5. Calidoscopi

Lecciones de la crisis energética de hace medio siglo

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Albert Carreras

Albert Carreras,
Director de ESCI-UPF y catedrático del Departamento de Economía y Empresa

La experiencia de la larga crisis del petróleo que estalló en 1973 y que duró más de una década es muy aleccionadora sobre la actual situación de energía cara, derivada de los efectos de la guerra de Ucrania. Los orígenes son similares: una guerra y el recurso a las fuentes de energía como arma económica. Ante el encarecimiento repentino y radical del precio del petróleo (se multiplicó por cuatro entre 1973 y 1974) como consecuencia del boicot de los países de la OPEP a los estados que apoyaban a Israel a raíz de la guerra del Yom Kippur (primeros de octubre de 1973), los países importadores adoptaron, simplificadamente, tres tipos de reacciones –de políticas– diferenciadas. Aquellas reacciones comienzan a apreciarse claramente como alternativas en el mundo de hoy.

Los hubo que negaron el encarecimiento porque lo encontraron políticamente peligroso. Fue el caso de España de finales del franquismo, que tenía pánico de las movilizaciones en contra del régimen con consignas no políticas pero con consecuencias políticas. Para evitar ese peligro, las autoridades prefirieron subvencionar el petróleo importado reduciendo, primero, y eliminando, después, los impuestos sobre los derivados del petróleo, muy especialmente las gasolinas. La subvención fue lo suficientemente importante como para hacer de España un país donde el consumo de derivados del petróleo estaba subvencionado, lo que atrajo a inversiones de países con energía barata, pero no subvencionada. Fue un desastre que nos hizo invertir en lo que no teníamos que invertir, como proyectos de fábricas altamente consumidoras de energía. Actualmente estamos practicando esta política. Sabemos que si dura mucho es desastrosa.

Hubo otros países –nuestros vecinos europeos, como Francia, Reino Unido, Italia y Estados Unidos–, que adoptaron políticas compensatorias. No subvencionaban el petróleo, pero dado el impacto de los incrementos de los precios del petróleo sobre todos los demás precios, que implicaban aumento de la inflación y reducción de los salarios reales, dieron, mediante sus bancos centrales, crédito a las empresas para poder aumentar sueldos y compensar los incrementos de los precios energéticos. Al financiar aumentos de sueldos no fundamentados en aumentos de productividad, estimularon los efectos “de segunda ronda”, que son la generalización de los incrementos de precios y salarios, ayudando a hacer permanente la inflación importada con el encarecimiento del petróleo. A los pocos años, estas políticas generaron “estagflación”: inflación con estancamiento económico. Lo que se daba por un lado se perdía por el otro. Se acabó debiendo impedir que los bancos centrales dieran crédito en situaciones inflacionarias. De ahí salieron dolorosas políticas monetarias contractivas. Podríamos resbalar hacia estas políticas, pero el BCE trata de evitarlas.

Por último, hay países, como Alemania y Japón, que asumieron que más valía aceptar que se habían empobrecido, y transferir los incrementos del precio del petróleo a los consumidores, particulares, administraciones o empresas, y no facilitarles financiación para compensar éste encarecimiento. En pocos años, estos países redujeron drásticamente su consumo energético, fueron cerrando los sectores y actividades más consumidores de energía, aplicaron ahorros energéticos en todas partes y se reconvirtieron hacia sectores y actividades consumidoras de capital humano pero ahorradoras de energía. Esto les sacó de la crisis del petróleo antes, con divisas fuertes y exportaciones de alto valor añadido.

No estamos haciendo esto en absoluto. En cambio, si lo hiciéramos, ahorraríamos energía, nos modernizaríamos económicamente y contribuiríamos a la reducción del calentamiento global. La historia todavía puede darnos lecciones importantes y útiles.