Artículo de opinión publicado en el Ara el 27 de febrero de 2022.

En su discurso pocas horas antes de empezar a invadir Ucrania, Putin argumentó que el ataque se entregaba contra Occidente en su conjunto y acusó al mundo occidental de querer utilizar Ucrania como trampolín para invadir y destruir Rusia. La existencia de un enemigo exterior, identificado como Occidente por una gran parte de regímenes despóticos rusos a lo largo de la historia, ha posibilitado que sus autócratas perduraran. Del zarismo al comunismo y el siglo XXI actual, han cambiado sistemas políticos y económicos, pero el discurso antioccidental ha marcado el poder político ruso, con pocas excepciones. Y la política occidental, por otra parte –en el momento actual identificada con lo que viene de Washington y el mando de la OTAN– tampoco ha hecho nada para que este discurso no se aguantara por ninguna parte; al contrario. Ni Europa occidental, lamentablemente, ha reaccionado unida ante la actual crisis. ¿Quién comprende y se preocupa realmente por la población que vive en Ucrania, Rusia o Bielorrusia que comparte, en su gran mayoría, la voluntad de vivir una vida normal? Sin que sus vidas, y las de sus hijos y sus nietos dependan de un político o de una bandera. En Occidente esto no siempre se entiende. Incluso quienes han leído a Tolstoi o Grossman prefieren tranquilizar su conciencia pensando que aquello es otro mundo, donde todo es, de alguna manera, diferente e incomprensible. Por eso el discurso sobre la “vileza del imperio del mal”, como Putin define el mundo occidental, todavía hoy se utiliza como el as que te sacas de la manga cuando se trata de justificar incluso la guerra o las guerras.

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