Cuando el confinamiento es un privilegio. Zenia Hellgren
Zenia Hellgren, profesora del Departamento de Ciencias Políticas y Sociales. Investigadora senior y Marie Curie Fellow del Grupo de Investigación Interdisciplinaria en Inmigración (GRITIM-UPF)
La situación actual resalta y aumenta las desigualdades entre quienes pueden optar por cumplir estrictamente con el confinamiento y trabajar desde casa, tal vez aburridos pero cómodos, y quienes tienen que exponerse cada día al riesgo de contagio en el transporte público y en trabajos más o menos precarios, mientras los tengan. Luego sólo les queda subsistir en pisos pequeños, sin calefacción y sobrecargados de familiares, habitaciones en apartamentos compartidos con extraños, o en el peor de los casos, en la calle.
Muchas personas de origen inmigrante ya pertenecen a los colectivos más afectados por la precariedad social y laboral. La crisis del coronavirus, cuanto más se prolongue, puede conducir estas personas hacia el abismo. Las trabajadoras del hogar, los vendedores ambulantes o los innumerables empleados temporales de la hostelería, que no tienen derecho a prestaciones de desempleo o ni siquiera a la baja por enfermedad, son algunas de las muchísimas personas que no pueden elegir el confinamiento para proteger su salud y la de los demás, pero que ahora se verán sin oportunidades para ganarse la vida. No sólo corren un riesgo muchísimo más alto de contagio que una persona con acceso al teletrabajo, sino que cuando por fin se aplane la temida curva de la que todos estamos pendientes y podamos retomar la tan anhelada normalidad, esa "normalidad" para muchos de nosotros ya no existirá.
Espero que se tomen todas las medidas posibles para impedir el desastre que significaría que cientos de miles de personas en riesgo de exclusión social cayeran en la pobreza absoluta mientras las clases medias y altas se encierran en sus casas y acumulan alimentos.