La reciente publicación del libro “Escenas de cine: guión y análisis”, coordinado por Pedro Sangro Colón y Miguel Ángel Huerta Floriano, incluye la colaboración del doctor Xavier Pérez con un texto sobre la estrecha relación que han mantenido dos elementos dramatúrgicos tan elementales  como son el suspense y la anagnórisis. Se trata de un minucioso ensayo sobre los dispositivos que la anagnórisis pone en juego en diversas escenas de la historia del cine y, en ese sentido, el enfoque es concordante con la premisa principal del libro: abordar un estudio a lupa de los resortes que apuntalan el buen funcionamiento de las escenas, aislar el sutil diseño que logra bascular tensiones sobre la fibra misma de un momento dramático.

Así pues, el libro “Escenas de cine: guión y análisis” se entrega a esta voluntad de calcar el relieve de una “micro-dramaturgia” subyacente, buceando en esos rigores narrativos que aseguran la eficacia del suspense, la construcción espacial, el toque de genio, el corolario visual o el incipiente clímax de las secuencias. En particular, el análisis de Xavier Pérez indaga en la tensión que el suspense es capaz de pulsar y calibrar, merced a su alianza histórica con otros elementos como la anagnórisis o la sorpresa. Esta suerte de coalescencia es, de hecho, la cuestión que el autor intenta dirimir: en ocasiones, el suspense es el músculo de una dilatación temporal, otras veces hará la función de un disparador hacia el pasado, o bien, por el contrario, nos empuja hacia la expectación futura. Tampoco faltan los momentos en los que, simplemente, quedamos  contraídos por el impacto de un hallazgo inesperado y, en tales casos, el suspense no hace sino bordar el envoltorio de la sorpresa… Como fuere, el suspense se ramifica como una suerte de metáfora vegetal. Funciona como la alquimia de una siembra. Su fruto puede caer sobre nosotros como la reveladora manzana del Eureka o, en el peor de los casos, resolverse con el regusto traicionero de la fruta podrida.

El itinerario propuesto por Xavier Pérez, desde Luces de la ciudad o Tú y yo hasta Monster Ball o Seven, arroja suficiente diversidad como para hacerse una idea de hasta qué punto la mascarada del suspense resulta irreductible a una fórmula cerrada. Es precisamente esta incapacidad para reconocerse plenamente en un patrón único, lo que dota al aparato del suspense de su mayor y más acerado poder: suspender nuestra atención en el deseo.