3. Calidoscopi

Feminismo y universidad: teorizamos pero no aplicamos

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Serena Olsaretti

María-José Masanet, profesora del Departamento de Comunicación de la UPF

Es innegable que, en los últimos años, el feminismo ha vivido un auge sin precedentes. Las marchas masivas organizadas a raíz de la sentencia del caso de La Manada o los movimientos como el Me too son sólo algunos ejemplos de su popularización y la 'renovada' concienciación en relación con la posición de inferioridad que ocupan las mujeres en la sociedad. Obviamente, este crecimiento del feminismo va más allá de los movimientos en la calle. Ahora tenemos novelas y series feministas, actrices y YouTubers que se posicionan abiertamente como tal e, incluso, ropa feminista -siempre están aquellos que aprovechan cualquier movimiento y sentimiento para comercializarlo.

En este contexto, la pregunta que surge es la siguiente: ¿qué lugar ocupa la universidad en todo esto? Tradicionalmente, el feminismo se ha caracterizado por actuar en dos líneas: teoría y práctica. Seguramente, lo lógico sería situar la universidad en la banda de la teoría; pero la realidad es que no puede haber teoría sin práctica, y tal vez este es el principal problema de la universidad en relación con el feminismo. Llevamos años teorizando sobre el feminismo, el posfeminismo y los roles de género, entre otros. Pero, ¿qué aplicamos de todo ello dentro de la institución universitaria? Cada día más académicos y académicas incorporamos la perspectiva de género en nuestras investigaciones y en nuestra docencia. ¿Pero se ve esto reflejado en nuestro día a día? ¿Basta con eso? Desde mi experiencia como mujer y académica, creo que es necesario seguir insistiendo en transformar estas luchas teóricas en un verdadero cambio que vaya más allá de las prácticas cotidianas y que actúe también en las cuestiones estructurales de la universidad.

Como cotidiano y en la mano de todos los que trabajamos en la universidad, estaría incluir la perspectiva de género en nuestra docencia e investigación: visibilizar las mujeres autoras y sus obras tanto en la bibliografía de las asignaturas como en nuestros artículos, incluir la perspectiva de género y tener una mirada analítica y crítica sobre las desigualdades por razón de género en lo que trabajamos, buscar la paridad de género en los y las expertas que invitamos en el aula y los eventos científicos, fomentar los grupos de trabajo y de investigación paritarios y promover que las mujeres lideren proyectos y grupos de investigación.

Como más complejo, pero no por ello imposible o fuera de nuestro alcance, se debe luchar por la (igual) consolidación de las mujeres en la universidad, sin que ello comporte renuncias ni personales ni laborales. Romper el 'techo de cristal' que tenemos las mujeres en nuestro día a día en la universidad: que la maternidad no suponga un vacío académico que imposibilite la consolidación o reconocimiento -y se podría hacer a través del establecimiento de medidas de evaluación paralelas para los primeros años de crianza, flexibilidad en la docencia, etc.-; que se fomentara la paridad de género en los departamentos, pero también en los cargos de gestión y en las comisiones de profesorado e investigación -de hecho, se trata de un punto que no se debería fomentar, sino que debería ser obligatorio-. En definitiva, se trata de que la perspectiva de género deje de ser algo "anecdótico" y pase a ser una cuestión intrínseca en el desarrollo y el funcionamiento universitarios.

Es necesario que nos preguntamos por qué la universidad, más allá del discurso y la teoría, le cuesta tanto romper con estas prácticas estructurales. ¿Por qué, en un contexto donde las luchas feministas van conquistando espacios de desigualdad cotidianos en otros ámbitos, en la academia, por ejemplo, el número de catedráticos hombres es abrumadoramente mayor que el de mujeres? Es decir, si la universidad ha sido la cuna en la articulación de buena parte de las teorías feministas, ¿por qué sigue existiendo esa desigualdad interna? Tanto es así que en el ámbito de la educación superior encontramos una desigualdad mayor que en otros contextos educativos como, por ejemplo, la educación primaria o secundaria. Quizás necesitamos relativizar la teoría y empezar a hacer práctica; quizás es necesario bajar la atalaya de la razón y pasar a la acción; tal vez, siguiendo a Brigitte Vassallo, si dejamos de hacer “observación participante” y pasamos a hacer 'participación observando', conseguiremos situar en el centro la acción y, poco a poco, cambiar el mundo y nuestra institución. Como muy bien decía Angela Davis, "se debe actuar como si fuera posible transformar radicalmente el mundo. Y esto debe hacerse durante todo el tiempo".