Artículo publicado en El Nacional el 20 de enero de 2023

No deja de sorprender cómo la economía se mueve en la obviedad de cosas que hacen pensar que, más allá de la aspiración científica, la nuestra es una disciplina de sentido común. Para quienes pertenecemos a la economía aplicada, la contorsión la valoramos en el extremo cuando aterrizan los economistas más teóricos, que, en base a hipótesis, modelos y a veces métodos de contrastación, buscan acogerse en sus corolarios o en los resultados a las cosas que todos sabemos que conforman la realidad. Que un teórico descubra que las empresas no compiten, sino que buscan la ganancia y que ésta se protege poniendo barreras, o que las inversiones para la innovación se hacen para aumentar márgenes, que se quieren protegidos con patentes, y no por el bien común, es tanto como ignorar las aportaciones de los padres fundadores de la disciplina. Está claro que el empirismo y la intuición no son la alternativa absoluta al modelo; particularmente, cuando los datos con los que trabajamos son los que son, cuando en el futuro de lo que va a pasar a la economía pesa tanto el animal spirit, y cuando con las opiniones económicas todos se atreven, obviando el registro reputacional de cada uno .

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