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ERNESTO GARZÓN VALDÉS: LA DELICADEZA DE LA INTELIGENCIA .Por J.J. Moreso.

No puedo concebir mi vida académica sin Ernesto. Escuché por primera vez una conferencia suya cuando era un joven estudiante de doctorado, a comienzos de los años 80 del siglo pasado (‘John Austin y Hermann Heller: un ensayo de comparación’), después fue el presidente del tribunal de mi tesis doctoral. Nos daba sus borradores de trabajos pidiendo que los comentáramos, como una invitación para que nos atreviéramos a darle los nuestros. Inventaba congresos, seminarios, lecturas compartidas de libros y todo tipo de actividades, unas iniciativas que están detrás del surgimiento y consolidación de una comunidad latina de filosofía jurídica y política. Recuerdo con nostalgia ahora un seminario de lecturas, diseñado por él, sobre los autores comunitaristas a comienzos de los años 90 del siglo pasado con la participación de Albert Calsamiglia, Jorge Malem, Ricardo Caracciolo, Carlos Rosenkrantz, Roberto Gargarella, Pablo Navarro, Cristina Redondo y los entonces jóvenes de la Pompeu Fabra (Vilajosana, Pérez Triviño, Marisa Iglesias, Neus Torbisco, Jordi Ferrer, Raúl Calvo entre otros). Eran seminarios de largas y apasionadas discusiones, que él manejaba con maestría, siempre haciendo que regresáramos a los puntos teóricos cruciales.

Su obra acredita su inmensa sabiduría, su cultura filosófica y literaria, su sentido del humor. Pero yo quiero añadir aquí al elogio de su inteligencia brillante, el elogio de su delicadeza, siempre estaba atento a lo que sucedía a sus amigos: me llamó por teléfono cuando murió mi padre y cuando nació mi hija, se presentó de incógnito, sólo para felicitarme, en nuestra casa, mientras celebrábamos una fiesta el día que obtuve la cátedra de Filosofía del Derecho en Girona, en 1996.

Su delicadeza se extendía a lo más personal, y te acompañaba cuando algunas cosas te hacían sufrir.

En algún lugar Ronald Dworkin dice que todos los filósofos tenemos nuestro Immanuel Kant y que el suyo era John Rawls. Pues bien, el mío era Ernesto Garzón Valdés. Lo echaré de menos.

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