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(Madrid, 1888 – Buenos Aires, 1963)

 

El numen desmesurado, vitalista y atomístico de la vanguardia internacional cuenta en España con este apóstol genial, solitario y precoz. El inventor de la célula textual del vanguardismo literario español, la greguería, escribió tumultuosamente en todos los géneros posibles (excepto la lírica en verso) borrando las fronteras entre unos y otros y sembrando en la novela, el cuento, la biografía, la crítica, la crónica o el libro de viajes su fragmentación a base de greguerías encadenadas. Y también el ensayo. En sentido estricto, Ramón irrumpe en 1905 como un ensayista adolescente en Entrando en fuego y con la actitud combativa y gregaria propia del iconoclasta juvenil: «Somos la juventud española que pide ya su puesto en el combate. Nuestro encabezamiento lo dice todo: Plus Ultra. Anhelamos en todos los órdenes el más allá», un más allá que trece años después resurgiría en el ultraísmo. En «El concepto de la nueva literatura» (1908) ya no pedirá paso sino directamente la insurrección, pero su rebeldía es aún inmadura y sobre todo carece de seguidores. En su revista Prometeo va publicando ensayos que propugnan y a la vez ejemplifican la rebeldía moral y literaria: «Mis siete palabras» (1910), El libro mudo (1910 pero 1911 en libro), «Palabras en la rueca» (1911, luego incluido en Tapices, 1913).

 

Ramón quiebra la lógica argumentativa propia del texto ensayístico y la sustituye por un principio de adyacencia por el que los enunciados se suman unos tras otros como cuentas de un collar, sin subordinarse entre sí, formando párrafos brevísimos, pero manteniéndolos unidos por una mínima solidaridad semántica que suele indicar en el título. El método lo empezó a aplicar en sus libros monográficos de los años diez, el principal de los cuales fue El Rastro (1915), consagrado al perfecto icono del universo ramoniano: el rastro como inventario caótico de la realidad y como apocalipsis de las cosas que la pueblan. Piedad hacia las cosas, celebración de su inexplotada capacidad para expresar emociones o contar su historia y vindicación de su alma oculta son formas de prosopopeya que cultivará Ramón en toda su obra, narrativa o ensayística, y que aquí se muestran de forma torrencial. De resolución formal semejante fueron los libros Senos (1917) y El circo (1917), en los que enumera las diversas especies de senos femeninos o los pobladores del mundo circense sin dejar de incrustar micronarraciones. La sucesión de anécdotas caracteriza también Pombo (1918) y su complementario La sagrada cripta de Pombo (1924), libros consagrados a la famosa botillería de la calle Carretas. La estructura excéntrica de las misceláneas ramonianas permite distinguir en su interior núcleos de coherencia temática que funcionan con relativa autonomía, como es aquí el homenaje al café en tanto que centro de la vida cultural en el siglo XIX. También en Muestrario (1918) es fácil aislar algún capítulo de cariz ensayístico, como «Pueblos», donde la visión de la Castilla rural lo conecta con Azorín y prefigura la de su novela El novelista (1925). En casi todos sus libros se entrevera el cuento brevísimo, la ocurrencia ingeniosa (o banal), el retrato en dos trazos, la descripción del cachivache humilde o el esbozo de ensayo cuyo mecanismo interior es la asociación libre de las ideas. Durante los años veinte, Ramón se dedicó más a la narrativa, tanto a las «novelas grandes» (La quinta de Palmyra, 1923) como a la novela corta (Seis falsas novelas, 1927) o los cuentos (Caprichos, 1925). No obstante, fue escribiendo los ensayos sobre las tendencias de la vanguardia que reuniría en el espléndido Ismos (1931). El período de esplendor de sus ensayos de estética coincide con los años treinta y se inicia con el fundamental «Gravedad e importancia del humorismo» (1930), que con «Ensayo sobre lo cursi» (1934, ampliado en 1943), «Las cosas y el ello» (1934), y «Las palabras y lo indecible», constituyen un cuerpo teórico esencial para definir la poética de Ramón y la del arte nuevo. En 1935 publica uno de los volúmenes monotemáticos más expresivos de su pesimismo, Los muertos, las muertas y otras fantasmagorías, y, amén de las irrestañables greguerías (Bergamín se las publica en Cruz y Raya y en 1935 las recoge en Flor de greguerías) y de las novelas (en 1936 aparece una de sus novelas de la nebulosa, ¡Rebeca!), publica la biografía El Greco (1935), en la que la materia biográfica se diluye a menudo en una multitud de consideraciones varias. Esta aleación de biografía y ensayo, a la que no falta el ingrediente autobiográfico, caracterizará su dedicación al género biográfico durante su exilio en Buenos Aires a partir de 1939. En esta etapa llena de sinsabores y concesiones, Ramón publica su obra maestra, la autobiografía Automoribundia, y las colecciones de semblanzas Retratos contemporáneos (1944) y Nuevos retratos contemporáneos (1945). Hay escritura ensayística en esas páginas como la hay en las Cartas a las golondrinas (1949) o en el lúcido prólogo que pone a los Papeles del Recienvenido de Macedonio Fernández (1944).

 

JG y DRdM

 

Las ventanas críticas para asomarse a Ramón son numerosas, pero todavía es útil José Camón Aznar, Ramón Gómez de la Serna en sus obras (Espasa-Calpe, Madrid, 1973) e indispensable Gaspar Gómez de la Serna, Ramón (obra y vida) (Taurus, Madrid, 1963). Para una lectura más reciente, Nigel Dennis, ed., Studies on Ramón Gómez de la Serna (Hispanic Studies, Ottawa, 1988), César Nicolás, Ramón y la greguería: morfología de un género nuevo (Universidad de Cáceres, 1988), el prólogo de Ana Martínez Collado a la antología Una teoría personal del arte (Tecnos, Madrid, 1988) y en especial Fernando Rodríguez Lafuente, «Ramón Gómez de la Serna, ensayista», en Obras completas XVI (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2005, p. 27-41). Debe consultarse asimismo el sitio www.ramongomezdelaserna.net y el Boletín Ramón. Sobre la formación del escritor, Eloy Navarro, El intelectual adolescente, Ramón Gómez de la Serna (Biblioteca Nueva, Madrid, 2003), y Laurie-Anne Laget, La fabrique de l’écrivain. Les premières Greguerías de Ramón Gómez de la Serna (Casa de Velázquez, Madrid, 2012).