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¿Por qué debería importarnos a todos el bienestar planetario? Josep Lluís Martí

Josep Lluís Martí, comisionado para el proyecto Bienestar Planetario y profesor del Departamento de Derecho de la UPF
16.12.2021

 

¿Por qué debería importarnos a todos el bienestar planetario? ¿Cuál es el ideal de bienestar planetario? ¿Por qué los estados, ciudades y ciudadanos de todo el mundo deberían saber qué es, preocuparse y tomar medidas? Y, más concretamente, ¿por qué las universidades y las alianzas de universidades deben preocuparse de entrada por esta idea? Permítanme que trate de darle unas cuantas respuestas a estas preguntas.

1. Creo que, en este punto de nuestra historia, es evidente para todos los que vivimos expuestos a unos retos globales gigantescos y complejos, incluso a amenazas existenciales, cuya solución requiere y requerirá respuestas integradas, interdisciplinarias, complejas y avanzadas tanto de la ciencia como de nuestras instituciones políticas locales, nacionales, transnacionales y globales. Sí, me refiero a esa terrible pandemia del coronavirus y de la salud global en todas sus otras dimensiones. Y sí, también me refiero a la terrible y terrorífica crisis climática, cuyos efectos acabamos de empezar a experimentar.

Pero, de modo más general, también me refiero a la preservación de los ecosistemas, la protección de especies en peligro de extinción y la lucha contra la pérdida de biodiversidad. También me refiero a luchar contra la pobreza severa y el hambre, a garantizar el acceso a agua limpia ya unas condiciones sanitarias, y proporcionar energía asequible y sostenible a todos los seres humanos. Me refiero a la seguridad nuclear, oa la protección contra el terrorismo global –y lo digo con especial énfasis desde una ciudad que, como otras muchas, ha sufrido sus efectos–, y también a la preservación de la paz y la prevención y resolución de conflictos. Me refiero al fomento de la democracia, así como a la protección de los derechos humanos y la promulgación de nuevos derechos básicos digitales para todos. Me refiero a tener unas normativas mínimamente éticas para el sistema financiero global, pero también para la investigación científica, tecnológica y médica, una normativa que no debería poderse eludir fácilmente trasladando las actividades reguladas de un país a otro. Me refiero a luchar contra la corrupción política y contra la evasión fiscal, a promover los derechos de los trabajadores, la igualdad de género, la educación de calidad y otros muchos aspectos del bienestar humano.
 

2. Como puede haber observado, muchos de los problemas y retos que he mencionado están directamente relacionados con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, con la llamada Agenda 2030. Y debería quedar claro en estos momentos (sólo 9 años antes de la fecha límite global para alcanzar -al menos en parte sustancial- estos ODS) que todas las instituciones políticas, económicas y sociales, incluidas, por supuesto, las universidades, deberían estar firme y profundamente comprometidas en hacer su aportación para perseguir estos objetivos. Y el ideal del bienestar planetario está, por supuesto, relacionado con estos ODS y esa agenda. En realidad, puede verse como un compromiso concreto, una apuesta personal, un esfuerzo ambicioso por intentar contribuir a promover los ODS, al menos desde ahora hasta el 2030. Pero el bienestar planetario es un ideal que va mucho más allá.

¿Pero qué es exactamente el "bienestar planetario"? Permítanme que comparta con ustedes la definición de que un grupo de 15 estudiosos de disciplinas muy diferentes, como la medicina, la epidemiología, la economía, la filosofía, el derecho, la política, la comunicación, la ingeniería o la arqueología, dieron en el artículo titulado "The Planetary Wellbeing Initiative: Pursuing the Sustainable Development Goals in Higher Education" que salió este año en la revista Sustainability (este artículo lo encabezaron Josep Maria Antó, el exrector de la Universidad Pompeu Fabra Jaume Casals, los dos padres de la idea, y yo mismo –me gustaría poder decir que he sido la madre de la criatura, pero sería un papel mucho más importante, demasiado, que el que he tenido-, y dejad- me mencionó a los otros 12 autores: Paul Bou-Habib, Paula Casal, Marc Fleurbaey, Howard Frumkin, Manel Jiménez Morales, Jacinto Jordana, Carla Lancelotti, Humberto Lavadero, Lela Melón, Ricard Solé, Francesc Subirada y Andrew Williams), y ahora aquí tiene la definición:
 
El "bienestar planetario", tal y como hemos propuesto, podría entenderse como el nivel más alto de bienestar posible para los seres humanos y no humanos y sus sistemas sociales y naturales. Esta definición asume que podemos esperar prosperar en armonía con otros seres humanos y no humanos, sólo mediante una atención sensata a las instituciones políticas, legales, económicas, culturales y sociales que configuran los sistemas naturales de la Tierra. Una parte integral de la iniciativa es la idea de que la identificación de estrategias que promuevan el bienestar planetario requiere una combinación de investigación orientada al impacto con una actividad multidisciplinar e interdisciplinar.
 
