Atrás ¿Vuelta al futuro? Lo que la historia nos dice sobre el conflicto ruso-ucraniano y el mundo de las próximas décadas. Gennadi Kneper

¿Vuelta al futuro? Lo que la historia nos dice sobre el conflicto ruso-ucraniano y el mundo de las próximas décadas. Gennadi Kneper

Gennadi Kneper, profesor del Departamento de Humanidades de la UPF.
12.04.2022

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Desde el comienzo del conflicto armado entre Rusia y Ucrania en febrero de 2022, ambos bandos hacen referencia al supuesto carácter fascista del enemigo, esforzándose por enmarcar las acciones del contrincante como manifestaciones del espíritu destructor y despiadado demostrado durante la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, en muchos respetos la guerra que presenciamos en Ucrania recuerda más los conflictos bélicos del largo siglo XIX.

Fijar nuestra mirada en algunas de estas guerras puede ayudarnos a entender mejor qué está pasando ahora. Al igual que muchas contiendas decimonónicas, el conflicto actual está marcado por cuestiones relacionadas con la independencia estatal, la identidad nacional y la rivalidad entre los grandes poderes (y no tanto por las ideologías extremas y los sistemas totalitarios que determinaron el contexto de la Segunda Guerra Mundial).

En el mundo decimonónico, la disposición de emplear fuerza militar para alcanzar objetivos estratégicos y tácticos formaba parte del repertorio político de cualquier gobierno europeo y estadounidense. Su amplio uso podía observarse tanto en los conflictos internacionales como en los conflictos internos. La unificación italiana a mediados del siglo XIX se llevó a cabo a través de una sucesión de levantamientos armados, revoluciones locales y guerras interestatales, en las que aparte de los propios italianos participaron el Imperio francés de Napoleón III y el Imperio austriaco de los Habsburgo.

De modo similar, la creación del Imperio alemán fue el resultado del complicado juego diplomático y militar encabezado por Otto von Bismarck en su función como jefe del gobierno del Reino de Prusia. Su credo político, conocido como Realpolitik, se basaba en el frío cálculo de los intereses estatales y el uso deliberado de la fuerza armada. Las victorias prusianas contra los Habsburgo en 1866 y Napoleón III en 1870 abrieron el camino a la fundación de una Alemania gobernada desde Berlín. Asimismo, crearon un lío de tensiones interestatales que fue propicio para el comienzo de la Primera Guerra Mundial.

Más al este, la rivalidad ruso-turca llevó a numerosas guerras entre ambos imperios. Entre 1853 y 1856 el Imperio otomano, aliado con Francia, Reino Unido y el Reino de Cerdeña, derrotó a los rusos en la Guerra de Crimea. Un cuarto de siglo después, el modernizado Imperio ruso realizó una amplia y exitosa campaña militar, que obligó al Imperio otomano a reconocer Rumanía, Bulgaria, Serbia y Montenegro como estados independientes.

A principios del siglo XXI, muchos europeos han olvidado en qué medida la historia de su propio continente está marcada por conflictos armados. Precisamente por eso, la guerra entre Rusia y Ucrania produce un efecto psicológico tan devastador

En el mismo Imperio ruso, el gobierno zarista tuvo que enfrentarse a dos insurrecciones polacas (1830 y 1863), que en parte transcurrieron en los territorios de la actual Bielorrusia y la Ucrania occidental. Aquí las complejas cuestiones identitarias chocaron con las desavenencias sobre el autogobierno regional, y terminaron en demandas secesionistas de los polacos, que querían restablecer su propio estado independiente. En ambos casos, el Imperio ruso logró derrotar a los insurrectos, si bien con muchas dificultades y uso extendido de la fuerza militar.

Las élites rusas no eran las únicas que debían enfrentarse a los desafíos secesionistas y las irresueltas cuestiones identitarias. En EE.UU., las contradicciones socioeconómicas entre el Norte y el Sur llevaron a una sanguinaria guerra civil (1861-1865). A su vez, el Imperio británico no logró acomodar los intereses de los irlandeses dentro de su sistema constitucional. Cuando después de varias décadas de intentos infructíferos se puso de manifiesto que el autogobierno no se conseguiría por vía pacífica, los irlandeses iniciaron una sangrienta guerra de guerrillas contra los británicos (1919-1921), que acabó con la división de la Isla Verde y comportó brotes violentos hasta 1997.

A principios del siglo XXI, muchos europeos han olvidado en qué medida la historia de su propio continente está marcada por conflictos armados. Precisamente por eso, la guerra entre Rusia y Ucrania, que contiene varios elementos de los conflictos aquí mencionados, produce un efecto psicológico tan devastador. Hoy en día, la existencia de amplios arsenales nucleares convierte una nueva guerra mundial en un evento con un coste prohibitivo y consecuencias desoladoras. Conflictos armados a escala más pequeña son, sin embargo, no sólo posibles, sino probables. Lo saben las élites en EE.UU., Rusia y China. Ya es tiempo que también se entienda en Europa.

La salida de este callejón sin salida pasa, como siempre, por largas y arduas negociaciones con compromisos difíciles, que dejarán comparativamente insatisfechos a todos los involucrados. Pero frente a la posibilidad de guerras continuas, un orden que tenga en cuenta las preocupaciones de todos los países del continente, incluidos Rusia y Turquía, es sin duda la alternativa preferible.

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