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La gravedad de los hechos. Gerard Pamplona

Gerard Pamplona, investigador predoctoral del Grupo de Investigación de Estudio de las Instituciones y de la Sociedad en la Catalunya Moderna de la UPF.
14.03.2022

 

Hasta febrero de 2022, buena parte de la sociedad europea concebía que los tiempos en los que las guerras legitimadas por factores etnolingüísticos habían quedado en la memoria de los horrores de la Segunda Guerra Mundial y, como última expresión, en la de los Balcanes. Sin embargo, ahora es evidente que hemos vuelto a experimentar aquellas viejas dinámicas para solucionar conflictos que si van creciendo en intensidad, nos pueden llevar al abismo colectivo.

En los últimos años hemos podido observar cómo el dominio geopolítico de EE.UU. y sus aliados se ha reducido progresivamente ante la pujanza de otros actores, demográficamente fuertes y con unas economías en expansión. Las derrotas de Afganistán e Irak, sumadas a las últimas crisis económicas, han acelerado este proceso y han evidenciado su flaqueza frente a conflictos largos y cruentos. Por otra parte, la mayor perjudicada es la UE, aún en proceso de formación y definición política que en los últimos años ha perdido, además, el protagonismo y capacidad de interferir conjuntamente en los asuntos globales, siendo el mayor mercado único del mundo.
 
La Federación Rusa, el principal estado surgido tras la disolución de la URSS, en los últimos años ha ido recuperando el terreno que había perdido, buscando apoyo internacional y favoreciendo la perdurabilidad de aquellos regímenes hostiles en Occidente, como Venezuela y Siria. Esta estrategia, sumada a la recuperación económica y militar llevada a cabo gracias a la venta de materias primas al resto de Europa, le ha permitido convertirse en una alternativa internacional a EE.UU., tanto ideológica como militarmente y, como resultado, se ha empoderado para invadir otros estados.
 
La invasión de Ucrania no es fruto de una mente enfermiza que lidera con mano de hierro el Kremlin. Es una estrategia bien calculada que pone en evidencia unas posiciones políticas claras y que envía un mensaje de rechazo hacia Occidente y todo lo que éste representa. La lógica política de la guerra fría no ha desaparecido. Aunque hoy ya no se trata de una lucha ideológica, aunque en parte también, lo que nos encontramos ahora es un toque de atención que nos hace saber cuál es la línea roja que marca Rusia ante el avance del OTAN y la UE, además de un aviso de hasta dónde es capaz de llegar para sentirse segura.
 
La búsqueda de una buffer zone entre la OTAN y su territorio se traduce, geográficamente, en una recuperación de aquellos territorios que, históricamente, habían formado parte de su imperio. Precisamente esta última cuestión es clave para entender la justificación de la invasión.
 
Paralelamente, esta estrategia también está ligada a los objetivos imperialistas de Putin. La búsqueda de una buffer zone entre la OTAN y su territorio se traduce, geográficamente, en una recuperación de aquellos territorios que, históricamente, habían formado parte de su imperio. Precisamente esta última cuestión es clave para entender la justificación de la invasión. Desde una perspectiva rusa, Ucrania no puede concebirse fuera de la Federación, ya sea por razones culturales como por las estrechas conexiones socioeconómicas que les han ligado durante siglos, únicamente separadas por culpa de las políticas de Gorbachov durante la caída del bloque soviético. Bajo el pretexto de un genocidio de los rusohablantes por parte del gobierno de Kiiv, ahora el dictador ruso sigue con una política expansionista desacomplejada iniciada en 2014 con la anexión de Crimea y con la guerra del Donbass.
 
Nos encontramos ante una situación que, si lo comparamos con el caso de la Alemania de entreguerras (desgraciadamente hay demasiados paralelismos), nos sitúa en un contexto político especialmente peligroso. Por ahora no se puede determinar cómo acabará todo, pero si alguna certeza tenemos, es que nada volverá a ser igual. El mundo ha cambiado y se ha entrado en un nuevo paradigma en las relaciones internacionales que ha abierto la puerta a una vieja forma de reclamar territorios por parte de los grandes estados: la guerra. Sólo el tiempo dirá si ésta es una tendencia que seguirán otros países como China, quien lo mira conocedora de que el pulso para la hegemonía mundial no está en el este de Europa, sino en el pacífico.

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