Atrás Un telón de silicio (y de silencio). Frederic Guerrero-Solé

Un telón de silicio (y de silencio). Frederic Guerrero-Solé

Frederic Guerrero-Solé, profesor del Departamento de Comunicación de la UPF
11.03.2022

Imatge inicial

La invasión rusa de Ucrania es de nuevo la sangre derramada en territorio europeo, un drama execrable que nuestra construcción del presente, basada en lugares comunes como que estamos en el siglo veintiuno, consideraba inconcebible. Pero la lógica de la guerra sigue otros caminos. Una lección que ya deberíamos tener aprendida.

Quince días han bastado para volver cincuenta, cien años atrás. Por volver a la lógica del estado represor, de la sanción, de la expulsión, de la retirada y el rechazo como castigo y como forma de respuesta al clamor social, económico y político. Para volver a la dinámica de la polarización, a la destrucción de puentes y a la construcción o reconstrucción de antiguos odios y desconfianzas, casi siempre latentes. Se confirman los estereotipos, la historia se repite.

En cuanto a los medios, se impone la lógica del miedo, de la aguja hipodérmica, el temor a que el individuo no sepa distinguir entre verdad y mentira, porque desconoce los recursos, si existen, para ello. El miedo a que se crea las mentiras ajenas o no crea las propias: propaganda – contrapropaganda. La guerra, la segunda, fue la que inspiró a Davison la formulación del efecto tercera persona: la maquinaria ideológica japonesa en forma de papeletas lanzadas por los aviones de futuros kamikazes penetrando en los cerebros de los soldados de los batallones afroamericanos. Un sesgo con una derivada conductual trágica: la censura.

Vuelven Lenin y su teoría sobre la prensa que ahora abraza a Occidente: la libertad (de prensa) es un arma en manos de tu peor enemigo. Es necesario eliminarla, si no quieres ser eliminado. Los bolcheviques se apropiaron del monopolio de la prensa, del papel, de la tinta, de la letra, de la palabra. Imposible imprimir sin pasar por un número incontable de comités y comisiones de control, revisión, adecuación y aceptación del PCUS, como imposible escribir novelas o realizar películas. Ahora, el papel (¿por fin?) ha desaparecido, los aviones ya no tiran papeletas, y el control se realiza sobre plataformas, servidores e IPs. El combate por la hegemonía de Gramsci en su versión más radicalmente digital.

El resultado es el levantamiento de un nuevo telón, no de acero, sino de silicio (o no sólo de acero, sino también de silicio); una partición simbólica-digital de Europa en dos, en un mundo ya partido en demasiados pedazos.

El resultado es el levantamiento de un nuevo telón, no de acero, sino de silicio (o no sólo de acero, sino también de silicio); una partición simbólica-digital de Europa en dos, en un mundo ya partido en demasiados pedazos. Un relato escaso de los hechos diría que primero fueron los países europeos quienes prohibieron las retransmisiones de Sputnik y Russia Today, consideradas aparatos del estado de Putin y difusoras de las mentiras y tergiversaciones de la realidad y de los marcos para interpretarla; la reacción del gobierno ruso fue inmediata, con el cierre forzado de medios alternativos que no seguían las líneas oficiales, como Ekho Moskvi o Dozhd (Rain) TV, así como la limitación del acceso a determinadas plataformas digitales como Facebook (un actor secundario, hay que decirlo, en Rusia). Lo habría hecho igualmente, el orden no importa, de eso hay pocas dudas, pero haciendo Europa lo mismo, se abocaba a una escalada de respuestas cada vez más severas en un país con un vasto conocimiento de esta materia a lo largo de la historia.

También las plataformas han decidido dejar de prestar servicios en el país, al igual que la gran mayoría de las multinacionales de propiedad occidental. Los rusos ya no tienen a Netflix, ni a Tik Tok, ni a Twitter, ni a Spotify, ni a Disney+, como no tienen a Zara o Chanel, o a dos de los alumnos aventajados de la economía del silicio, Visa y Mastercard (no, no es el regreso del viejo sueño del comunismo soviético). También abandonan Rusia símbolos como McDonald's, Coca-Cola, Starbucks. El patriarca Kirill se frota las manos: el diablo corruptor abandona la Santa Rusia.

