De la fragilitat i de la fraternitat. Jose Juan Moreso
Jose Juan Moreso, catedràtic de Filosofia del Dret de la UPF.
Un virus -que no es más que un trozo de material genético extraviado y errático- la Covid-19, nos tiene a todos contra la pared, porque no somos capaces todavía de encontrar una vacuna eficaz contra él. Estas fragilidades sumadas nos sitúan, de un modo realmente terrible, a la intemperie.
¿Cómo podemos, entonces, enfrentarnos a estas fragilidades? La primera protección en esta situación de desolación consiste, según creo, en aceptar estas dos fragilidades que están implícitas en nuestras prácticas, pero que nos pasan a menudo desapercibidas. La segunda protección, me parece, ha de venir de la fraternidad. La fraternidad, que suele ser la pariente pobre de las tres grandes virtudes republicanas, junto con la libertad y la igualdad, es ahora nuestro refugio más seguro. Y, la fraternidad –como yo la concibo- tiene al menos las tres siguientes dimensiones.
La primera dimensión es la universalidad. Si algo ha mostrado esta pandemia es que las soluciones locales no sirven de nada. En este mundo global, el virus ha viajado de país en país, de continente en continente, alojado en las personas que se mueven en él. Esto muestra lo equivocado de las tendencias autárquicas, del America first!, de dar la culpa siempre a los otros, de generar un enemigo exterior. No sirve de nada, sólo estrategias comunes, y como más globales mejor, pueden librarnos de esta amenaza. Esperamos, nosotros los europeos, más de las instituciones de la Unión Europea, del Consejo, de la Comisión, del Parlamento, del Banco Central europeo. Esperamos que se coordinen, además, más y mejor con las instituciones mundiales, con la ONU, con la OMS, con todas las instituciones. Recientemente en Italia, el prestigioso iusfilósofo Luigi Ferrajoli, junto con otros pensadores destacados, ha tomado la iniciativa de lo que llaman Costituente Terra, pues eso precisamente, un constitucionalismo democrático para todas las personas es lo que ahora precisamos.
Como ya puede colegirse de lo anterior, la segunda dimensión es la de la fraternidad institucional. Precisamos instituciones públicas sensibles a nuestras fragilidades. Para ello dichas instituciones deben rehacer los presupuestos de nuestro orden social, para constituir las bases de una sociedad bien ordenada, más decente y más justa. Y también deben apoyar de aquí en adelante, con mucha mayor decisión, los programas e instrumentos que aumenten nuestro saber, porque sólo el saber humano puede protegernos contra las amenazas del futuro, que son las pandemias, pero también el cambio climático, el acceso a los recursos naturales, el hambre, la desigualdad insoportable. Como decía Francisco Giner de los Ríos, uno de los fundadores de la Institución Libre de Enseñanza, y le gusta recordar a Francisco J. Laporta, ‘lo que sabemos, lo sabemos entre todos’.
Y, por último, la tercera dimensión es la de la fraternidad cívica. Todos debemos, aparte –es obvio- de obedecer puntualmente a las autoridades en estos momentos, ayudar a las personas más vulnerables y necesitadas de nuestro entorno. Una llamada telefónica puede ser importante en estos momentos, un poco de dinero o el aplazamiento de un pago, o el mantenimiento de otros pagos –aquellos que podemos permitírnoslo- aún si los servicios correspondientes no pueden, en las circunstancias actuales, ser ofrecidos.
Ahora mismo, sólo la fraternidad es el refugio de nuestra fragilidad.