¿Existen personas que comen mucho y que no engordan?
¿Existen personas que comen mucho y que no engordan?
Tal y como sucede con muchas variables fisiológicas (cantidad de cabello, longevidad, talla, etc.) el peso también depende de dos condicionantes generales: la dotación genética individual y los factores ambientales. Está bastante bien definido que, en nuestro entorno actual, los factores ambientales desempeñan un papel muy importante en la definición del peso (amplia exposición a productos ultraprocesados, márquetin agresivo, entornos sedentarios, etc.). No obstante, también tenemos bastante claro que existen ciertas condiciones fisiológicas, dependientes de la genética, que facilitan que haya personas con una cierta “resistencia a la ganancia de peso”.
Calma, no eres el primero que se lo pregunta
Ya sea porque sufres un terrible ataque de envidia (cochina) o porque realmente te interesan esta clase de “misterios” (y quieres conocer la respuesta que ofrece la ciencia), has de empezar sabiendo que cuestionar la existencia de personas que “comen mucho y no engordan” no es un planteamiento novedoso, ni mucho menos. A mediados del siglo XX hubo una persona que destacó por encima de cualquier otra en este terreno: el doctor Ethan Sims.
El peso, como muchas otras variables biológicas depende de factores genéticos y ambientales
El experimento en la prisión de Vermont
En 1971, Sims publicó un curioso, a la par que interesante, estudio con el que trató de explorar las condiciones metabólicas de aquellas personas que, no habiendo padecido nunca sobrepeso u obesidad, pudieran engordar voluntariamente de forma (muy) significativa en poco tiempo. Para ello propuso a un grupo de cinco presos de la prisión estatal de Vermont, Estados Unidos, que incrementaran su peso un 25% a cambio de una reducción en sus penas de cárcel. Para lograrlo, los cinco presos se vieron “obligados” a consumir dietas de hasta 10.000 kcal/día, cuatro veces por encima de sus necesidades energéticas habituales. Así, y más allá de las cuestiones intrínsecamente metabólicas y relacionadas con la diabetes (cuestiones centrales de aquel estudio*) se obtuvieron algunas lecturas interesantes. La principal fue que, a pesar del interés de los reclusos por cumplir con las metas establecidas, algunos fueron incapaces. En este contexto, Sims señaló la dificultad de algunos individuos para aumentar de peso a pesar de estar bajo un entorno especialmente favorable.
Los mecanismos compensatorios... sean conscientes o no
Al igual que cualquier otra variable de la que dependa la subsistencia, el peso también está sujeto a mecanismos de regulación. Es cierto que nuestra biología se toma más en serio aquellas fluctuaciones que suponen un mayor riesgo vital, y por esta razón existen más reajustes compensatorios ante la falta de alimento que ante su exceso. Pero eso no quiere decir que no existan respuestas metabólicas “automáticas” ante la ganancia de peso. Algunas investigaciones, incluso interesantes documentales de divulgación general, han puesto de relieve y cuantificado dichos mecanismos:
- El principal, y ampliamente contrastado en la literatura científica, es el incremento de la tasa metabólica, es decir, la elevación del metabolismo basal (temperatura corporal, ritmo cardiaco, tono muscular, filtración renal…). Este mecanismo tiene la misma justificación biológica, pero sentido contrario, que la reducción de la tasa metabólica ante situaciones de escasez de alimento.
- El aumento de los movimientos involuntarios, en reposo, principalmente de las extremidades que, obviamente, implican un mayor gasto energético.
- Una menor predisposición natural hacia la ingesta de más alimentos, acompañada o no de una mayor “necesidad” de realizar más actividad física.
Los mecanismos biológicos frente a la ganancia de peso a duras penas tienen efecto ante las “duras” condiciones ambientales actuales
Los interesantes experimentos de parabiosis
La búsqueda del Santo Grial biológico que nos defienda de la ganancia de peso es una cuestión que se pierde en los orígenes del siglo XX, y que aun no ha sido resuelta. En el curso de estas pesquisas se han realizado experimentos asombrosos, como los derivados de idear modelos animales parabióticos dignos de Victor Frankenstein, el protagonista de la conocida novela. En esencia, la parabiosis consiste en unir dos organismos de forma que compartan una misma circulación sanguínea.
En 1959 se realizó un experimento en el que se conectó de forma parabiótica a dos ratas; a una de ellas se le lesionó artificialmente parte de su sistema nervioso (el hipotálamo) con la finalidad de promover la hiperfagia. Como consecuencia, esta rata se volvió obesa. Sin embargo, su socio parabiótico (la otra rata) perdió totalmente el interés por la comida y experimentó una pérdida dramática de peso. Se sugirió, por tanto, que este efecto fue causado por una señal de saciedad secretada por la rata obesa (y que en ella no tenía efecto debido a la lesión de su hipotálamo) pero que sí era eficaz en su compañera parabiótica que contaba con un hipotálamo perfectamente funcional. Desde aquel experimento en el que se puso de relieve la existencia de un agente anoréxico de transmisión sanguínea, se han publicado más de una docena de estudios de parabiosis en los que se sospecha la existencia de una sustancia, aun desconocida, que previene en cierta medida de la adiposidad excesiva.
El pasto siempre es más verde en la casa del vecino
Los experimentos en humanos que incluyen la metodología de hacer engordar a la población tienen importantes limitaciones éticas, incluso aquellos que incluyen metodologías más “amables” o menos cuestionables. Una de esas limitaciones, quizá la más elocuente, sea la temporal. Así, todos los experimentos en los que se “ha forzado” tanto la sobreingesta como las condiciones para favorecer el aumento de peso, han implicado la aplicación de unas condiciones extemporáneas durante un exiguo marco temporal, todo lo más de 4 o 6 meses. Un plazo difícilmente comparable con aquel al que cualquiera de nosotros nos enfrentamos en la vida real: una continua sobreexposición a una oferta alimentaria prácticamente ilimitada con una mínima inversión física. Algo a lo que ni las más privilegiadas naturalezas se pueden enfrentar, al menos desde una perspectiva poblacional.
Si bien parece claro que hay ciertos condicionantes naturales que modifican la facilidad para ganar peso, en lo que tampoco cabe la menor duda es que en la actualidad estamos inmersos en el entorno más facilitador para la ganancia de peso que jamás ha conocido la especie humana.Solo se me ocurre otro entorno aun peor, quizá por venir. La película Wall-E de Disney sería un buen ejemplo de lo que quiero decir.
Además, y por último, también entra dentro de lo razonable que las personas que creemos que comen mucho, en realidad no coman tanto como nos parece y que, además, tampoco sean tan sedentarias como pensamos. A fin de cuentas, también pertenece a la naturaleza humana el pensar que nuestros congéneres tienen un mejor punto de partida para hacer frente a unas condiciones hostiles que en realidad son comunes.
(*) Fue Etham Sims quien acuñó el término "diabesidad", expresión que, incluso actualmente, sirve para señalar la importancia de la interacción entre los genes y los factores ambientales a la hora de cuantificar el riesgo de padecer diabetes tipo 2 inducida por la obesidad.
Juan Revenga es dietista-nutricionista, biólogo, profesor de la Facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad San Jorge, de Zaragoza, divulgador y autor del blog El nutricionista de la General. @juan_revenga