Vés enrere "El anillo de Moebius: metamorfosis de la autoridad", per Paula González

"El anillo de Moebius: metamorfosis de la autoridad", per Paula González

Aula de cinema, 2016
13.01.2017

Imatge inicial

Lo que ha traído el universo de la pantalla al individuo hiper moderno no es tanto el reino de la alienación total [...] cuanto una capacidad nueva para crearse un espacio propio de crítica, de distancia irónica, de opinión y deseos estéticos."

"La singularización ha ganado más terreno que el aborregamiento.” G. Lipovetsky y J. Lerroy, La pantalla global, 2009.

 

¿Cómo pensar, discutir y escribir sobre aquello que nos moldea cuando el cerebro con el que pensamos, discutimos y escribimos ya está moldeado? Es cuanto menos complejo pero, como la mayoría de las cosas que lo son, también es necesario.

Algo que no hace falta discutir es el hecho de que el mundo se compone de relaciones de poder, de jerarquías, de pirámides de subordinación en las que nos han alistado a todas, queramos o no.

Hace muy poco tiempo, sentada en un avión, se me ocurrió pensar que el capitán tenía mucho poder sobre quienes íbamos en su caja metálica con alas, que todo lo que sucedía en su cabina solo lo sabía él o ella, y que el filtro por el que pasaba esa información antes de llegar al público era totalmente indeterminado, o por lo menos desconocido para mí. Pensé en un sistema menos piramidal, en un vuelo en el que se comentase y consultase cada movimiento. Mi cerebro, ante esta propuesta, automáticamente pronunció un gran NO. Yo misma lo sugería y yo misma me estaba negando a renunciar a la comodidad de ser ignorante y delegar la responsabilidad en otras personas. Al razonarlo, me di cuenta de que esto no se debía solamente a la diferencia de conocimiento técnico entre el capitán y yo, sino que en mi mente yo me subía a ese avión no para ir a un lugar, sino para ser llevada, convirtiéndome en un sujeto pasivo sometido (sí, voluntariamente, pero sometido al fin y al cabo) a una autoridad.

Lejos de querer martirizarme, quise encontrar este patrón aplicado de manera más amplia a otros ámbitos de la existencia humana, y lo hice, así que la única conclusión posible era que formaba parte de algo más grande, de un sistema, una estructura social que rige desde la infancia las mentes de todo ser humano. Me resulta complicado pensar a un nivel tan global, así como diseccionar lo que para mí es el arte que lo cohesiona todo. Sin embargo es posible que precisamente el cine consiga ayudarme a ilustrar con su función de espejo de la realidad aquello que intento materializar con palabras.

1.

Cuando escuchamos la palabra autoridad es posible que pensemos en personas uniformadas y en la represión violenta hacia las masas, en las terribles imágenes de cargas policiales en manifestaciones que tenemos grabadas en la retina, por ejemplo.

Ha sido el cine más político y directamente reivindicativo, después del documental, el que se ha encargado de representar esta faceta de la autoridad, la más explícita y visual, a través de películas como La Haine (Mathieu Kassovitz, 1995), en la que la brutalidad policial y el racismo institucionalizado son ejes esenciales de la narración, afectan y básicamente forjan el trayecto vital y psicológico de los jóvenes que los sufren. Asimismo, grandes clásicos como El acorazado Potemkin (Serguei Eisenstein, 1925) enfrentan a la masa (y al individuo) popular contra las fuerzas represoras, perros guardianes de quienes ostentan el poder. Las películas de Ken Loach contraponen también dos estamentos, en el caso de The Wind That Shakes The Barley (2006), por poner un ejemplo, uno son las fuerzas imperialistas de Gran Bretaña y el otro es el pueblo irlandés, que se rebela contra una opresión ya no solo a nivel lingüístico o cultural sino a una explícita, violenta y bélica. Lejos de acatar la autoridad y aceptar una situación desigual en la que el poder se halla en manos de un colectivo con una única característica común (su nacionalidad), deciden empoderarse y buscar la liberación a través del enfrentamiento armado. En Bread and Roses (Ken Loach, 2000) se narra también la historia de un grupo de limpiadoras de hotel que luchan por unas condiciones laborales dignas, haciendo evidentes las carencias sociales tanto de quien las emplea como del Estado en sí. Y así podríamos seguir enumerando y encontrando esta estructura en múltiples películas que siguen el esquema subrayado por la teoría marxista: durante toda la historia ha existido una tensión entre dos grupos, el opresor y el oprimido, que adaptado al lenguaje en el que nos estamos moviendo serían el que tienen acceso al poder y lo ejerce (convirtiéndose en la autoridad), y el que lo recibe y lo sufre.

