Volver a orientarse
En su opúsculo ¿Qué significa orientarse en el pensamiento?, Kant tiene que recurrir a la metáfora de los puntos cardinales para tratar de explicarse de una manera comprensible cuando quiere hacer notar que, a pesar de su universalidad, los principios del pensamiento son esencialmente principios subjetivos. “No podría reconocerme en una habitación con paredes idénticas si alguien, para bromear, hubiera vuelto a colocar en ella todos los objetos, manteniendo el mismo orden, pero poniendo a la izquierda lo que antes iba a la derecha. Pero muy pronto, gracias al simple sentimiento y a esta diferencia entre mis dos lados, el derecho y el izquierdo, podría volver a orientarme”.
Si el propio Kant, un filósofo sistemático como pocos otros, subraya el elemento intrínsecamente subjetivo de toda orientación, ¿qué no ha de reconocer, a la hora de fijar el valor de un plan estratégico de una universidad, quien es el responsable casi accidental del mismo? Porque un plan estratégico tiene algo que ver con “encontrar el oriente”. La posición de las estrellas marca los cuadrantes del horizonte, pero es imprescindible, para orientarse, para el simple concepto de espacio donde situarse, algún tipo de sentimiento subjetivo.
La gracia del sentimiento que nos permite orientarnos es algo muy vinculado a los aspectos más profundos del kantismo: la subjetividad no sólo no es contraria a la validez universal, sino que es la más elemental condición de posibilidad de la misma. Quizás no nos pondremos de acuerdo sobre qué significa un plan estratégico, pero podemos tratar de avanzar por la vía de ver si compartimos, en cada caso, cada uno de nosotros, un conjunto de principios que pueden constituir el oriente de la Universidad Pompeu Fabra, del mismo modo que sabemos que compartimos dónde tenemos la mano izquierda y dónde tenemos la mano derecha, aunque esto nos remita a un sentimiento puramente subjetivo.
Ahora enseguida trataré de referirme a cuál debe ser, en mi opinión, el contenido de un plan estratégico para mi universidad, pero, en primer lugar, debo decir lo siguiente: este plan que ahora presento es el resultado de un proceso que responde a la estructura mencionada, es el resultado de un proceso de reconocimiento por parte de una multitud de personas y de grupos de personas –algunas de las cuales felizmente externas a la comunidad de la UPF– de la conveniencia y la necesidad de algunas ideas comunes, de todos y de cada uno. A todas estas personas, delegado, equipo de trabajo, presidentes de las comisiones, miembros de las comisiones, voluntarios internos y externos, participantes en los debates, compañeros del Consejo de Dirección, redactores, correctores, les doy las gracias de todo corazón por este documento, como he dicho, de todos y de cada uno y, por eso mismo, de nuestra universidad.
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¿Un plan estratégico?
Durante estos últimos meses del año 2015 me he preguntado en muchas ocasiones por qué le llamamos “plan estratégico”, a este documento. He tratado de explicarlo, al tiempo que también intentaba explicármelo a mí mismo, en varias reuniones de gobierno, y confieso que no he conseguido un éxito rotundo ni con los demás ni conmigo mismo. Digamos que es una manera estereotipada de designar esta clase de documentos. Pero es cierto que, cuando alguien intenta leer estas páginas con el prejuicio que conlleva la asunción de la palabra “estrategia”, el plan parece demasiado poco imperativo, demasiado inconcreto en las instrucciones que el general líder (el estratega, en el sentido histórico de la palabra) debe dar a su ejército y a su pueblo. También puede parecer poco atrevido, comparado con algunos atrevimientos interesantes, del todo necesarios, que todos juntos hemos tenido en la Universidad Pompeu Fabra tradicionalmente y durante los últimos años. En este punto, es precisa una aclaración definitiva: un “plan estratégico” no es un plan ni es una disposición estratégica, es más bien un paisaje dramático dibujado en el espacio y en el tiempo, un cuadro para orientarse. La iniciativa de este plan es completamente del gobierno de la Universidad. Ahora bien, el gobierno decidió que haría un plan participativo, asumible en calidad de protagonistas por todos, los de dentro y, si tienen la amabilidad de acercársenos, los de fuera. El cuadro es un apoyo a las iniciativas concretas y debe ser muy expresivo, precisamente para poder juzgar en adelante estas iniciativas. Pero el cuadro no son las actuaciones, sino el oriente, el espacio presente y futuro que guiará su efectividad.
Conviene que diga a los lectores, pues, que la expresividad de este paisaje dramático me parece muy alta y, como representante de la Universidad, me satisface plenamente.
No quiero dejar de referirme, una vez he dado las gracias y he tratado de definir la cosa, a algunos rasgos específicos del retrato de la Universidad que veo a través del soi-disant plan estratégico. El documento no es sólo para presentarse entre nosotros, sino también para presentarlo a todos aquellos que no nos conocen o que no nos conocen lo suficiente. Y puesto que debe ir hacia dentro y hacia fuera, no me gustaría callar sobre algunos colores preferidos y algunos otros detestados. Ojalá que la determinación que trato de establecer sobre el suelo en el que vivimos en el momento inicial del plan pierda sentido durante sus 10 años de vigencia previstos.
