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(Irún, 1888 - Madrid, 1955)

 

A la nómina atrabiliaria de los intelectuales de Falange pertenece uno de los más singulares, excéntricos y olvidados representantes del ensayismo español de la primera mitad del siglo XX. El recuerdo de su fuerte personalidad, merecedora de respetuoso afecto entre sus correligionarios, y el de una oratoria envolvente y rotunda que alimentó los fervores del temprano fascismo español y supo animar, a inicios de siglo, las tertulias bilbaínas del café Lyon d’Or presididas por el maurrasiano Pedro Eguillor y Atteridge, parecen haberse impuesto a la memoria de su obra escrita, la cual dejó Mourlane despreocupadamente esparcida en infinidad de periódicos y publicaciones de variada catadura ideológica, bien que sus convicciones políticas fueran sólidas, inmunes a las coyunturas que habrían de ir propiciando arrepentimientos y desencantos en las filas del Movimiento.

Mourlane se cuenta entre los escritores surgidos en respuesta a la demanda cultural de las ciudades vascas en expansión económica desde los albores del siglo XX, y en ese sentido cabe asociar su nombre al de figuras del calibre de Unamuno, Maeztu o Baroja, y al de otras de segundo orden, como Basterra, Salaverría, Grandmontagne o Lizardi. Se formó como escritor en el círculo intelectual crecido en torno a la figura de Basterra y su pintoresca «Escuela Romana del Pirineo» —inspirada en la École Romane de Morèas e influida por el pensamiento político de Eugenio d’Ors— que hoy recuerdan los estudios sobre la génesis del fascismo español. En el semanario satírico irunés El Volcán y en periódicos como La Tarde o El pueblo vasco hizo Mourlane sus primeras armas periodísticas, señalándose desde muy pronto como artífice de una prosa suntuosa, alambicada, saturada de afán culturalista, que andando el tiempo habría de contribuir como pocas a fundar la retórica de Falange destinada a proliferar en la España de posguerra. Ocupó cargos de relieve en ámbito periodístico antes y después de la guerra civil: se encargó hasta 1922 de las páginas literarias de El Sol, periódico del que llegaría a ser subdirector, así como de la dirección del rotativo monárquico y liberal La Noche, del también bilbaíno El Liberal hasta 1931, de Arriba y de las revistas La Semana en 1924, Vértice, en la primera posguerra, y Escorial, desde 1947. Fue además vicepresidente de la Asociación de la Prensa en Madrid.

Su percepción idealizada y tendenciosa de la historia y la cultura españolas dejó honda huella en el discurso oficial del régimen franquista y alentó una incesante actividad de cronista en periódicos como La Noche y revistas como Hermes, Acción española, cuya sección «Actualidad internacional» firmaría entre 1931 y 1932 con el seudónimo «J. Hurtado de Zaldívar» (hasta que la irritación provocada por ese encubrimiento, que Mourlane no juzgaba necesario en sus colaboraciones para el El Socialista, lo obligó a dimitir), o Revista de Estudios Políticos, cuya sección de «crónica extranjera» estuvo a su cargo. A esa labor, que le había valido en 1925 el título de «Cronista de la ciudad de Irún», se suma la de brillante articulista y ensayista, por la que hoy pudiera ser mejor recordado. Su estilo singularísimo —pálida sombra, se ha dicho, de habilidades discursivas aún más notorias, muy celebradas en las tertulias madrileñas a las que fue asiduo— tuvo también repercusión literaria e influyó en el de escritores de la talla de Álvaro Cunqueiro, que lo admiraba.

Tres libros recogen una mínima porción de su prosa. El primero, impreso en Valladolid en 1906, lleva por título Inquietudes y aúna breves narraciones de cierto empalago modernista, reveladoras de las pretensiones literarias del jovencísimo autor, pero también de una notable facilidad de pluma y de un gusto por la palabra que iría afinando el tiempo. Discurso de las armas y las letras es el título del segundo, recopilación de ensayos ya bien representativos de la actitud política y estética de Mourlane, que publicó en Bilbao la Biblioteca de Amigos del País en 1915. El tercero, que acaso el lector actual juzgue censurable por sus excesos verbales e ideológicos, no lo es ciertamente por su título: Arte de repensar los lugares comunes. Aparecido póstumo en 1956, en Madrid, reúne algunos de sus más interesantes artículos y ensayos redactados en los años cuarenta y cincuenta. La distancia temporal entre las dos últimas publicaciones testimonia en Mourlane un proverbial desapego de la difusión en volumen de su obra escrita, despreocupación o reticencia que en parte explica el profundo olvido en que hoy se halla este escritor.

En un breve estudio sobre Mourlane que es también un homenaje, aludió José Luis López Aranguren a «la modestia, timidez, elegancia y nobilísima ironía que, junto con su noble incapacidad para la intriga y los empujones, le han desinteresado del lugar que hoy debiera ocupar en las letras españolas».

 

ECV

 

La bibliografía sobre Pedro Mourlane Michelena es previsiblemente exigua. En 1949, Aranguren le dedicó el breve y sustancioso estudio «Aprecio de don Pedro Mourlane», recogido en Crítica y meditación (Madrid, Taurus, 1977), en que analiza aspectos centrales del carácter y el estilo del escritor. En su Falange y literatura (Barcelona, Labor, 1971), José-Carlos Mainer prefirió no incluirlo entre los autores antologados, aunque en el estudio que antecede a esa selección no olvida consignar su protagonismo en «el nacimiento del ensayo divagatorio, lleno de alusiones culturales, refinado e intelectual» tan en boga en su tiempo. Abundan las alusiones a Mourlane en el minucioso libro de Mónica y Pablo Carbajosa, La corte literaria de José Antonio. La primera generación cultural de la Falange (Barcelona, Crítica, 2003). Pero es tal vez en las admirativas valoraciones de escritores como Álvaro Cunqueiro, Dionisio Ridruejo, Pere Gimferrer, que lo incluyó entre sus raros, o Francisco Umbral, que en Memorias de un hijo del siglo juzgó a Mourlane uno de los mayores articulistas españoles de la primera posguerra, donde encontramos la más significativa representación de la figura del escritor vasco. Referencias precisas a su bibliografía se hallarán en los trabajos de Valentín de Berriochoa, «Notas sobre la bibliografía de Mourlane Michelena» (Boletín de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, XVII, San Sebastián, 1961) y de  Elias Amezaga, Autores vascos (Bilbao, Gorka, 1984). De los libros de Mourlane, solo Discurso de las armas y las letras ha merecido reedición moderna, preparada por José Fernández de la Sota y publicada en Bilbao por el Instituto Vasco de las Artes y las Letras en 1991.