece el cosmos de Pico della Mirandola, La oración por la dignidad del hombre, donde aparece un huésped ominoso que distorsiona tan sugestiva armonía. Ese huésped es el hombre. La bella ciudad del Renacimiento, que quizá representa mejor que ninguna otra imagen el espacio vacío de las tablas atribuidas a Piero de la Francesca, hoy en la Galería Nacional de Urbino, es la morada que construye para sí, a imagen y semejanza de su alma, ese huésped, esa criatura desposeída de atributos, de forma, que Pico della Mirandola llama camaleón, pues puede decidir su propia figura y destino. Ciudad-morada que es cumplida síntesis de hacer y saber, de vida activa y vida contemplativa, de éxtasis místico y poiesis civil, política, de rapto poético y de compromiso social.

Ese episodio en que ciudad y deseo funden una imagen perfectamente delineada y clara, -aunque vacía- marca una bisagra y un punto de fijeza en el transcurrir del texto, entre un pasado que ya parece soñado, el que recuerda la ciudad platónica y un desolado escenario urbano que Trías dibuja, en aquel momento, con la paleta de grises de nuestra ciudad de Barcelona, justo al mediar los años setenta, entre dos mundo y dos capítulos de la historia. Quedaría por comprender qué representa en realidad la idea de ciudad en el contexto y en la apuesta siempre filosófica de Eugenio Trías; faltaría preguntarse de nuevo si la ciudad es metáfora, morada y destino figurado de lo humano, proyecto político, ético y esquema de sociedad, ciudad histórica o sueño simbólico; o si es realmente solo un escenario físico y material, sin el cual difícilmente podría interpretarse el mundo contemporáneo. En todo caso, la ciudad, en alguna de estas posibles acepciones, regresará una y otra vez a las páginas de sus libros, a su pensamiento.

 

De Platón a Pico della Mirandola

Escuchad atentamente...el sentido de la condición humana, prestando vuestra humanidad a mi empeño. Dios, Padre y sumo arquitecto, había construido ya esta casa del mundo que vemos, templo augustísimo de la divinidad, según las leyes de su secreta sabiduría. Y había adornado las regiones sidéreas de inteligencias; poblando las esferas etéreas con almas inmortales, llenando las partes fétidas y pútridas del mundo inferior con toda clase de animales. Pero, acabada su obra, el gran Artífice andaba buscando alguien que pudiera apreciar el sentido de tan gran maravilla, que amara su belleza y se extasiara ante tanta grandeza. Por eso, una vez acabada la obra, como atestiguan Moisés y Timeo, pensó en crear al hombre.

No había ya arquetipo sobre el que forjar una nueva raza, ni más tesoros que legar como herencia a la nueva criatura. Tampoco un sillón donde pudiera sentarse el contemplador del universo. Todo estaba lleno, todo ordenado en órdenes sumos, medios e ínfimos. Pero no podía faltar en este parto postrero, por agotada, la potencia creadora del padre. Ni podía titubear su sabiduría en cosa tan necesaria como carente de consejo. El amor generoso de aquel que un día ensalzaría la generosidad divina en los hombres no consentía condenarla en sí mismo.

El mejor Artesano decretó por fin que fuera común todo lo que se había dado a cada cual en propiedad, pues no podía dársele nada propio. En consecuencia dio al hombre una forma indeterminada, lo situó en el centro del mundo y le habló así: "Oh Adán: no te he dado ningún puesto fijo, ni una imagen peculiar, ni un empleo determinado. Tendrás y poseerás por tu decisión y elección propia aquel puesto, aquella imagen y aquellas tareas que tú quieras. A los demás les he prescrito una naturaleza regida por ciertas leyes. Tú marcarás tu naturaleza según la libertad que te entregué, pues no estás sometido a cauce angosto alguno. Te puse en medio del mundo para que miraras placenteramente a tu alrededor, contemplando lo que hay en él. No te hice celeste ni terrestre, ni mortal ni inmortal. Tú mismo te has de forjar la forma que prefieras para ti, pues eres el árbitro de tu honor, su moldeador y diseñador. Con tu decisión puedes rebajarte hasta igualarte con los brutos, y puedes levantarte hasta las cosas divinas...

Los animales -dice Lucilio- traen ya del vientre de su madre lo que han de poseer. Por su parte, los espíritus comenzarán a ser lo que serán por eternidades sin fin, desde el comienzo o poco después. Dios Padre sembró en el hombre al nacer toda clase de semillas, gérmenes de vida de toda índole. Florecerá y fructificará dentro del hombre lo que cada individuo cultivare. Si cultiva lo vegetal, se convertirá en planta; si se entrega a lo sensual, será un bruto; si desarrolla la razón, se transformará en viviente celestial; si la inteligencia, en ángel e hijo de Dios. Y si insatisfecho con todas las criaturas se vuelve al centro de su unidad, él, que fue colocado por encima de todas las cosas, las superará a todas, hecho un mismo espíritu con Dios, envuelto en la misteriosa oscuridad del Padre. ¿Habrá quien no admire a nuestro camaleón? ¿O habrá algo más digno de admiración? Con razón afirmó el ateniense Asclepio que el hombre, por su naturaleza versátil y capaz de transformación, estaba simbolizado en los relatos míticos por Proteo."

Giovanni Pico della Mirandola, Oratio de hominis dignitate, 1487.
[Traducción en la antología de Pedro R. Santidrián, Humanismo y Renacimiento. Madrid: Alianza, 1986].
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Hermes Trimegisto en el pavimento de la Catedral de Siena.
 

ALGUNAS FIGURAS ESBOZADAS. El artífice, el artista y el filósofo.

Pero sobre ese fondo escénico de la ciudad, la figura que se recorta es la del propio artífice, sujeto moral y creador, de la filosofía y del arte, personaje de la vida, de la locura y de la razón, o creador de la obra filosófica, desertor o constructor, pues todas sus naturalezas híbridas, todos los mestizajes de las figuras irán disponiendo de un espacio, de un apunte de biografía. Y se elabora, en crescendo, una escena de duelo entre artista y pensador, cuya última síntesis se perfila en la figura de Goethe, perfectamente trazada por Trías a través de continuas circunvalaciones y delicados asedios. Una figura capaz todavía de convertir todo lo vivido en inscripción: siguiendo a Nietzsche en esta afirmación (Genealogía de la moral). Afirmación que es sentencia de sentido para todas las operaciones del arte: la deuda, que contrae todo sujeto, queda saldada mediante signos sensibles que arañan tierra y mar, cielo e infierno: huellas del pasaje del hombre a través de su morada (p. 110).