"Sólo podemos decir que el objeto es adecuado para exhibir una sublimidad que puede encontrarse en el ánimo, pues lo auténticamente sublime no puede estar contenido en ninguna forma sensible, sino que sólo atañe a ideas de la razón, las cuales, a pesar de la imposibilidad de exhibirlas adecuadamente, se hacen sentir y se hacen presentes en el ánimo, precisamente esta inadecuabilidad que cabe exhibir sensiblemente."

Kant, Immanuel, 2012, Crítica del discernimiento (traductores Roberto R. Aramayo y Salvador Mas), Alianza, Madrid, p. 319.

William Blake, artista incomprendido e incatalogable, suele suscitar un rechazo inicial ante la incomprensión gráfica que ofrece. Sus imágenes no se corresponden con los conceptos entendibles y pactados del lenguaje visual debido a su deformidad en absoluto fortuita.

Blake, en tanto que humano, no puede mostrar de manera sensible aquello que la capacidad cognoscitiva humana no puede entender, pero sí perturbar en su ánimo. Se ve obligado a trabajar con la pintura convencional (e insuficiente). Contrastes violentos y deformidades obligan al espectador a dialogar con lo entendible y lo inexplicable.

En esta obra, muestra a un ser humano monstruoso o bien a un monstruo humanizado. El fondo de la obra es difuso, olvidado, porque quiere centrar la atención sobre todo en dos aspectos ligeramente más iluminados y bien detallados: La cara (¿terror o arrepentimiento?) y las garras (¿humano o monstruo?).

Observar la obra de Blake es someterse a un placer doblemente negativo. Por un lado, su lenguaje virulento a la par que hipnótico y, por otro, la evidencia y vergüenza que supone entender nuestros límites cognoscitivo-sensibles de la realidad.

La perturbación de ánimo que ofrece Nabucodonosor es una confirmación de las limitaciones humanas para proporcionar una equivalencia sensible adecuada a lo inefable.

Elaborat per Raquel Rufas i Paula Olid