Atrás La lucha contra la mutilación genital femenina empieza en las aulas

La lucha contra la mutilación genital femenina empieza en las aulas

Diversas fundaciones alertan que las más de 200 millones de niñas y mujeres mutiladas no han recibido la educación suficiente para tomar sus propias decisiones

 

AIDA CUENCA, JUDIT MOLTÓ, NORA MUÑOZ y LUCÍA QUESADA

11.10.2021

Imatge inicial

La mutilación genital femenina (MGF) continúa siendo una realidad para muchas mujeres y niñas de todo el mundo. Se estima que más de 200 millones han sido sometidas a esta práctica, según la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, tal y como muestra el informe anual de la UNFPA, en las tres últimas décadas esta práctica ha disminuido considerablemente. “Cuando empecé hace 20 años no había ni ley en Kenia. La rueda ha empezado a girar a favor”, asegura Estrella Giménez, creadora de la Fundación Kirira, una de las diversas organizaciones que trabaja para erradicar la MGF a partir de la educación.

Un riesgo para la salud de las mujeres

“La MGF es una práctica que implica la alteración o lesión de los genitales femeninos por motivos no médicos y que internacionalmente es reconocida como una violación de los derechos humanos”. Así la define el Fondo de Población de las Naciones Unidas. Adriana Kaplan, antropóloga y miembro de la Fundación Wassu-UAB, añade en un informe de 2006 que se trata, en unos casos, de una forma de controlar la sexualidad de la mujer, y en otros, de un rito de transición a la pubertad. “Está profundamente arraigado en la cultura de las mujeres africanas. Son ellas las que promueven la mutilación de sus hijas o nietas”, afirma.

Infecciones urinarias y sexuales, complicaciones en el parto, hemorragias, dolores... La lista de las consecuencias para la salud de las mujeres afectadas es larga y, en algunos casos, puede suponer la muerte. Todo ello se recoge en el informe de la OMS Comprender y abordar la violencia contra las mujeres, Mutilación genital femenina. Para las supervivientes, los trastornos psicológicos como temer las relaciones sexuales, la ansiedad o la depresión, son una lastra de la que no se pueden zafar. Asimismo, es una práctica en la que no importa la edad: cualquier niña entre la época de lactancia y los 15 años es susceptible de ser mutilada.

Más allá de las fronteras

“La MGF es un fenómeno que acompaña a los movimientos migratorios de las personas a nivel mundial”, asegura Adriana Kaplan. Aunque habitualmente se considera una práctica que solo existe en África Subsahariana, la MGF se ejerce de forma rutinaria en todos los continentes. UNICEF estima que se concentra en al menos 31 países de África y Oriente Medio, además de Indonesia, aunque también persiste en países asiáticos como India, Iraq y Pakistán, algunas comunidades indígenas en Latinoamérica y en poblaciones migrantes de Oceanía, América y Europa.

 

El 80% de los casos de ablación a nivel mundial se concentran en países del África Subsahariana. Aun así, en todos ellos han disminuido al menos un 5% en los últimos 20 años, excepto en Somalia y Sudán, según datos de UNICEF.

Son muchas las organizaciones que trabajan en el terreno con el objetivo de erradicar la MGF. Entre ellas la Fundación Kirira, que pone en práctica campañas educativas en varias comunidades empobrecidas de Kenia desde 2007, con el fin de cumplir cuatro de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible. “Formamos clubs antiablación con toda la comunidad escolar: profesores, padres, y alumnas. Hablamos con ellos sobre la ablación y temas como los derechos de las niñas y niños o la salud reproductiva y sexual”, afirma su fundadora.

Concienciar sobre los perjuicios de esta práctica se hace cuesta arriba al estar tan arraigada a la tradición. “Está arropada por un complejo entramado de simbolismos sociales y religiosos, que otorgan a la mujer estatus, identidad étnica y de género, así como un reconocimiento y una pertenencia social al grupo”, según Adriana Kaplan. La Fundación Wassu-UAB se ha propuesto extender un ritual de iniciación que no requiera de la ablación, trabajando desde bases en Gambia y Kenia, aunque también desde Catalunya.

¿Cuestión de fe?

La influencia del factor religioso en la práctica de la ablación es controvertida. “Más de la mitad de las mujeres y niñas de cuatro de los 14 países donde se dispone de datos veían la MGF como un requisito religioso”, según la UNFPA, aunque ninguna religión la fomenta. De hecho, los orígenes de la ablación, aunque no estén claros, se datan anteriores al nacimiento del cristianismo y del islam. Aun así, se tiende a vincular esta práctica al islam, con el peligro de estigmatizarla. Y es que en 10 de los 12 países que concentran el 80% de los casos de MGF, la religión dominante es la musulmana.

