Atrás Complejidad, incertidumbre y ambigüedad. Josep Maria Antó

Complejidad, incertidumbre y ambigüedad. Josep Maria Antó

Josep Maria Antó, catedrático de Medicina de la UPF. Director científico del ISGlobal e investigador senior del Parque de Salud Mar.
14.04.2020

 

En la gestión de una crisis hace falta síntesis del conocimiento existente y consenso entre expertos, un consenso que no es fácil pero que resulta necesario.

Artículo publicado en El Periódico el 8 de abril de 2020

Una de las premisas básicas en las crisis de salud pública es la distinción y la integración de la evaluación del riesgo, su gestión y su comunicación. Tres mundos distintos que suelen confundirse. La pandemia por COVID-19 es un ejemplo paradigmático de riesgo sistémico. Ortwin Renn, director científico del Instituto de Estudios Avanzados de Sostenibilidad (IASS) en Potsdam (Alemania) ha definido los riesgos sistémicos como los riesgos para la salud y el medio ambiente que están fuertemente enraizados en un amplio contexto de riesgos y oportunidades sociales y económicas. Como en otros riesgos la clave es combinar adecuadamente la identificación y evaluación del riesgo, una tarea básicamente científica, con la regulación y gestión del riesgo cuya naturaleza es básicamente técnica y política.  Para no sucumbir a los riesgos es necesario distinguir tres dimensiones clave: la complejidad, la incertidumbre y la ambigüedad.
 

La complejidad se refiere a la dificultad de comprender científicamente los riegos. Es una tarea que corresponde a las personas expertas en los diferentes ámbitos del riesgo en cuestión. Dado que la complejidad es multidimensional se requieren expertos en diferentes áreas, a veces dispares, que a menudo pueden divergir en sus apreciaciones. El acuerdo entre expertos raramente es la norma. En la gestión de una crisis hace falta síntesis del conocimiento existente y consenso entre expertos, un consenso que no es fácil pero que resulta muy necesario. Cualquier riesgo complejo en una sociedad civilizada exige la contribución de comités de expertos cuidadosamente seleccionados capaces de formular recomendaciones basadas en el conocimiento y consensuadas. Comités de expertos que deben ser independientes, presididos por personas con cualidades apropiadas y cuya evaluación periódica del riesgo de estar públicamente disponible. Un ejemplo de este enfoque es el del Grupo de Asesoramiento Científico para Emergencias (SAGE) COVID-19 en el Reino Unido y cuyos informes están disponibles en le red. 

Cualquier riesgo complejo en una sociedad civilizada exige la contribución de comités de expertos cuidadosamente seleccionados capaces de formular recomendaciones basadas en el conocimiento y consensuadas

Vayamos ahora a la incertidumbre. Estamos aún en el terreno de las personas expertas y de los comités de expertos. La incertidumbre se debe a la ausencia de conocimiento sobre determinados aspectos del riesgo en cuestión. En el caso de la COVID-19 la incertidumbre es mayúscula. La incertidumbre exige dimensionarla, añadir a las estimaciones intervalos de incertidumbre y poner en marcha investigación para reducirla. Y sobre todo humildad en las certezas, algo que, a menudo, no casa bien con la ciencia. El reto mayor en la evaluación de los riesgos del covid-19 es el de la incertidumbre, algo que requiere una acción mundial concertada y un seguimiento casi diario de la evidencia científica disponible que menudo puede modificar las recomendaciones formuladas. Un concepto clave para la gestión de riesgos, cuando domina la incertidumbre, es el principio de precaución, algo introducido de hace años en la legislación de la Unión Europea. Se trata de establecer recomendaciones para proteger la salud en ausencia de evidencia o con evidencia limitada. La recomendación de usar mascarillas indiscriminadamente puede no estar basada en la evidencia científica disponible, pero puede ser recomendable bajo el principio de precaución.

La recomendación de usar mascarillas indiscriminadamente puede no estar basada en la evidencia científica disponible, pero puede ser recomendable bajo el principio de precaución.

Pasemos finalmente a la ambigüedad. Una misma evidencia científica puede ser interpretada de diversas maneras, a veces contradictorias. Incluso entre expertos. Sin embargo, los diferentes puntos de vista no son debidos a la incertidumbre sino a la influencia de nuestros valores, nuestra cultura, nuestras preferencia políticas o religiosas, nuestro género. La ambigüedad supone un reto inmenso en la gestión de la crisis. Requiere democracia, ética, procesos discursivos.

La pandemia de la COVID-19 está poniendo a prueba nuestras sociedades. Seguramente es un reto demasiado grande para nuestras capacidades. No hay recetas seguras. Pero las que conocemos deberían ayudar: conocimiento científico, ante todo, comités de expertos independientes, gestión técnica y política basada en el conocimiento, en la transparencia y en la democracia. Y sobre todo valores solidarios y éticos. Lamentablemente, hoy en el mundo, esto parece ser la excepción más que la regla.

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