2.

Sería falso afirmar que los dos grupos mencionados se forman aleatoriamente, pues el poder y la forma que tiene de repartirse depende enteramente de las relaciones sociales, económicas e incluso sentimentales.

Como comentaba anteriormente, estas estructuras de dominancia las asimilamos desde la infancia, etapa en la que nuestra vida gira por completo alrededor de dos instituciones: la familia y la escuela. A ambas las considero potenciales hipocentros de adoctrinamiento, y por tanto también de asimilación de las relaciones de poder.

En la familia, la estructura piramidal es más que evidente, de hecho se puede perfectamente hacer una alegoría con la sociedad. En el núcleo familiar tradicional y conservador, el que se sitúa en el cúlmen, el que acumula la mayor cantidad de privilegios y potestades es el patriarca, seguido no precisamente de cerca por la madre, y situados ambos sobre la base de la pirámide de poder, constituida por sus hijos e hijas.

Esta vertiente de la autoridad toma muchas formas en el cine, ya que éste obviamente intenta abarcar la máxima cantidad de variantes del sistema familiar. Una de las tipologías sería la de la familia tóxica, violenta y explícitamente autoritaria de la que los hijos e hijas quieren escapar en la búsqueda de una identidad propia lejos de la actitud invasiva y opresiva de sus padres. Se encontraría representada por ejemplo en À nos amours (Maurice Pialat, 1983), la historia de una adolescente que sufre abusos por parte de su madre y su hermano y que se refugia en las relaciones sexoafectivas con hombres mayores. También la encontramos en Into The Wild (Sean Penn, 2006), basada en una historia real, que narra el trayecto de un joven que, para lanzarse a lo salvaje a sobrevivir de forma independiente, deja atrás absolutamente todo lo que conoce, incluyendo la violencia doméstica y las mentiras generadas y mantenidas durante años en su familia. Pero la violencia física no es la única muestra del ejercicio de poder que se da entre padres e hijos. La manipulación emocional supone otra efectiva herramienta para mantener la supremacía paterna cuando la subordinación de los hijos peligra, como podemos ver en Ginger and Rosa (Sally Potter, 2012), en la que Ginger, en pleno desenvolvimiento como individuo completo y autosuficiente, se ve envuelta en el caos creado por su padre, que solo ejerce como tal cuando es necesario convencer a su hija de que la manera que él tiene de gestionar las relaciones es la única válida. Un fenómeno muy parecido se da en Captain Fantastic (Matt Ross, 2016), en la que la autoridad se canaliza a través del adoctrinamiento en un determinado estilo de vida. Un caso especial es el de La vieille dame indigne (René Allio, 1965), sin que serlo implique que la historia tenga menos lógica o verosimilitud. En esta película existe una inversión de roles que sabemos que es posible una vez que los progenitores llegan a la tercera edad y los hijos e hijas son ya adultos. Esos roles son potenciados por el hecho de que es la madre, sometida durante décadas a una servidumbre doméstica y patriarcal, la que recibe el angustiante peso de la autoridad filial. Como los jóvenes de las primeras películas mencionadas, esta mujer anciana se embarca en la búsqueda de una identidad lejos de aquellas personas que la habían anulado.

