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(Madrid, 1890 – México, 1958)

 

Si no le sobraran los méritos, el musicólogo y compositor Adolfo Salazar contaría al menos con el de haber descubierto precozmente el talento de Ernesto Halffter y haber mediado ante Manuel de Falla para que aceptara en 1923 como discípulo al joven compositor que dos años después ganaría el Premio Nacional con su Sinfonietta. Pero Salazar acumula tantos méritos propios que reduce esto a anécdota insignificante. De sólida formación intelectual, en 1918 ve abrírsele las páginas de El Sol, donde ejerce la crítica musical y marca la pauta de los gustos musicales de su generación. Su influencia es extraordinaria y no es posible entender el conjunto de los compositores e intérpretes de entreguerras (Salvador Bacarisse, Rodolfo y Ernesto Halffter, Gustavo Pittaluga, Rosa García Ascot, Jesús Gal y Gay, Fernando Remacha...) al margen de las directrices defendidas por Salazar. Fue partidario de una modernidad que veía representada en la obra de los franceses Debussy y Rabel, de Falla y Stranvinsky (al ruso lo conoció en 1916), pero también en la de Arnold Schönberg. Aplaudió el impresionismo y el neoclasicismo y ponderó el experimentalismo musical. Difundió su magisterio en la Revista Musical Hispano-Americana desde 1914 y llegó a codirigirla con Rogelio Villar (1917-1918), pero su influencia en los gustos y las programaciones musicales derivó más de su presencia en diarios como El Imparcial o El Sol (en este de 1918 a 1936), en revistas literarias como Índice, de Juan Ramón Jiménez, donde publicó los apuntes en prosa vanguardista Las tres normas, La Gaceta Literaria o Revista de Occidente, en la que fue el auténtico responsable de que la crítica y la reflexión musical se incorporaran de pleno derecho. Antes había colaborado en revistas del ultraísmo, como Grecia, Perseo, Horizonte, Tableros o Reflector.

 

Su producción ensayística, que supera la treintena de títulos, empieza en 1921 con Andrómeda. Bocetos de crítica y estética musical, publicado en México, y continúa con algunos opúsculos dedicados a compositores rusos, como Alejandro Borodin y su Príncipe Igor o Modesto Mussorgsky y su Boris Godunof (ambos de 1923). Hacia finales de la década se acelera su ritmo de publicación: Música y músicos de hoy. Ensayos sobre la música actual (1928), Sinfonía y ballet (1929) o La música contemporánea en España (1930). Este año su inquietud política lo lleva a la codirección de la revista izquierdista Nueva España junto a José Díaz Fernández, autor de El nuevo romanticismo (1930), y Antonio Espina, pero la radicalidad que va cobrando hace que Salazar la abandone y sea sustituido por Joaquín Arderíus. En 1935 aparece una colección de ensayos misceláneos, Hazzlit, el egoísta y otros papeles. Pequeñas digresiones sobre la vida y los libros (Yagües), y empieza a publicar libros comprehensivos de una erudición tan vasta como bien integrada en su discurso. A La música actual en Europa y sus problemas (1935) le siguió El siglo romántico. Ensayos sobre el Romanticismo y los compositores de la época romántica (1936), que es en sus primeros capítulos una completa introducción al movimiento. Al estallar la guerra quedó en manos de José Bergamín el original de La música en el siglo XX. Ensayo de crítica y de estética desde el punto de vista de su función social, que apareció en las Ediciones del Árbol sin que Salazar tuviera noticia de ello, como declara en el prólogo a este mismo libro publicado por La Casa de España en México en 1939.

 

Durante la guerra fue agregado cultural de la República en Washington y desde allí se trasladó a México D. F., donde permaneció hasta su muerte en 1958. En sus años de exilio Salazar desplegó una labor divulgativa incansable. Allí publica Las grandes estructuras de la música (La Casa de España, 1940), Forma y expresión en la música (FCE, 1941), o la monumental La música en la sociedad europea en cuatro volúmenes (El Colegio de México, 1942-1946). En 1945 publica su segundo volumen de ensayos no musicales, que reproduce el subtítulo del primero: Delicioso, el hereje y otros papeles. Pequeñas digresiones sobre la vida y los libros (Leyenda), tras el que regresa al ensayo musicológico con La danza y el ballet (FCE, 1949) y La música como proceso histórico de su invención (FCE, 1950). Fue el primer gran musicólogo español, sin cuya precedencia tal vez no se entendería la labor de Federico Sopeña y Enrique Franco (continuadores directos) o la de Tomás Marco, Antonio Fernández-Cid y Manuel Valls.

 

JG y DRdM

 

Además de la evocación de Luis Cernuda, «Adolfo Salazar», en Poesía y Literatura I y II (Seix-Barral, Barcelona, 1971, pp. 396-398) y los artículos de Andrew Anderson, «Adolfo Salazar, “el poeta forastero”: una evocación olvidada de Federico García Lorca», Boletín de la F. F. G. L., 2/4 (1988), pp. 114-119; Andrés Ruiz Tarazona, «La música y la generación del 27», Cuadernos Hispanoamericanos, 514-515 (1993), pp. 117-124; y Consuelo Carredano, «Adolfo Salazar en España: primeras incursiones en la crítica musical», Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, XXVI, 84 (2004), pp. 119-144, es necesario acudir a obras de carácter historiográfico como las de Federico Sopeña, Historia de la música española (Rialp, Madrid, 1958), Tomás Marco, La música de la España contemporánea (Ed. Nacional, Madrid, 1970) o su sexto volumen de la Historia de la música española dirigida por Pablo López de Osaba (Alianza, Madrid, 1983). Para situarlo en su contexto, la colectánea Música y cultura en la Edad de Plata, 1015-1939 (Instituto Complutense de Ciencias Musicales, Madrid, 2009) y el Epistolario: 1912-1958, editado por Consuelo Carredano (Residencia de Estudiantes, Madrid, 2008).