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(Reus, 1924 – Barcelona, 2003)

 

Su formación clásica y una aguda inteligencia teórica dieron una síntesis particularmente exótica en uno de los dos o tres mejores críticos literarios que empiezan a ejercer en el medio siglo. Su exilio voluntario desde finales de 1954 lo llevó a Cuba y un año después de la revolución, en 1961, a Canadá, en cuya universidad de Alberta enseñó durante muchos años literatura española y comparada. Su regreso a Cataluña no fue ni silencioso ni discreto sino que actuó con el impulso crítico común en él, y quizá también con la fuerza de alguien con opiniones contundentes: están recogidas muchas de ellas en el libro de entrevistas Opinions a la carta (1993) y en forma de artículos periodísticos algo anteriores en un título expresivo, Provocacions (1989). Su hosquedad e independencia pueden evocar los de un escritor con impulso teórico de fondo muy radical, como Rafael Sánchez Ferlosio.

 

Pero su obra crítica arranca de mucho antes, cuando aún residía en España protegido por una formación francesa y culturalmente rica, capaz de repensar algunas de las teorías y los supuestos vigentes de la crítica literaria en España orientándola hacia la operación de leer e intepretar. Su primer libro fue un conjunto de trabajos sobre Carles Riba, avui (es decir, uno de los grandes poetas y ensayistas de las letras catalanas) y al cabo de dos años reunía en otro pequeño volumen, Teoría del poema, de 1957, algunos de los ensayos publicados previamente en revistas como Laye, Índice o Papeles de Son Armadans. Su siguiente libro fue, escrito ya en el exilio, La operación de leer, en 1962, que contiene nuevos ejemplos de lectura y teoría en torno a la concreta operación intelectual que es la lectura de literatura, y ambos los reunió en Dinámica de la poesía. Ensayos de explicación, 1952-1966. Cerraba el libro un «Epílogo» autobiográfico escrito en 1981 nada complaciente con la cultura española del momento. Es poderosa tanto la densidad teórica como la minuciosidad y perspicacia analítica, cuando el autor se enfrenta a textos de Francisco de Aldana o Luis de Góngora, de Ausiàs March o de Charles Baudelaire, de Josep Carner o Luis Cernuda, porque el impulso del teórico parece ser el motor último del crítico, o del lector lentísimo que ha de ser el crítico: Ferraté explicó alguna vez que no conocía método mejor de lectura (incluida la close reading o el comentario de texto francés) que el de los filólogos clásicos enfrentados a un pasaje de Horacio o de Virgilio, y quizá por eso uno de sus libros más sugerentes sea el muy personal ensayo de Lectura de ‘La terra gastada’, de T. S. Eliot (1978). Tras la muerte de uno de sus grandes amigos, Jaime Gil de Biedma, decidió preparar una edición comentada de su jugoso epistolario, Jaime Gil de Biedma. Cartas y artículos (1994), y además de ser poeta en catalán con Les taules de Marduk i altres coses (1970) y Llibre de Daniel (1976), tradujo los Líricos griegos arcaicos (1968) y también a Cavafis, además de cuidar muy particularmente la edición de los papeles dispersos y a veces póstumos de su hermano, el fundamental poeta y también excelente ensayista Gabriel Ferrater.

 

JG y DRdM

 

El libro más completo sobre el autor es el que coordinó Jordi Malé, Joan Ferraté (Residència d’Investigadors del CSIC, Barcelona, 2005, y accesible hoy en línea) pero son luminosas las observaciones de Jordi Cornudella en Les bones companyies (Galàxia Gutenberg – Cercle de Lectors, Barcelona, 2011) y al menos dos libros de Laureano Bonet se ocupan del autor, La revista Laye (Península, Barcelona, 1988) y El jardín quebrado (Península, Barcelona, 1994), así como un capítulo de Jordi Gracia en Burgueses imperfectos (Fórcola, Madrid, 2015), además del libro de entrevistas reunidas por José Manuel Martos, Opinions a la carta (Empúries, Barcelona, 1993).