La visión de este ideal de bienestar planetario la desencadenaron o iniciaron Jaume Casals y Josep Maria Antó, después la desarrollaron y perfeccionaron diferentes investigadores de la UPF a través de numerosas charlas y reuniones, y ahora cuenta con el apoyo total del actual párroco Oriol Amat.
 
La idea de "bienestar planetario", si me permite una breve referencia a su génesis, se inspiró en la, digamos, 'idea hermana mayor' de la salud planetaria, que surgió de una iniciativa conjunta de The Lancet , la Fundación Rockefeller y una red mundial de universidades e institutos de investigación sanitaria. En un artículo fundamental publicado en The Lancet en 2015, los autores señalaron que la humanidad ha alcanzado en este siglo XXI unos niveles sin precedentes de salud y bienestar globales, pero paradójicamente, al mismo tiempo estamos comprometiendo o incluso arruinando el planeta Tierra en la que vivimos. Por tanto, no es extraño que tengamos estrellas del rock mundiales del sector empresarial, tales como Elon Musk o Jeff Bezos, que se esfuerzan mucho para construir cohetes que nos permitan, o al menos les permitan a ellos, huir y volar desde la ¡Tierra hacia otro planeta! Como debería ser obvio para todos, si arruinamos o estropeamos nuestro propio planeta, por más exitosa que sea nuestra medicina, la humanidad estará perdida.
 
Así pues, la visión de la idea de salud planetaria es muy simple: la salud de los seres humanos no es independiente, sino interdependiente, está interconectada con la salud de los seres no humanos y la salud del planeta en su conjunto. El bienestar planetario es sólo una expansión de ese enfoque a una serie de inquietudes más generales y globales, que sin duda incluye la salud, pero que va más allá para cubrir todos los aspectos de valor para los seres humanos y no humanos.

Però què és exactament el "benestar planetari"? Permeteu-me que comparteixi amb vosaltres la definició que un grup de 15 estudiosos de disciplines molt diferents, com la medicina, l'epidemiologia, l'economia, la filosofia, el dret, la política, la comunicació, l'enginyeria o l'arqueologia, en van donar a l'article titulat "” que va sortir enguany a la revista Sustainability (aquest article el van encapçalar Josep Maria Antó, l'exrector de la Universitat Pompeu Fabra Jaume Casals, els dos pares de la idea, i jo mateix –m'agradaria poder dir que he estat la mare de la criatura, però seria un paper molt més important, massa, que el que hi he tingut-, i deixeu-me esmentar els altres 12 autors: Paul Bou-Habib, Paula Casal, Marc Fleurbaey, Howard Frumkin, Manel Jiménez Morales, Jacint Jordana, Carla Lancelotti, Humberto Llavador, Lela Mélon, Ricard Solé, Francesc Subirada i Andrew Williams), i ara aquí en teniu la definició:

3. ¿Pero por qué necesitamos este concepto de bienestar planetario cuando ya tenemos los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que cuentan con el apoyo inestimable de Naciones Unidas y han sido aceptados globalmente? Bien, en primer lugar, no son ideales incompatibles. Más bien deberían verse como complementos que se apoyan mutuamente. Los ODS constituyen, en cierto modo, un marco más general o global, ya que integran un lenguaje compartido y común que podemos utilizar en todo el mundo para hablar con otras instituciones académicas, sociales y políticas. Cuando la ciudad de Barcelona, ​​la Universidad de Liubliana, el gobierno de Nueva Zelanda o una corporación de Ghana reflexionan sobre los ODS y toman medidas ambiciosas para hacer su aportación a esta acción colectiva, todos saben más o menos de qué hablan. Y pueden, efectivamente, hablar entre ellos y compartir sus respectivas experiencias. En este sentido, los ODS proporcionan un marco universal y, por tanto, un lenguaje común. El bienestar planetario es, en relación con este lenguaje común, una forma, nuestro modo, de abordar y contribuir a los 17 ODS. Y tiene la ventaja, o esto pensamos, de aportar un enfoque interdisciplinar integrado u holístico, que podría incluir incluso otros objetivos.

