Vés enrere "The Crowd", per Víctor Losilla

"The Crowd", per Víctor Losilla

Aula de cinema, 2017
12.01.2017

Imatge inicial

Quizá sólo comparable a algunos cineastas soviéticos como Eisenstein, el americano King Vidor trató en su cine el tema de la vida del hombre de a pie, ya fuera a través del género bélico --en El gran desfile, tragedia sobre un hombre común de clase media literalmente arrastrado al campo de batalla en la primera guerra mundial-- o filmando a un colectivo unido por un ideal en El pan nuestro de cada día, buscando una vida más feliz y justa en el campo, en una especie de locus amoenus.  Siguiendo esta misma estela temática, y precisamente situada cronológicamente en medio de estos dos títulos de su filmografía, el melodrama de la Metro-Goldwyn-Mayer  Y el mundo marcha (de título original The Crowd, la multitud) puede constituir la puesta en escena definitiva de la cuestión. Como indica ya su título, en referencia a lo colectivo, la  historia de esta película no será la de un héroe singular con un objetivo único, si no la de un miembro de la multitud como cualquier otro, John Sims, un chico americano medio nacido en una típica casa suburbial que se podría llamar perfectamente John Smith (el nombre más común en habla inglesa).  Igual que este nombre, la infancia del protagonista y el planteamiento del relato se nos presentará como convencional y, del mismo modo, las metas de su vida, y por ende de la película, también se parecerán a las de mucha otra gente. Él querrá simplemente “ser alguien”, según dice el mismo Sims hablando junto a sus compañeros de colegio, todos de aspecto similar, todos mostrados en fila, en un mismo plano, como en un catálogo.

Si bien este plano contundente podría resumir el planteamiento de la película, seguir y retratar a un americano corriente entre tantos otros en busca del éxito (especialmente interesante por la época y el contexto en el que sucede), la fuerza de Vidor no remitirá en absoluto en el desarrollo de la acción. Al contrario, la película desplegará su agudeza formal y discursiva a medida que se llene, como cualquier drama, de obstáculos. Entre estos ya destaca primero, a modo de advertencia, el final de la infancia del personaje, la muerte de su padre, anunciada en la imagen fija de una escalera de líneas torcidas y crispadas, que escalará dificultosamente el protagonista para oír la noticia de boca de un adulto fuera de campo. Del mismo modo, el camino que le espera a continuación consistirá en un sinfín de obstáculos y fronteras entre un hombre y su felicidad, un crescendo dramático de frustraciones muy habituales pero no por ello menos devastadoras, en una Nueva York que se muestra multitudinaria y desalmada. El mismo escenario, en teoría la ciudad de las oportunidades, se resume en un ya famoso travelling desde las calles de esta metrópolis al interior  de una de sus incontables oficinas, atravesando una ventana y decenas de escritorios iguales, hasta llegar al de John Sims. Para él, destacar entre la multitud será, por tanto, asfixiante y dificultoso, pero la puesta en escena va mucho más allá de mostrar la alienación, la identidad o el éxito. De hecho, quizá más memorables que este plano secuencia son la variedad de escenas de lo que llamamos el nudo y sus muy diversas cuestiones, antes de un final directamente apoteósico. Allí, Vidor retrata la vida del trabajador y sus costumbres con tintes realistas y ningún afán de embellecimiento, en planos del protagonista en posición central con iluminación ligeramente suave, cuyos encuadres limpios pueden recordar a retratos fotográficos de la época. La diferencia con estos, aun así, radica en que aquí el sujeto nunca está solo ante un fondo neutro. Al contrario, la supervivencia le obliga a seguir el ritmo de sus semejantes y esto se traduce visualmente en segundos términos siempre asfixiantes incluso a primera vista, rebosantes de oficinistas robóticos, hileras de escritorios y gente como metida en colmenas alrededor de Sims. Incluso al acudir a una cita con la que será su esposa, el joven encuentra a grupos de hombres exactamente en la misma pose y actitud, y sólo el cortejo y el enamoramiento se valoran de una forma poco distinta. Son excitantes al principio, casi las únicas escenas en la película que ofrecen una serie de planos con dos personajes aislados de todo, en la cima de su enamoramiento, pero que al final acaban contaminados por las masas, en lugares multitudinarios donde todo el mundo va a hacer lo mismo. Este estilo de vida estropea, incluso, la luna de miel del matrimonio,  contratada a partir de un anuncio, y, desde ese momento, el discurso se endurece aún más. Aparecen los claroscuros de la vida en pareja y sus expectativas, la falta de ese éxito soñado, que se escapa quizá por azar , y hasta las relaciones familiares, temas tratados por la película con absoluta crudeza, en escenas otra vez asfixiantes, perfectamente rodadas en un hogar familiar reducido que acaba encarcelando. La culminación de todos estos conflictos será especialmente devastadora tras al muerte de una hija, para la que la multitud en la calle ni siquiera dejará de molestar pese a las súplicas del padre, igual que el empleo tampoco bajará sus exigencias. ¿Es en una situación así lícita la desesperación, aunque de uno dependan sus seres queridos? ¿Y es factible, por otro lado, sobrevivir a base de buenos propósitos, en el caso de una mujer a la que no se le deja trabajar?  

Vidor deja estos dilemas suspendidos en el aire a favor de una esperanza ambigua, inyectada en el padre por su hijo inocente (por fin, alguien como él, ante tanto indiferente), aún ajeno a la sociedad de la que es parte. Su diálogo, en un escenario vacío de transeúntes, es emotivo, pero se ve superado por un final finísimo. La conclusión del drama consiste en una reconciliación en el cine, donde un plano frontal nos muestra al señor y a la señora Sims carcajeándose frente a la pantalla, cariñosos, solos por fin en un plano medio. Sabemos que su futuro será difícil, sí, y hasta incierto, pero vemos que su presente ofrece algún respiro. Y es la cámara con su movimiento, tras un zoom out, quien nos muestra que esto también es igual para la multitud que los acompaña en la sala, pues esta historia, trágica y tierna sólo es, al fin y al cabo, una de muchas, y estas quedan, de momento, pendientes de contar. 

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