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(Granada, 1865 – Riga, 1898)

 

Ganivet podría haber sido el Unamuno del sur si el desequilibrio psíquico no lo hubiera empujado al suicidio el 28 de noviembre de 1898 arrojándose a las aguas del río Dwina, en Riga (Finlandia). A su amigo Unamuno lo había conocido en 1891, en unas oposiciones a cátedras de griego en Granada, y de sus conversaciones sobre el carácter y la decadencia españoles debieron surgir las ideas madre de En torno al casticismo del vasco e Idearium español (1897) del granadino, ideas que aparecen vivamente confrontadas en la correspondencia entre los dos autores publicada en 1905 bajo el título de El porvenir de España. Ganivet había llegado a Madrid en 1888 para doctorarse en Filosofía, pero su destino profesional iba a ser la carrera diplomática, en la que ingresa por oposición en 1892. Su tesis, España filosófica contemporánea (rechazada por Nicolás Salmerón), vio la luz póstumamente en el noveno volumen de las Obras completas, que se publicaron entre 1928 y 1930.

 

En sus sucesivos destinos consulares (Amberes hasta 1895, Helsingfors —la actual Helsinki— hasta 1898 y Riga desde agosto de ese año) realizó una obra amplia que influyó poderosamente en el ensayismo de interpretación caracterial e histórica de las primeras décadas del siglo, si bien una parte de la misma vio la luz de manera póstuma, como el drama El escultor de su alma (1906) o Cartas finlandesas (1898) y Hombres del norte (1905). Buena parte de esta producción se estampó en El Defensor de Granada, con el que empezó a colaborar en la época de Amberes. En ese diario publicó en 1896 los artículos que compondrían Granada la bella, las cartas cruzadas con Unamuno, las Cartas finlandesas, en la que, describiendo con perspicacia la sociedad y las costumbres nórdicas, establecía un constraste con las españolas, y varios artículos de Hombres del norte en los que elaborada semblanzas críticas de intelectuales escandinavos (de Ibsen, Jonas Lie o Björnson). Desde la distancia que le otorga su profesión diplomática, Ganivet observa la historia de España como una consecuencia de la larga convivencia medieval con pueblos semíticos y del rumbo que toma la política imperial del siglo XVI; si la primera capacitaba al español para grandes empresas espirituales en las que se sintetizaba Oriente y Occidente, el expansionismo del Quinientos habría despreciado esa potencialidad y habría supuesto un desvío funesto en el que las fuerzas nacionales se habrían dispersado. El carácter español, individualista y anárquico, tiende a la acción (esta es alguna de las contradicciones del Idearium español), pero en el presente se encuentra embarrancado en la abulia. Ante lo uno y lo otro la solución reside en concentrar todas las energías en la reconstrucción interior, la de la vida espiritual de los españoles, enterrando la desilusión colectiva y potenciando los fermentos de futuro que permanecen larvados. España, frente a otras naciones europeas, está dotada para la «creación ideal» y la fuerza impulsiva del carácter español alcanza sus mejores logros cuando se vierte hacia dentro. El aristocratismo subyacente al libro oscila entre el prurito pedagógico y la nostalgia de una minoría dirigente que por momentos se hace abierta defensa del despotismo político. Es fácil distinguir en su tono y enfoque el rastro de diversas corrientes del pensamiento finisecular: chispazos del superhombre nietzscheano se combinan con un relativo senequismo (él mismo se quiso discípulo de Séneca aunque parece más cínico que estoico), el desprecio de la democracia y el liberalismo decimonónico se hace sitio junto a una moralidad cristiana, la equidistancia del sabio sereno de inspiración grecolatina se compadece mal con el misticismo irracionalista tan de la época. Pese a las inconsecuencias del Idearium, el desasosiego ante el rumbo de la sociedad española, el diagnóstico sobre el carácter nacional, las hipótesis sobre las causas históricas de su declive, los arbitrios sobre el futuro del libro constituirán lugares comunes para buena parte del ensayismo de las primeras décadas del siglo XX.

 

JG y DRdM

 

Aparte de los clásicos Melchor Fernández Almagro, Vida y obra de Ángel Ganivet (Revista de Occidente, Madrid, 1952); Francisco García Lorca, Ángel Ganivet: su idea del hombre (Diputación, Granada, 1997); Antonio Gallego Morell, Estudio y textos ganivetianos (CSIC, Madrid, 1971) y Sobre Ganivet (Universidad, Granada, 1997); Miguel Olmedo, El pensamiento de Ángel Ganivet (Revista de Occidente, Madrid, 1965); y Javier Herrero, Ángel Ganivet, un iluminado (Gredos, Madrid, 1966); en los últimos años ha habido valiosas aportaciones de Nil Santiáñez, Ángel Ganivet, escritor modernista (Gredos, Madrid, 1994) y Ángel Ganivet. Una bibliografía anotada (Diputación, Granada, 1996); M. C. Díaz de Alda, Estudios sobre la vida y la obra de Ángel Ganivet (Castalia, Madrid, 2000); las actas del congreso sobre el escritor y Finlandia Estudios sobre la vida y la obra de Ángel Ganivet (Castalia, Madrid, 2000) y el estudio de Francisco Puertas, Ganivet y el héroe autobiográfico en la modernidad (Devenir, Madrid, 2005).