Por otra parte, los ODS integran, como sabéis, la Agenda 2030. Sustituyen a los anteriores Objetivos de Desarrollo del Milenio, que proporcionaron una Agenda para 2015. Y, como es previsible, probablemente tomará el relevo otro marco diferente después de 2030. En otro sentido, el marco de los ODS es más limitado que el del bienestar planetario, ya que éste último es un ideal intemporal, que habrá que actualizar permanentemente y que, debemos reconocer, nunca conseguiremos del todo. Sin embargo, proporciona un horizonte inestimable para entender hacia dónde queremos ir, como humanidad, en qué dirección. Porque sólo cuando sepamos qué dirección es ésta, y sólo entonces, dominaremos realmente los conocimientos necesarios para evaluar cuáles deben ser los próximos pasos inmediatos, lo que me lleva al siguiente y último punto.
 

4. Vale, soy una persona muy optimista, quizá incluso patológicamente optimista, pero déjeme que sea totalmente sincero: estamos –todos nosotros, como colectivo– en una mala situación, muy negativa. Durante generaciones, nuestra gestión de la Tierra no ha tenido en cuenta las dimensiones más importantes que, como sabemos, eran cruciales para la sostenibilidad y la resistencia del planeta. Y ahora que las conocemos mejor, nuestras instituciones políticas no aportan las medidas efectivas y urgentes que se necesitan desesperadamente. Tomemos, de nuevo, los ejemplos de la crisis climática y la pandemia. Pocos días después de la COP26 de Glasgow, un nuevo fracaso de los gobiernos estatales del mundo para coordinar acciones ambiciosas y decisivas para detener las emisiones de CO2 y otras causas del calentamiento global y explorar cómo afrontar conjuntamente y colaborando las consecuencias y los efectos del cambio climático, cuando todavía asistimos a las disparidades patentes y abominables de la pandemia, por ejemplo en cuanto al número de respiradores, o de UCI, o de recursos y personal médico, pero también de lo injusta y descoordinada que sido la distribución de vacunas, o cuando todos hemos comprobado que la OMS no ha podido ni siquiera proponer un único estándar o métrica para contabilizar la mortalidad de la Covid19 por igual en todos los países, sólo podemos concluir que estamos fracasando.

No estamos respetando el legado que hemos recibido –aunque, es cierto, venía con sus propios déficits y carencias–, y, sobre todo, no estamos dejando un planeta mejor a nuestros hijos ya nuestras generaciones futuras, para ellos y para los seres no humanos cuyo destino desgraciadamente está ligado al nuestro, y de los que también somos responsables. La ciencia ha respondido en un nivel razonable. Ahora sabemos mucho sobre qué produce esta crisis climática, cuáles son sus causas, y sabemos muy bien qué es necesario para detenerla. También en cuanto a la pandemia, lo que hemos visto en el último año con el diseño, la producción y la distribución global de vacunas es casi un milagro. Sin embargo, los estados están demostrando ser incapaces de liderar una transición realmente ambiciosa hacia una economía de emisiones cero y las vacunas no se han distribuido en todo el mundo sobre la base exclusiva de criterios epidemiológicos y médicos, sino sobre todo por razones políticas y económicas.
 
Permítame añadir esta nota personal. Enseño sobre todo a jóvenes. Créanme: como sabe perfectamente, son plenamente conscientes de los riesgos a los que nos enfrentamos, de las amenazas existenciales que debemos afrontar, de los retos gigantescos que tenemos delante. Y están muy, sinceramente, profundamente preocupados. En la mayoría de mis cursos evalúo su rendimiento en un conjunto de puntos, el más importante es un trabajo final, un documento de política de orientación práctica en el que les pido que elijan un problema o reto concreto que pueda tener una dimensión global e identifiquen diferentes soluciones alternativas, que deben evaluar y comparar entre ellas antes de recomendar una. No escriben sobre cómo gestionar la crisis climática o cómo detener la pandemia o las guerras, sino sobre problemas más específicos. Escriben, por ejemplo, y todos estos son ejemplos reales, sobre la brecha de género en la educación pública en un país de América Latina, o sobre qué hacer con los refugiados sirios atrapados en Líbano, un país que realmente está sufriendo mucho en en los últimos años, o sobre cómo promover la construcción de vivienda sostenible en determinadas ciudades, o sobre cómo prevenir el edadismo –es decir, la discriminación por edad– en determinadas políticas económicas y educativas de un país determinado.
 
