3 de abril de 2020

Estimadas compañeras y estimados compañeros de todo el entorno UPF, estudiantes, personal de administración y servicios, profesorado, queridos amigos esparcidos por todas partes y estimados amigos de todo el mundo:

En primer lugar, muchas gracias por vuestros comentarios amables y por el sentimiento impagable de vuestro afecto. Intento encenderlo, que humee, para compartirlo, y que quede, como es debido, justamente repartido.

También en primer lugar, primerísimo, único, si queréis: un abrazo a todos los que os encontráis mal y a todos los expertos, en grados diferentes, que os habéis prestado a luchar a su lado para que se curen bien y deprisa. Os he dicho “ellos” ahora, a los enfermos, pero sólo un instante lingüístico, para volver a pensaros entre nosotros en el acto. Tenéis, enfermos y curadores de todo tipo, un apoyo muy grande de la ciudadanía, una presencia que vivo diariamente en el piso donde estoy encerrado con una parte de mi familia y que compruebo por todas partes donde llego a comunicarme.

Después, tengo que deciros que, en la reunión del Consejo de Dirección de la Universidad, hemos podido revisar con detalle los problemas que ahora comportan algunos exámenes pendientes y el comienzo de las clases del tercer trimestre, junto con las previsibles dificultades en doctorados, proyectos de investigación y otras actividades ordinarias de la Universidad. Quiero insistir, y lo hago con gran orgullo, en el hecho de que casi todos nos parecen superables. Y no es porque no sean hondos, algunos de estos problemas, sino por los ánimos, el coraje y la experiencia de los responsables y, en fin, de todos nosotros. Acabaremos perfectamente este curso.

Finalmente, me gustaría esbozar en pocas líneas una preocupación de un tamaño descomunal, que cuesta expresar sin sentirse fuera de juego y demasiado poco implicado en las soluciones. Este final pesa un poco. Cuando era joven y estudiaba filosofía en la UAB, mi ilusión era comprar libros. Libros de todo tipo, pero especialmente los que entonces consideraba libros de estudio, muchos publicados en París, en Oxford, en Frankfurt. Valían una fortuna, fácilmente 2.000 pesetas, entre 10 y 20 euros de hoy. Costaba comprarlos al precio de algunas clases de catalán que yo daba entonces por los barrios de Barcelona (era aquella gran causa de Òmnium Cultural) y costaba simplemente obtenerlos. Ahora ya no me gusta distinguir tipos de libros. Digamos que he confundido todos los géneros, la literatura, la música, la pintura y el cine, todo incluido. Por otra parte, el precio los ha juntado a casi todos, los libros, a un valor bastante asequible, similar en cifras absolutas al de aquellas joyas de Vrin, o de clásicos de Oxford, o facsímiles holandeses, de hace cuarenta años. Quiero decir sólo que en casa hay bastantes libros, tres o cuatro ordenadores, tablets, teléfonos, y además la UPF pone a disposición de los que estamos vinculados a ella la Biblioteca Digital de Catalunya, la flor y nata del antiguo CBUC de Lluís Anglada, Mercè Cabo, Montserrat Espinós, Ernest Abadal, Loli Manciñeiras, Joan Ramon Gómez Escofet y todas y todos los amigos de las universidades catalanas. Ahora, esto de las compras consorciadas se llama CSUC, siempre tan bien conducido por Miquel Puig y por nuestros expertísimos bibliotecarios de cada universidad y de la Biblioteca de Catalunya. Buenos recuerdos de lejos de más cerca. Ahora bien, estos días he pensado, como un estorbo persistente, ¿qué pasa con quien no tiene ni libros ni ordenador ni wifi? ¿Qué pasa con ese ser que, a los bien acostumbrados desde tiempos inmemoriales, nos puede llegar a parecer inexistente?

A los estudiantes universitarios, en Catalunya, os conocemos primero por algo que se llama vuestra nota de acceso y por la famosa nota de corte de los estudios. No es el mejor método, pero durante muchos años ha sido razonablemente consensuado como método equitativo de adjudicar las plazas. No ignoraré ahora todos los defectos respecto a la igualdad social que tiene el sistema de enseñanza catalán. Pero podríamos decir que, una vez en la universidad, no necesitamos saber nada de qué tienen en casa nuestros estudiantes ni de qué punto del mundo vienen. Con los estudiantes de postgrado y de doctorado pasa lo mismo. Nos interesan sólo su talento y sus resultados hasta ahora. La Universidad, las universidades, ponen a su disposición todo lo que necesitan. Repito, pasadme por un momento que ignore desigualdades latentes y también el esfuerzo titánico de los responsables de la educación primaria y secundaria. ¿Qué pasa ahora, durante estos días, en los que “lo que tengo en casa” y “¿dónde está mi casa?” se ha vuelto particularmente significativo, con quienes quizás no tienen en casa nada útil para el estudio? ¿Con qué consecuencias? No hablo de casos concretos. He abandonado los ejemplos para referirme a un problema general de la humanidad múltiple y variada y, ahora, desglobalitzada de repente. ¿Dónde nos estamos preparando de manera lo suficientemente seria para responder, en Catalunya, en Europa y en el mundo, a esta pregunta? Estoy seguro de que, en la UPF, nos sentimos obligados a hablar de ello por lo menos, tanto como a negociar con los sindicatos.

Os dejo aquí con el compromiso serio de intentar todo lo posible para hacer de la UPF una universidad atenta a este problema.

 

Un abrazo muy grande,

Jaume Casals
Rector
Catedràtic de Filosofia