Artículo publicado en El Mundo el 23 de mayo de 2023

Los insultos a Vinicius llamándolo “mono”, antes y durante el partido celebrado en Mestalla entre el Valencia CF y el Real Madrid, han alcanzado una repercusión global más allá de los límites del fútbol español. Incluso el presidente brasileño, Lula da Silva, se ha pronunciado en el foro del G7. El descrédito para el fútbol español al ser acusado de racista es de dimensión mundial. 

Es tentador y, además, relativamente sencillo tomar medidas sancionatorias contra los individuos que ayer insultaron al jugador madridista. Y si aún no nos sentimos satisfechos con las medidas vigentes, solo hay que endurecer las sanciones: más años de prohibición de asistir a los campos de fútbol, incrementar la multa económica o, incluso, imponer algún tipo de sanción penal (ya hay una primera querella por racismo en el caso de Iñaki Williams por los insultos de los que fue objeto en el estadio del RCD Espanyol). Es el sentir generalizado. Ahora bien, ¿solucionaremos así el problema? ¿O es esta la manera más adecuada de afrontar el
problema del racismo en el fútbol?

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