Les pido que sean creativos, que piensen a lo grande, que vean una perspectiva más amplia, que sean ambiciosos en las soluciones que proponen, pero también les pido que identifiquen obstáculos reales y que sean realistas. Lo que veo, cada año, en cada curso que imparto, casi en cada trabajo que leo, y que realmente es conmovedor y escalofriante, es hasta qué punto acaban siendo pesimistas y pierden la esperanza. Cualquier solución interesante, innovadora y disruptiva que puedan encontrar la rechazan de inmediato ellos mismos diciendo: "bueno, todos sabemos que esto no va a suceder nunca". ¿Se lo imagina? (oh, seguro que muchos de ustedes tienen experiencias parecidas, o sea que está claro que se lo podéis imaginar) Tenéis todas estas mentes frescas, jóvenes y brillantes delante de usted, perfectamente educadas, muy bien informadas, plenamente conscientes de los problemas a los que nos enfrentamos , y son escalofriantemente pesimistas. Y lo peor es que no se lo puedo reprochar. ¿Se equivocan, tal vez? ¿Cree, por casualidad, que la próxima COP, la COP27, será diferente de ésta o de las 25 anteriores? ¿Cree usted que el año que viene, en 2023, cambiaremos radicalmente la manera de distribuir las vacunas en todo el mundo, que utilizaremos COVAX tal y como se concibió originalmente, como un servicio global de compra y distribución centralizada de vacunas?
 

Y con esto llego a su fin. Aquí todos tenemos una responsabilidad especial. Y ahora hablo de las universidades en particular. Debemos cambiar la forma de investigar. Es necesario que sea realmente interdisciplinaria e integrada. Que tenga un enfoque holístico que nos permita entender la complejidad de las amenazas existenciales globales a las que nos enfrentamos y nos lleve a identificar soluciones prácticas. Debe estar orientada al impacto. Pero por impacto no me refiero ahora a investigaciones que puedan tener más citas académicas, sino a una investigación científica que pueda producir cambios en el mundo. Y para que esto sea posible debemos entender este mundo y las instituciones que operan. De lo contrario, no será posible ningún cambio y nuestros alumnos continuarán sin esperanza. Debemos cambiar la manera de enseñar y educar. Debemos dirigirnos a un público más amplio y global. Debemos concienciar y aumentar la calidad de la información en la que se basan los debates públicos en todo el mundo. Debemos interactuar mucho más con los gobiernos y las organizaciones políticas. Y, sobre todo, debemos difundir y divulgar los resultados de nuestros programas de investigación y educativos para todas nuestras sociedades.

Al final, y pese a todas las críticas que provocaron sus declaraciones, el expresidente Barack Obama tenía razón cuando, en la última COP26, se dirigió al público joven y afirmó que “Colectiva e individualmente todavía nos estamos quedando cortos . No hemos hecho lo suficiente para afrontar esta crisis. Habrá que hacer más. Que esto ocurra o no, en gran medida, dependerá de vosotros”. Y terminó: "A todos los jóvenes de todas partes, quiero que siga enfadados. Quiero que continúe frustrados. Pero canalice esta ira. Aproveche esta frustración. Siga presionando más y más para conseguir más y más. Porque eso es lo necesario para afrontar este reto. Prepárense para un maratón, no para un esprintado".
 
Bien. Esto es un maratón. Y creo que Obama tiene razón en dirigir nuestras esperanzas hacia los jóvenes activistas. Pero para que esto sea posible todos debemos jugar nuestro papel, y aquí las universidades y las instituciones políticas son dos actores privilegiados con unas responsabilidades muy especiales. Por eso, al fin y al cabo, a todos debería importarnos el bienestar planetario.
 
Y ya sabéis lo que dicen. Un pesimista es alguien que encuentra una catástrofe en cada oportunidad, mientras que un optimista es alguien que encuentra una oportunidad en cada catástrofe. Trabajamos juntos para que mis alumnos, nuestros alumnos, vuelvan a ser más optimistas, y para darles un poco de esperanza. Su increíble inteligencia hará el resto.

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