Como decía, la educación es también un pilar básico a la hora de hablar de autoridad, pues se trata en esencia de una sola persona conduciendo las mentes de un gran grupo de seres humanos en formación. También esta vertiente se subdivide a su vez, ya que la figura de la autoridad-guía puede resultar en una influencia positiva o negativa para sus subordinados, aunque en última instancia siga siendo un líder impuesto al que por obligación se le debe obediencia.

En la variante positiva, tenemos como ejemplo la célebre Dead Poets Society (Peter Weir, 1989), en la que el personaje de Robin Williams apenas parece realmente una figura autoritaria, pues insta a los alumnos a pensar por sí mismos, a salir del camino marcado por su escuela, por sus familias y en general por la sociedad. ¿Es lícito entonces aceptar la autoridad cuando ésta precisamente fomenta la desobediencia y la autonomía? El filósofo Weber en sus teorías sobre la autoridad apostaba por la emancipación humana y por el autodominio frente a las presiones externas, así que personalmente me parece conflictivo que aquel que abandera ese autodominio lo haga desde una posición privilegiada y de poder. Sin embargo, es preferible el ejemplo anterior o el del entrañable profesor de La lengua de las mariposas (Jose Luís Cuerda, 1999) a los que trataremos a continuación.

La variante doblemente negativa de la figura de autoridad educativa prescinde de la condición de guía y se convierte en un líder tiránico, al que se obedece por miedo o por convicción, siguiendo una norma que en teoría ofrece a la sociedad que la acepta cohesión y orden. El ejemplo por antonomasia es el de Die Welle (Dennis Gansel, 2008), en el se reproduce un gobierno totalitario a nivel reducido, en una clase en lugar de un estado, con el profesor a la cabeza y los alumnos y alumnas como súbditos. Precisamente con el ansia de demostrar el funcionamiento de ese tipo de sociedades dictatoriales, el propio juego se convierte en una realidad cuando los alumnos, criados no en un sistema dictatorial pero sí en uno que, como hemos dicho, fomenta la asimilación de estructuras de poder, aceptan e incorporan a su esquema mental la nueva política de la clase, que viene siendo la anterior pero subrayada y magnificada. Una historia en la misma línea sería la de Whiplash (Damien Chazelle, 2014), en la que un profesor absolutamente abusivo, esta vez sin ningún ánimo de mostrar una realidad de manera didáctica a sus alumnos, los avasalla y maltrata, y ellos son incapaces de salir del ciclo de abuso porque guardan la esperanza de mejorar sus habilidades si aguantan y obedecen.

La autoridad en la educación me perturba especialmente porque es una herramienta valiosísima de legitimación del sistema, puesto que ella misma adopta la estructura y la normaliza, y obviamente hace lo posible por convertirla en un elemento clave en las mentes de todos los seres en configuración que más adelante serán parte activa de la sociedad.

Después de la principal etapa de formación en la existencia del ser humano, existe otra relación que puede reflejar de manera muy fuerte las desigualdades de poder. Se trata de la pareja, ya que en una sociedad completamente absorbida por el amor romántico, asentado en la dependencia emocional, la posesividad y mitos como el de la media naranja o el de la omnipotencia del amor, esos desequilibrios se dan con mucha frecuencia. En Sunset Boulevard (Billy Wilder, 1950), pese a que en muchas ocasiones parezca que es Norma la que maneja la situación (por su superioridad económica), si se ahonda en las dos relaciones que el protagonista establece durante la película, es visible que a nivel sentimental él tiene en la palma de su mano a ambas mujeres, manipulándolas y retorciendo sus mentes a su gusto. En L’avventura (Michelangelo Antonioni, 1960), después de la trágica desaparición de Anna y de que todo el mundo se olvide de ella, la relación entre Sandro y Claudia se vuelve terriblemente tóxica, pues él está endiosado, mientras que ella se ahoga en una mezcla de extraña y escondida culpabilidad y miedo a ser abandonada. El desequilibrio llega hasta puntos muy altos, como una escena en la que Claudia, rozando la apatía, dice reiteradamente que no le apetece intimar, y él ignora sus palabras, forzándola y evidenciando el poder mayúsculo que tiene sobre ella.

