Me dijeron que se me habían formado tres trombos en el cerebro y que uno de ellos había explotado y me había provocado un derrame cerebral. Me tuvieron que quitar un 30% de masa cerebral para eliminarlos. El pronóstico no era nada esperanzador: los médicos dijeron que podía perder la visión, quedar en estado vegetativo e incluso morir. Cuando me desperté del coma sólo pesaba treinta kilos y no comía, ni hablaba ni me movía.

El pronóstico no era nada esperanzador: los médicos dijeron que podía perder la visión, quedar en estado vegetativo e incluso morir. 

Antes era muy activo: jugaba al fútbol cuatro días a la semana, iba en bicicleta, salía de fiesta y no pasaba mucho por casa. Era buen estudiante. Tomaba apuntes muy fácilmente y sólo escuchando en clase ya aprobaba los exámenes con nota porque lo entendía y lo memorizaba prácticamente todo.

Los médicos estaban sorprendidos con mi evolución y de ver que era capaz de hablar y moverme como lo hago. Me quedó la parte izquierda del cuerpo bastante paralizada y la visión del ojo muy reducida, pero actualmente puedo hacerlo todo yo solo. Sin embargo, dijeron a mi madre que yo nunca sería capaz de continuar estudiando, sacarme el bachillerato y entrar en la universidad, como yo quería.

Los médicos dijeron a mi madre que yo nunca sería capaz de continuar estudiando, sacarme el bachillerato y entrar en la universidad.

Mi madre tenía la esperanza que aquellas Navidades pudiera volver al curso. Para ella yo era inteligente y que me faltara una parte del cerebro no significaba que ya no lo fuera. Estaba segura que tenía capacidades para seguir estudiando y no quería que mi vida tuviera que cambiar tanto ni que se viera limitada. Ella creyó en mí y me ayudó para que pudiera continuar haciendo lo que me gustaba.

En clase antes siempre tomaba apuntes pero ahora es más difícil hacerlo y estar atento a la vez porque escribo muy lento. Lo que hago es escuchar y apuntar las ideas clave. Además, nunca falto a clase y escuchando también memorizo.

Tengo que hacer rehabilitación cada día y eso me quita tiempo para estudiar. Mi madre y mi hermana, que también ha cursado derecho, me ayudan a hacerlo. Me leen el temario y yo lo voy memorizando. A veces mi madre me dice: “cuando acabes la carrera, la haré yo”. Me lo leen dos o tres veces, así me lo aprendo y me presento al examen.

Mi madre y mi hermana, que también ha cursado derecho, me ayudan a estudiar. Me leen el temario y yo lo voy memorizando.

Me hubiera gustado estudiar el grado en Administración y Dirección de Empresas, pero la parte del cerebro que me quedó afectada después del ictus fue la numérica. Esto provoca que mi nivel de matemáticas sea inferior a la media.

Sin embargo, la parte de la memoria la tengo intacta y decidió estudiar derecho porque era un grado que me proporcionaba salidas similares. Además, era lo mismo que estudió mi hermana y así ella me podría ayudar.

Me gustan los seminarios porque puedo participar, me permiten pensar y resolver problemas concretos. La UPF se está portando muy bien conmigo. No he recibido nunca un trato de preferencia, pero entienden mi situación y me ayudan. Además, nunca me he sentido excluida y siempre he tenido la sensación que soy uno más de la clase y de la Universidad. 

La UPF se está portando muy bien conmigo. No he recibido nunca un trato de preferencia, pero entienden mi situación y me ayudan.

Me gustaría trabajar en una empresa, aunque no lo tengo claro aún. Ser abogado tampoco me desagrada porque me permitirá razonar y pensar. Cuando acabe el grado lo primero que haré es ver cómo está el mercado laboral y las oportunidades que me ofrece y después decidiré.

Creo que es muy importante relativizar las cosas. Antes del ictus me preocupaba mucho por cosas insignificantes, como que el Barça perdiera un partido. Ahora, ante un problema pienso: de acuerdo, esto no me gusta pero tengo que intentar solucionarlo. No hago una montaña de un grano de arena y he aprendido a dar valor a las cosas.