A cambio, nosotros ya no tenemos Russia Today, ni Pervi Kanal, entre otros muchos, y debemos hacer equilibrios para acceder a la información oficial rusa. Somos incapaces de realizar un análisis en condiciones de los contenidos que difunden y de cómo la agenda mediática puede condicionar las actitudes de la población rusa. Y lo más importante, ya no tenemos el contenido generado por los usuarios rusos, su protesta, su oposición a la guerra, ocultada, su denuncia de los desmanes cometidos dentro de su país.

El telón de silicio, ya existente y tácitamente aceptado con la a priori culturalmente distante China, se impone como forma nostálgica de retorno a un (¿nuevo?) orden mundial que ya no existe, o ya no debería existir, y recupera viejas víctimas. Dudo que arrebatar el contacto de las generaciones de jóvenes rusos con la cultura occidental (han heredado de sus padres y abuelos la fascinación por esta cultura) sea una solución. Es pagar por un crimen ajeno (el de Putin, el de su élite, el de su afán de regreso al pasado imperial) con un doble castigo. Dostoyevski en el cuadrado.
 

Porque hay otro miedo, el del régimen del terror, la caza de brujas, Stalin y McCarthy cogidos de nuevo de la mano, en un entorno ya para siempre digital donde ahora no es el vecino, la pareja o el hijo convertido en héroe quien te denuncia, sino las trazas digitales (plataformas como Instagram anuncian que dejan de publicar las listas de seguidores para proteger a sus usuarios rusos y ucranianos de hipotéticas represalias). El gobierno ruso responde con la amenaza de represalias a quienes difundan mentiras, a quienes utilicen los marcos de conflicto inadecuados; los medios cierran, los periodistas se marchan, las distancias se ensanchan y volvemos al estancamiento, a la guerra fría, a la gestión del miedo al apocalipsis nuclear. Y vuelve el silencio. Los de los amigos allí, que no se atreven ni a hablar.

Y Europa responde con una misma moneda, con un horizonte de régimen del terror encubierto de lo que deberíamos huir siempre. Se avisa de nuevas medidas de combate de la desinformación, la manipulación y las injerencias extranjeras, a la vez que, a nivel microscópico, se cae en el ridículo de los boicots culturales. A pesar de la dureza del conflicto y de la necesidad humana de encontrar formas de actuación comprensibles, se invierte en la profecía autocumplida: si nuestras acciones les alejan de nosotros, se acabarán alejando de nosotros.

Debemos reflexionar sobre si este telón de silicio es imprescindible, aporta beneficios, disminuye riesgos y peligros, favorece una resolución rápida del conflicto, que es lo que todos deseamos. En este sentido, Roskomsvoboda, una ONG rusa dedicada a la protección de los derechos de los usuarios de Internet, alerta a Europa que la introducción de sanciones sólo ayuda a la censura en Rusia, y pide que las detengan.

Nuestra libertad no es sólo que nos ofrezcan la verdad; es también que no nos priven de saber dónde está la mentira. Y los telones sirven para cubrirla. A ambos lados.

Y también debemos reflexionar sobre si nuestros medios han establecido unas relaciones de confianza con la sociedad lo suficientemente sólidas como para que ésta no dude de la veracidad de su información y sea, consecuentemente, invulnerable a las mentiras de hipotéticas fuentes intoxicadoras (bravo, TV3, ¡por la valentía de incluir 'el otro lado'!).

No, no podemos permitirnos un nuevo telón, no podemos tolerarlo. No queremos nuevas fronteras ideológicas, como no queremos nuevas guerras, ni silencios. El conflicto armado acabará –cuanto antes–, pero quedará el pesar, el miedo y la desconfianza mutuas. Necesitamos espacios de diálogo e interacción constante, no expulsar a deportistas, influencers o científicos por el simple hecho de ser rusos (no sé si así les evitamos acusaciones y represalias, es todo muy complejo y la historia no ayuda a sosegarse). Merecemos un espacio digital abierto, poder mantener las redes de activismo, de cultura, de ciencia. La lógica de la censura no puede imponerse desde ninguna parte. Y ese mimetismo con el que actúan las instituciones occidentales no hace prever un escenario muy optimista. Nuestra libertad no es sólo que nos ofrezcan la verdad; es también que no nos priven de saber dónde está la mentira. Y los telones sirven para cubrirla. A ambos lados.

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