3.

Estas ramificaciones del árbol del poder son, como ya hemos dicho, parte de un sistema mucho mayor, un sistema gobernado por instituciones que se encargan de hacer de esta división entre poderosos y sometidos un ciclo del que es prácticamente imposible salir, pues evoluciona con el tiempo y desarrolla métodos de auto-legitimación, convirtiéndose en un ideario complejo que fluye constantemente por las mentes de los miembros de una sociedad. El ansia de pertenencia al grupo predomina y evita la disidencia, especialmente en referencia a situaciones sociales tan estandarizadas. El contrato de Rousseau deja de ser del todo consensuado y se convierte en un peso para la parte pasiva, mientras que ofrece eternos privilegios a aquellos que se encargan activamente de forzar su relativo cumplimiento. Ese consenso mencionado es clave, su preservación, así como la de la independencia individual y la garantía de la libertad de pensamiento, permitirían un equilibro entre el aislamiento y la sociedad de masas obedientes.

Gran cantidad de películas han criticado o mostrado el nivel hasta el que puede llegar esa alienación y esa obediencia ciega a la autoridad. Un ejemplo es The Crowd (King Vidor, 1928) que, como su propio título indica, trata la vida de uno más de nosotros, y desmitifica la fantasía creada por las élites para mantener el sistema, que intenta convencernos que siguiendo las normas y adaptándonos a los moldes podemos ascender socialmente y alcanzar una posición de poder sobre el resto, sin darnos cuenta precisamente de que somos uno más.

Como comentaba al inicio de este artículo, es evidente que todos los seres humanos tenemos en la mente grabada nuestra situación en la pirámide del poder, nos acostumbramos a ella y la aceptamos. Sin embargo hay salidas, por lo menos teóricas, que permitirían llegar al ya mencionado equilibrio entre el entendimiento colectivo y la conservación de la individualidad. Para ello es necesario dejar de asociar la autoridad al orden, y de dar al orden conocido la peculiaridad de ser el único viable para la vida. Las ficciones distópicas nos demuestran que por muy ineludible que parezca el camino marcado por el poder, ni mucho menos es el que debemos seguir si la sociedad a la que mantiene en pie es opresiva.

Así pues solo nos queda generar preguntas, muchas preguntas, e intentar respondérnoslas. Si la autoridad alimenta la sociedad tal y como la conocemos, ¿es ésta la que queremos? ¿La queremos creando dependencia ideológica y moral, anulando a la mayor parte de individuos y sumiéndolos en la pasividad en favor de los agentes del poder? Es preciso pensar y pensarse a uno mismo, como hacíamos al inicio, siendo conscientes de que no vivimos en una burbuja aislada sino que el mundo nos afecta. Y, como dice Lipovetsky, el cine genera un espacio abierto al análisis, así que aprovechémoslo.

 

Bibliografía

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http://www.uhu.es/cine.educacion/cineyeducacion/temaslaola.htm

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Peña Acuña, Beatriz. La autoridad como refuerzo de la imagen social de los medios. El caso del cine. http://fama2.us.es/fco/frame/frame6/estudios/1.4.pdf

Broullón Lozano, Manuel. Algunas calas entre cine, literatura y poder. https://www.academia.edu/8076439/Algunas_calas_entre_cine_literatura_y_pode r_Franz_Kafka_Orson_Welles_David_Fincher

Pedraz Poza, Sara Angelina. Sexo, poder y cine. http://icono14.net/ojs/index.php/icono14/article/view/59

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