 

Pero lo cierto es que “no todos los grupos islámicos la practican, y muchos grupos no islámicos sí lo hacen”, asegura la UNFPA. Según datos de Pew Research Center, otras religiones además del islam tienen presencia en los países con mayor índice de MGF. En Eritrea -país que ocupa el puesto número ocho de la lista- hay un 69,2% de practicantes del cristianismo, frente a un 36,6% de musulmanes. El doceavo país con más casos, Etiopía, también está compuesto de una mayoría cristiana del 61,9%. Además, existe un porcentaje considerable de animistas en Burkina Faso (15,1%).

Que en países donde el islam es la religión oficial como Marruecos o Túnez no se mutile, desmiente también que la ablación esté vinculada a dicha religión. No obstante, algunos intérpretes del Corán en las zonas donde se mutila utilizan el islam para justificar la práctica. “Se confunde que es un mandato religioso, pero no lo es; es una sunnah, una tradición del profeta Mahoma que es recomendatoria, pero no obligatoria”, asegura Kaplan.

La misma antropóloga participó en 2011 como representante de la Fundación Wassu-UAB en un Coloquio sobre MGF e islam en Mauritania, para presentar una investigación clínica que desmontase la justificación religiosa. También argumentó con ejemplos, como que el profeta no mutiló a sus hijas. El resultado fue la emisión de un dictamen religioso o Fatwa que reconoce la MGF como una práctica perjudicial para las mujeres.

Un rito de purificación

La MGF es más una práctica cultural que religiosa, y al igual que otros rituales, forma parte de la identidad de muchos pueblos. Según Kaplan, la ciudadanía “cree que el clítoris puede crecer demasiado, que una mujer mutilada es una mujer limpia, que ayuda en el parto... Es una motivación cultural”.

En la mayoría de los territorios donde se practica, la MGF forma parte de la preparatoria de la niña para pasar a la edad adulta y, por lo tanto, para prepararse para el matrimonio. Esto se debe a que la ablación se considera un factor revelador de la castidad de la mujer y de su calidad como esposa: eliminar de su cuerpo las partes impuras, las hace más femeninas e inocentes. Es más, en ciertas comunidades, existe la creencia de que la MGF influye en los niveles de libido de la mujer, reduciéndolos para así controlar su conducta sexual y asegurar tanto su virginidad como su fidelidad.

El Fondo de Población de las Naciones Unidas señala que la mutilación genital femenina suelen realizarla “personas mayores de la comunidad (normalmente mujeres, pero no únicamente) designadas para desempeñar esta tarea, o parteras tradicionales. En determinados pueblos, la MGF pueden realizarla curanderos, barberos, miembros de sociedades secretas, herboristas o a veces una pariente”.

Sin embargo, en la mitad de los países en los que se practica la mutilación genital femenina de forma rutinaria, la opinión que prevalece es negativa. Según los informes nacionales que aporta UNICEF, las mujeres de entre 15 y 49 años, residentes en los 12 países analizados, que han oído hablar sobre la MGF creen que esta ayuda a la niña o mujer ablada en la preservación de su virginidad y en la aceptación social.

En cuanto a los hombres, Kaplan explica que “no toman parte en la decisión, sino que lo dejan en manos de sus madres o mujeres. La mayoría de ellos desconoce las consecuencias y, cuando se las explican, un 60% quiere formar parte en la toma de decisión”. Este despertar de conciencia se consigue a través de iniciativas como la de Plan Internacional, la entidad que organiza reuniones para sensibilizar sobre los efectos nocivos de la mutilación en las niñas y mujeres en algunas comunidades.

Según explica la OMS, “la adopción reciente de esta práctica está relacionada con la imitación de las tradiciones de grupos vecinos”. Los líderes de tales lugares tienen el poder para mantener la práctica en sus dominios, al igual que las estructuras locales, los circuncisores y cierto personal médico. La institución defiende, por el contrario que “esas mismas personas bien informadas, pueden defender con éxito el abandono de la MGF”.

El poder de saber decidir

“A mí una mujer me preguntó si yo estaba mutilada, y cuando le dije que no se sorprendió. No sabían que el resto del mundo no mutila”, explica Estrella Giménez. El nivel de educación es otro factor clave a la hora de hablar de la MGF. “Lo que más suma es que las niñas puedan tener una buena educación. Formarse les da el poder y la posibilidad de tener una mentalidad crítica y que puedan decidir qué costumbre es buena y mala”, añade.

