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(Bilbao, 1864 – Madrid, 1936)

 

Estando desterrado en la isla de Fuerteventura, en abril de 1924 escribía Miguel de Unamuno (1864-1936) que él no era un sabio sino un «ensayista que se empeña en ser poeta y en escribir poemas en verso y en hacer novelas» y que su estilo no podía ser sino «en ensayo de estilo», que es el propio del ensayo. Esto es cierto tanto para obras como Niebla o Cómo se hace una novela como para su profuso articulismo y sus muchos ensayos. En la falta de rigidez normativa del ensayo, en su capacidad para encauzar el libre discurrir de las ideas, encontró Unamuno la forma perfecta, la forma informe en la que el yo se explora y explota y se expone al lector. Desde En torno al casticismo (1895) hasta los artículos de 1936 en Ahora, sus ensayos abarcan cinco amplias regiones temáticas: política y sociedad, filosofía y religión, teoría y crítica literarias, paisaje y paisanaje y divagaciones autobiográficas.

 

El autor de Tres ensayos (1900) podía responder a las mismas inquietudes que el anterior a la crisis religiosa (y nerviosa) de 1897, pero sus respuestas eran muy distintas, lo que debió crear una cierta perplejidad en los lectores de En torno al casticismo cuando se publicó como libro en 1902. Si estos cinco ensayos proponen una superación del marasmo nacional (ya tres años antes de la debacle colonial) mediante la confluencia de la tradición eterna, inscrita en la intrahistoria, con la apertura a la Europa del progreso, en los Tres ensayos, y en particular en «Adentro», propugna renunciar a las soluciones venidas de fuera del individuo (ni tradición ni europeización) y buscarlas en su interior. Su nuevo lema será el agustiniano «in interiore hominis habitat veritas» y frente a la industriosidad y la ciencia europeas arguye la sabiduría de la religiosidad problemática convencido de que no habrá más regeneración que la que se inicie en el alma de cada uno de los españoles. Esta evolución se muestra diáfana en el cambio de tratamiento del mito quijotesco. Si en 1898 titulaba un artículo «¡Muera don Quijote!» para deplorar la persistencia del ideal aventurero, épico e imperial, en Vida de don Quijote y Sancho (1905), el personaje es elevado a paradigma de su concepción agónica de la existencia: la lucha de la voluntad por forjar el mundo a su antojo o necesidad y por asegurar su vida eterna. Este don Quijote ignaciano, crístico, será el esbozo de una filosofía existencial que cristalizará, con el reactivo de teólogos protestantes como Adolf Harnach y Albrecht Ritschl, en el más afanoso de sus ensayos, Del sentimiento trágico de la vida en los hombres y en los pueblos (1913). El hombre de carne y hueso que ansía irracionalmente garantías de su inmortalidad irrumpe con todo su patetismo, su terror al anonadamiento y su fe en armas. Las paradojas de esta fe sin fe que parece sostenerse en pie sujetándose a sí misma reaparecerá en La agonía del cristianismo y Cómo se hace una novela (1925 ambos en francés) y, claro, se ficcionaliza para siempre en San Manuel Bueno, mártir (1933).

 

Pero el neurótico querer creer y el no morir del todo no acaparan toda la energía de un creador multiplicado en sus Poesías (1907), en los Recuerdos de niñez y mocedad (1908) e incluso en sus tentativas teatrales (La esfinge, por ejemplo, en 1909). En 1910 había recopilado muchos de los artículos publicados en La Nación de Buenos Aires en Mi religión y otros ensayos, y un año después publica el ensayo evocativo Por tierras de Portugal y España y los Soliloquios y conversaciones. De 1912 es el famoso Contra esto y aquello, título que no define su contenido: una serie de artículos de crítica literaria donde predominan las afinidades, en especial con creadores hispanoamericanos. Llegado 1916 el prestigio de Unamuno y el volumen de sus ensayos justifican que la Residencia de Estudiantes inicie la edición de sus Ensayos en siete volúmenes que irán viendo la luz hasta 1918. Las colaboraciones unamunianas en la prensa proseguirán hasta su muerte en diciembre de 1936, solo interrumpidas por los años del exilio (1924-1930), pero ya no las recogerá en volumen y preferirá centrarse en la publicación de su obra literaria. Solo tras su muerte irán viendo la luz colecciones de artículos y ensayos como La ciudad de Henoc (1941), Temas argentinos (1943), Paisajes del alma (1943), Visiones y comentarios (1949), los cuatro volúmenes que Manuel García Blanco compila bajo el título De esto y de aquello (1954), el fundamental Diario íntimo (1970), Del resentimiento trágico de la vida (1991) o Alrededor del estilo (1998), escrito en 1924 y que ya figuraba en las Obras completas.

 

JG y DRdM

 

En la oceánica bibliografía, los siguientes trabajos enfocan la obra ensayística: Julián Marías, Miguel de Unamuno (Espasa-Calpe, Madrid, 1943); Elías Díaz, Revisión de Unamuno (Tecnos, Madrid, 1968); Carlos París, Unamuno. Estructura de su mundo intelectual (Anthropos, Barcelona, 1989); Pedro Cerezo, Las máscaras de lo trágico (Trotta, Madrid, 1996); Manuel M.ª Urrutia, Evolución del pensamiento político de Unamuno (Universidad de Deusto, Bilbao, 1997); Jean-Claude Rabaté, En torno a “En torno al casticismo” (Éditions du Temps, París, 1999); Juan Marichal, El designio de Unamuno (Taurus, Madrid, 2002); Ciriaco Morón Arroyo, Hacia el sistema de Unamuno (Cálamo, Palencia, 2003). Ricardo Senabre hace una óptima síntesis del Unamuno ensayista en la introducción a Obras completas VIII. Ensayos (Biblioteca Castro, Madrid, 2007). Para acercarse a su biografía, son complementarios Claude y Jean-Claude Rabaté, Miguel de Unamuno. Biografía (Madrid, Taurus, 2009) y Jon Juaristi, Miguel de Unamuno (Madrid, Taurus, 2012). Es de consulta ineludible la Biblioteca Unamuno publicada por la Universidad de Salamanca, donde, junto a libros monográficos, aparecen periódicamente las actas de los diversos congresos internacionales.