8 de mayo del 2020

“Engañados van los humanos respecto al conocimiento de las cosas manifiestas”

“Porque muchos no entienden las cosas con las que van tropezando [...], pero creen que sí”

Heráclito (10 y 17 DK)

 

Estimados compañeros y amigos de todas partes,

Primero de todo: o los triángulos de Montesquieu iban engañados, pues, o los dioses también bailan.

 

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A este tipo de enigmas de la divinidad en las cosas se refiere Heráclito en los fragmentos que acabo de recordar. Por un lado se trata de Homero, el autor hipotético de la Ilíada y la Odisea. La sombra de Homero reduce a palabrería cualquier hablar, cualquier cantar, en el que no resuenen en cierto modo sus versos. Los que pasan por fundadores antiguos de nuestra cultura cifraban el sentido de las cosas que decían por su referencia a Homero, el nombre del hombre más sabio. Tenemos a Homero, pues, sentado tranquilamente. Del otro lado llegan unos chicos que se iban matando los piojos, tal vez en servicio mutuo. Se acercaron a él y le propusieron una adivinanza:

 

“Todo lo que hemos encontrado y cogido, lo hemos dejado. Todo lo que no hemos encontrado ni cogido, lo llevamos.”

 

La leyenda dice que Homero no supo resolver el acertijo. Otra leyenda cuenta que, trastornado por no haber sabido responder al desafío del enigma, murió. Sin explicar los detalles, porque del libro de Heráclito sólo tenemos fragmentos, estos dos están evocando precisamente esta historia. Incluso el más sabio va engañado. Pero no engañado por cosas muy oscuras y difíciles, sino por las más evidentes, aquellas con las que tropieza cotidianamente.

He recibido personalmente palabras muy amables por haber escrito algunas cartas abiertas como ésta, trabajo adjetivo que considero propio de mi trabajo principal, que es dirigir la Universidad. Quiero agradecerlas con esta última. Tendremos mucho trabajo con el desconfinamiento y con los eventuales retoques que pueden ir surgiendo. Pero ya empezamos a regresar de una temporada entera de perplejidad y mucho esfuerzo interior.

En un capítulo muy distinto, quiero acompañar en el sentimiento a los que habéis perdido a alguna persona querida y simpatizar con el sufrimiento de todos. La lección de esto que suele llamarse “el espíritu trágico” es que, sabiendo seguro que la vida se acaba, se puede apostar por la vida.

Las cartas las he escrito para los compañeros y los estudiantes de ahora y de antes, que son muchos y muy diversos, y también con la idea de que la universidad no sólo no termina en su vida interna presente, sino que ni tan sólo comienza en ella. El dolor de esta época nos distrae del significado de la UPF. Una buena universidad comienza fuera de sus rutinas, comienza en el compromiso académico y social con el mundo entero –el local también, claro– y a la vez con el ingenio o el talento que busca. Termina igualmente fuera, con los resultados que puede ofrecer a los miembros del grupo, a la ciudad, al país y al mundo.

Me parece que digo algo fácil de compartir y muy difícil de practicar. El noble sentimiento de pertenencia nos ensimisma mucho en nosotros mismos. Tenemos un “nosotros” un poco entonado, exclusivo y peculiar, con derechos discutibles que necesitamos como referencia. Pero el trabajo auténtico nos obliga a pensar en el mundo, en los “demás”, más que en el “nosotros”. Si les entiendo bien, la mayoría de los estudiantes ahora quieren al detalle y con todas las facilidades posibles la mejor formación, y luego les gustará haberla obtenido en una gran universidad. Todo esto debe compaginarse con educación y fair play. Como toda tragedia, tampoco es fácil de asumir.

Éstos son, en mi opinión, los límites de la universidad –están y no están. Todos hemos oído decir que el nombre “universidad” debería hacer la cosa. La gracia y el valor de la cultura y de la ciencia es precisamente la universalidad, el hecho de ser para todos, de no tener límites. Si quedaran atrapadas en los límites, no valdrían nada. Si no los reconociéramos, tampoco.

Un día pensé que era mi obligación, y ahora es mi deseo, contribuir a hacer evidente que la UPF no tiene límites, pero que reconoce unos cuantos de ellos. Veo muy claro que la Universidad será mejor, y más segura para los miembros de la comunidad donde se produce su servicio, cuanto más capaz sea de pensarse desde fuera y, desde fuera igualmente, de mirarse bien a ella misma antes de decidir que ya se conoce. Me parece que esto es exactamente lo que quieren decir los fragmentos primeros de arriba.

Aquí terminan estas cartas escritas desde una gran estima a nuestros y nuestras “queridas y queridos pompeus”, y a los amigos y amigas de todas partes que han querido leerlas y que invito de todo corazón a la Fabra, a pensar qué podríamos hacer mutuamente los unos por los otros. A los del nosotros –estudiantes, colegas, staff, alumni–, les agradezco infinitamente el trabajo notable, admirable, que están haciendo para mantener activa la UPF y encauzada hacia los objetivos de mejora constantes. A los demás, como dice la copla de Ferran Agulló que aprenden los niños en la escuela, les digo: “cuando en otoño se va la golondrina, no le digo adiós, le digo hasta la vista”.

Pero antes quisiera hacer un viaje final muy corto a Madagascar. El pueblo malgache y su lengua son ricos en proverbios. Y son de muy mal traducir. Hay uno que dice, aproximadamente: “Si te gustan unos zapatos, prepárate para calzarte otros”. Como muchos proverbios africanos, contiene una lección enrevesada, que parece desenfocada y hay que pensar. Es una adivinanza que en malgache suena como un retorno musical.

 

Jaume Casals