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De dónde venimos
El retrato corresponde a una universidad intensiva en investigación. Ésta es la opción que permitirá adquirir a la Fabra una personalidad propia en el contexto europeo y singular en el sistema local. Las opciones parten de la realidad, y quedan pocas dudas sobre el hecho de que nuestros principales observadores nos identifican como una universidad que ha adquirido a un ritmo creciente este perfil. Así mismo, es igualmente indiscutible que esta universidad se fundó para favorecer la docencia de calidad y que, durante sus 25 años de existencia, se le ha reconocido un gran prestigio tanto en los estudios de grado como en los de postgrado. Este ingrediente queda recogido en el plan estableciendo los lógicos vasos comunicantes entre calidad de la investigación y calidad de la docencia, por un lado, y mostrando la necesidad de desarrollar nuevos proyectos visibles desde el mundo: un nido de ideas en movimiento.
No hay grandes secretos sobre cómo debe hacerse una universidad de investigación que, al mismo tiempo, quiere asumir su rol social de vanguardia en educación: reclutando personas con talento –cuanto más irrepetibles, más valiosas, mejor–, tanto si se trata de profesores como de estudiantes. Unas reglas sencillas, la libertad institucional y unas buenas costumbres lo harían del todo fluido, si no fuera que, por ahora, las apuestas aún no son suficientemente claras en nuestro entorno. Los responsables de las universidades locales vivimos diariamente la presencia de un sistema basado en el paternalismo y la desconfianza de una legislación abrumadora, que no reconoce ningún espacio a la rendición de cuentas. No es éste el lugar para calificar cómo viven este modelo administrativo nuestros colegas. Nosotros lo sufrimos, porque vemos delante un panorama que podríamos explorar con mucha más eficacia y vivimos proyectados al mismo, pero mediante esfuerzos del todo innecesarios que consumen la energía que debería ser para la mejora. Avanzar un kilómetro nos cuesta a veces el rodeo de todo un día de camino.
Los gobiernos, durante estos años, nos han observado y entendido, pero aún no se han decidido a poner el tema de las universidades entre los primeros puestos de la agenda política. De modo que los lectores encontrarán en este plan los síntomas de una orientación decidida y también algunos síntomas derivados de un entorno universitario hispánico que no ha tomado las decisiones esperables y pone en peligro la sostenibilidad de las buenas universidades.
A pesar de que tenemos universidades hermanas y universidades primas entre algunas universidades españolas y de que desde el gobierno de Madrid se ha reconocido el proyecto UPF y se le ha ayudado esporádicamente, el entorno universitario catalán no es el mismo que el entorno español. Durante los últimos años los gobiernos catalanes y los de la ciudad nos han entendido, como he dicho, y nos han ayudado a soportar el final de una época universitaria que debería quedar atrás.
Tanto en Madrid como en Barcelona, pues, hay dosis de clarividencia, en el terreno de las organizaciones de la sociedad civil y en el de las instituciones y las empresas. La nuestra es una universidad de servicio público que está dispuesta a ofrecer este servicio en su mejor versión, que no es ni mucho menos la de la ignorancia de la existencia del sector privado y de las posibilidades de fertilización mutua de los diversos sectores. Las dosis de clarividencia son minoritarias, pero están ahí. Algunos creemos que la oportunidad de la universidad y el conocimiento es la manera más clara que tiene un país como Cataluña de dar un vuelco definitivo a su economía y al bienestar de sus ciudadanos.
Sería ideal que nuestra sociedad más inmediata se despertara, por usar otra expresión kantiana, del sueño dogmático que supone la creencia de que la universidad es antes un derecho general que una gran ocasión de mejora social individual y colectiva. Quisiera invitar a las personas que se acercan a la universidad e ingresan en ella a hacerlo, ante todo, porque quieren venir a la Fabra; no porque están ejerciendo algún derecho básico, sino porque les conviene, porque es una buena decisión. El sueño del ejercicio de un derecho nos lleva a menudo a tratar las universidades como si fueran hospitales o instituciones de educación primaria, integradas en el conjunto de derechos fundamentales de los ciudadanos. Y está claro que las universidades son un derecho y son artífices del cumplimiento de ciertos derechos generales. Pero no son sólo eso. Somos una institución comprometida con la creación y la difusión de la cultura llamada “humanística” y del conocimiento científico. La universidad es en cierto modo más bien un templo que un hospital. El hospital es primero, no hace falta ni decirlo. Pero no ignoramos que el conocimiento también viene marcado por un ingrediente imprescindible de universalidad y de solidaridad. Desde la universidad germinan vías para mejorarlo todo, incluso aquello en que la humanidad más sinvergüenza se exhibe cebándose en el desastre.
El entorno de la UPF es el mundo. Este plan contiene en sí dos cambios factitivos, irreversibles: 1) el paso de nuestra antigua visita al mundo atados con tirantes a los usos de la universidad de casa a la visita al mundo con los tirantes definitivamente desabrochados; y 2) el paso insólito a la experiencia de una comunidad universitaria dispuesta a dar ejemplo de una amabilidad universal, socialmente responsable del tesoro que tiene en depósito. Ambos cambios tienen la virtud de ser a la vez métodos de trabajo e ingredientes contenidos en el proyecto de este documento que, de buena fe, ofrezco a los queridos lectores.
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Jaume Casals
Barcelona, diciembre de 2015