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ERNESTO GARZÓN VALDÉS Y LA FUNDACIÓN COLOQUIO JURÍDICO EUROPEO. Por Ricardo García Manrique. 

Hubo un tiempo en que Ernesto y yo nos vimos con mucha frecuencia. Fue el tiempo en que, él como Presidente y yo como “secretario ejecutivo”, nos reuníamos en la sede madrileña de la Fundación Coloquio Jurídico Europeo con motivo de los muchos seminarios que allí tenían lugar. En recuerdo y elogio de Ernesto, me gustaría contar cómo se originó la Fundación.

Sería hacia 2003 o 2004 cuando mi amigo Celestino Pardo, por entonces director del Servicio de Estudios del Colegio de Registradores de la Propiedad, me planteó la posibilidad de poner en marcha unos seminarios que, a diferencia de lo que suele ser habitual, reunieran a juristas teóricos y prácticos de distintas profesiones (profesores, jueces, registradores, notarios, abogados...). Su idea era establecer una fundación apoyada por el Colegio para que diese cobertura a tales seminarios y en su caso a una línea de publicaciones. Para Celestino era muy importante poner a la cabeza de la fundación a un jurista de reconocido prestigio que no generase discrepancias ni suspicacias en uno u otro sector del mundo jurídico español, alguien que fuese aceptado sin problemas por todos. Se nos iban ocurriendo nombres, pero ninguno le convencía del todo, hasta que surgió el de Ernesto, ya no recuerdo si a iniciativa suya o mía. En todo caso, sí recuerdo que de inmediato le pareció la persona idónea, pero al mismo tiempo estimó que sería difícil poder acceder a él y convencerle. Le dije que, muy al contrario, Ernesto era una persona sumamente asequible y que entre los dos le convenceríamos.

Yo había conocido a Ernesto algunos años antes en los seminarios que coordinaba en la Universidad Pompeu Fabra. Me puse en contacto con él y le conté. Se mostró muy dispuesto y sin mayor demora una tarde nos reunimos los tres en el café de la Librería Laie, en la calle Pau Claris de Barcelona. Ernesto y Celestino simpatizaron desde el primer momento, la conversación fluyó sin dificultad y el proyecto se puso en marcha. En noviembre de 2004 tuvo lugar el primero de los seminarios, dedicado a la teoría de los derechos fundamentales de Robert Alexy, que contó con el propio Alexy y con un buen número de profesores que comentaron aspectos diversos de su teoría (entre ellos, el propio Ernesto). El segundo se celebró en 2005 y corrió a cargo de Liborio Hierro, que habló de la crisis de la ley; y el tercero tuvo que esperar hasta 2006, cuando Luigi Ferrajoli impartió dos sesiones acerca de la teoría del derecho en el Estado constitucional, acompañadas por sendos comentarios de Manuel Atienza y José Juan Moreso.

El ritmo inicial, como se ve, fue algo lento, pero en el momento en que la Fundación se constituyó formalmente y Ernesto se puso a los mandos la cosa cambió. En años sucesivos, y mediando la ayuda inestimable de Isabel de la Iglesia, alma de la Fundación junto con Ernesto, se celebraron varios seminarios cada año, algunos hasta diez. A día de hoy se han celebrado más de cien y por la sede de la Fundación, en la calle de Ortega y Gasset, ha desfilado toda una pléyade de juristas españoles y extranjeros de renombre, siempre rodeados por un buen número de asistentes que, como Celestino había deseado desde el principio, representaban toda la diversidad y la riqueza de la profesión jurídica española. La planeada línea de publicaciones se puso en marcha al tiempo que la Fundación y su primer título apareció en 2007. Hoy se han publicado cerca de sesenta volúmenes, siempre muy cuidados y en un formato atractivo y fácilmente reconocible por su color sepia. La gran mayoría de ellos recoge las ponencias presentadas en seminarios anteriores. Para que las publicaciones no se retrasaran, el método de Ernesto era inflexible e infalible: no ordenaba el pago de los honorarios del seminario hasta que el texto estuviera entregado.

Yo dejé la Fundación en 2016, pero Ernesto ha seguido como Presidente hasta su muerte. Me admiraron siempre su entusiasmo y su diligencia, su elegancia y su sobriedad. Sin él, ni la Fundación ni sus excelentes resultados hubieran sido posibles. Fue un privilegio poder acompañarlo durante más de diez años en aquel proyecto.

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