Pero teniendo en cuenta que muchas de las niñas son sometidas a esta práctica desde el periodo de lactancia y que su poder de decisión es prácticamente nulo, es importante considerar también la educación que ha recibido su entorno familiar. En 10 de los 12 países analizados la mayoría de las madres que han permitido ejercer la MGF a sus hijas no han recibido ninguna educación, según los datos de 2020 de UNICEF. Únicamente en Sudán y Gambia hay un porcentaje mayor de madres que han estudiado primaria.

Es por ello que desde la Fundación Kirira, como también desde otras organizaciones, se hace una “formación integral”. Hablan con las familias, y sobre todo con las madres y abuelas, e intentan concienciarles de la situación y hacerles ver que “hay otra posibilidad”. Aun así, la formación “más íntima” se hace a las niñas: “Intentamos que estas niñas sepan qué es una mutilación, porque era un tema tabú del que no se hablaba, y las niñas lo veían como una transición a la edad adulta que era positiva”, explica Giménez.

La UNFPA señala también que la mutilación genital femenina “es reflejo de una manifestación muy enraizada de la desigualdad de género”. La fundadora de Kirira Estrella Giménez opina lo mismo: “Hay que tomar la MGF como una violencia de género extrema, una forma de sometimiento hacia la mujer”, afirma Giménez.

La repercusión de la Covid-19

La pandemia ha tenido un gran impacto en diversos ámbitos de la sociedad, y las luchas contra la violencia de género, el matrimonio infantil y la mutilación genital femenina, entre otras, se han visto afectadas. Según un estudio de la UNPFA, “las interrupciones en los programas de prevención relacionadas con la pandemia podrían derivar a lo largo del próximo decenio en 2 millones de casos de MGF que se podrían haber evitado”.

“El aumento de la pobreza que inevitablemente ha traído consigo esta pandemia mundial, ha causado que la ablación haya aumentado un 25%”, explica Estrella Giménez. El distanciamiento social, por ejemplo, impide que se lleven a cabo algunos de los programas de prevención más eficaces, como los de empoderamiento de la comunidad, que normalmente se realizaban en grupo. Las dificultades económicas y el cierre de escuelas son otras de las causas del repunte de los casos de MGF.

Desafiando la ley

La ONU quiere acabar con la MGF para el año 2030. De hecho, se trata de una iniciativa que forma parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Ya en 1997, la OMS, UNICEF y UNFPA hicieron pública una declaración conjunta contra la práctica de la ablación, y desde entonces han presionado a los gobiernos africanos para que hicieran una ley que la prohíba.

El Parlamento de la Unión Africana prohibió el 8 de agosto del 2016 llevar a cabo la MGF en sus 50 estados miembro. Se trata, sin embargo, de un organismo de carácter consultivo y asesor, pero no legislativo; por lo que, al fin y al cabo, cada país actúa a su manera. En Mali, por ejemplo, aún no existe una ley que condene la práctica, y el Gobierno de Sudán la prohibió en 2020. “Guinea, en el año 65 y con un 99% de prevalencia, fue el primer país en prohibir la mutilación”, explica Kaplan. No obstante, actualmente es el segundo país donde la práctica de la ablación está más extendida, con un 95% de prevalencia: “la ley no va a cambiar la realidad”, lamenta la directora de Wassu.

Países como Yibuti, Eritrea o Egipto, que prohibieron la MGF en los años 1994, 2007 y 2008 respectivamente, continúan manteniendo un índice de prevalencia muy elevado: la ablación se sigue practicando clandestinamente. Kaplan asegura que es difícil aplicar las condenas en los países mencionados: “muchas leyes se establecen únicamente para cumplir convenios”.

Giménez opina que, por mucho que el gobierno denuncie la práctica, son las propias comunidades quienes deben decidir su futuro. “Suele ser más fuerte la ley propia que la estatal. Nosotros no denunciamos la MGF, sino que lo hacen ellos desde los clubs antiablación”, explica.

Más que las leyes, las expertas coinciden en que lo esencial es poder garantizar una educación de calidad para todas las mujeres. Tanto Adriana Kaplan como Estrella Giménez señalan que es muy importante hacer la deconstrucción desde el respeto y la humildad, sin criminalizar. “No ayuda hablar de la mutilación como una aberración porque lo que se hace es estigmatizar: cuando a ti te atacan, te reivindicas más en tu propia identidad”, explica Kaplan. También creen que hay que ir con mucho tacto porque estas mujeres tienen sus propias prioridades: “La pobreza te vuelve pequeña. No puedes hablar de derechos humanos cuando no tienen agua potable”, añade.

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