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(Valladolid, 1893 – Málaga, 1984)

 

A diferencia de su amigo Pedro Salinas, Guillén no es un ensayista. Sin embargo, escribió algunos ensayos de interpretación literaria luminosos y con una prosa espléndidamente refractaria al cliché o a la flojedad verbal. Y no deja de llamar la atención que toda su Obra en prosa (con la salvedad de la prosa creativa) quepa en un grueso volumen que, con ese título, editó Francisco J. Díaz de Castro en 1999, porque Guillén estaba dotado para la expresión de las ideas sutiles que destila la obra de arte y para el análisis de las corrientes estéticas —y no solo— que circulan por los largos pasillos de la modernidad. De hecho, sus primeros pinitos literarios, que coinciden con su estancia como lector en la Sorbona (lo fue entre 1917 y 1923), combinaron el verso con la crónica cultural y la prosa vanguardista. Sus artículos sobre la actualidad parisina vieron la luz en La Libertad a partir de 1921, en El Norte de Castilla (donde había iniciado sus colaboraciones en 1918 y, tras un paréntesis, las había continuado a finales de 1923) y la revista España. En ellos Guillén da cuenta empática de la metamorfosis que experimenta el arte contemporáneo: en la poesía, Valéry o Apollinaire; en la novela, Proust; en la música, Stravinsky; en el cine, Fritz Lang... Pero también se preocupa por subrayar vínculos entre las últimas indagaciones estéticas y la tradición artística. El asombro, y aun racional entusiasmo, con que asiste Guillén al parto del mundo moderno no deja de ser el mismo que expresa ya por entonces en los poemas que configurarán su Cántico (1928). Al mismo tiempo, Guillén escribió dos trabajos académicos que se dejan leer como singulares ensayos: El hombre y la obra (editado por K. M. Sibbald en 1990) y su tesis Notas para una edición comentada de Góngora (editada por Antonio Piedra y Juan Bravo en 2002).

 

Tras esto, se entregó a la escritura de su obra poética hasta su salida de España tras la guerra. Instalado en Estados Unidos, los compromisos anejos a su profesión docente le obligan a poner por escrito sus reflexiones sobre algunos grandes escritores españoles. La afortunada invitación de la Universidad de Harvard en el curso 1957-1958 para que impartiera las conferencias Charles Eliot Norton fue el empujón que le llevó a escribir los ensayos de Lenguaje y poesía, publicado en 1962, un año después de que apareciera en inglés. El libro examinaba en Berceo, Góngora, San Juan, Bécquer y Miró cómo el lenguaje común se transforma en lenguaje poético y este cristaliza en un objeto estético: el poema. El capítulo dedicado al novelista alicantino acabaría desgajándose en 1970 para incorporarse al volumen En torno a Gabriel Miró junto a un breve epistolario. El resto de la producción ensayística de Guillén se dispersó por revistas y prólogos, como el que preparó en 1951 para las Obras completas de García Lorca o, en 1971, para las Poesías escogidas de Salinas. Pero encierra especial interés el ensayismo autoexegético que se había iniciado en 1927 con la célebre «Carta a Fernando Vela sobre la poesía pura» (en Verso y Prosa y luego extractado en la Antología de 1932 de Diego) y continuado de forma extraordinaria con El argumento de la obra (1961), al que en 1983 pondría una coda en la revista Poesía: «El argumento de la obra: Final».

 

JG y DRdM

 

Es imprescindible la «Introducción» de Francisco Díaz de Castro a la Obra en prosa (Tusquets, Barcelona, 1999), así como las que puso K. M. Sibbald a Hacia “Cántico”. Escritos de los años veinte (Ariel, Barcelona, 1980) y a El hombre y la obra (Diputación de Valladolid, 1990). Biruté Ciplijauskaité hizo una buena selección de artículos en Jorge Guillén (Taurus, Madrid, 1975), aunque conviene consultar F. Javier Díez de Revenga, Jorge Guillén, el poeta y nuestro mundo (Anthropos, Barcelona, 1993) y F. Díaz de Castro, ed., Jorge Guillén (Universidad de Valladolid, 2003). La Correspondencia 1923-1951 con Salinas, editada por Andrés Soria Olmedo (Tusquets, Barcelona, 1992), contiene valiosísima información sobre la producción ensayística de ambos. Para la obra temprana, véase ahora el prólogo de Eduardo Creus Visiers a Desde París y otras prosas de los años veinte (Digitalia, Nueva York, 2013, ed. electr.).